Hisopados: ese vértigo apasionante de investigar
Vayan y vean, decían los maestros de la profesión en referencia a la mejor y más simple fórmula del oficio. En medio de ese paradigma, los periodistas llevamos años de profundo debate interno respecto de las formas que impusieron las nuevas tecnologías, las redes sociales, la continuidad de la noticia que nace en una plataforma y emigra de una a otra con diferentes códigos y lenguajes. A eso se sumó la pandemia y la profundización del periodismo de pijama, Zoom y WhatsApp.
El martes 27 de abril teníamos una urgencia en Redacción: queríamos una buena tapa para el berlinés, nuestro suplemento de domingo que se presentó cuando el diario cambió su formato. Había un par de opciones, una de ellas, ver qué pasaba en Ezeiza con los hisopados para los viajeros que llegaban, y de paso, regresar a la terminal un año después de una nota que nos había gustado hacer allá por el mismo mes de 2020, cuando esa era la entrada del virus.
Pero resulta que esa semana, impactada por el feriado del 1° de mayo, nos exigía “cerrar” antes, es decir, tener lista la página o el suplemento. Dos mensajes con Gail Scriven en la redacción y una pasada por su escritorio y todos de acuerdos. Ella conoce mis gustos periodísticos y mis pasiones como pocos; pobre, también se banca mis disgustos. Nico Cassese, a cargo de esa tapa, seguía el tema; él siempre me había insistido para volver a Ezeiza a ver qué pasaba.
Antes de ir, un pequeño registro por la normativa que se aplicaba a quienes llegaban al país y un repaso teórico de lo que nos íbamos a encontrar. Inmediatamente, apareció LabPax como la empresa que hacía los hisopados.
"En estas notas, cuando se incomoda al poder, las horas previas a la publicación son determinantes para estar firmes cuando los protagonistas decidan matar al mensajero"
Esa misma tarde, le envié las referencias de la prestadora a Ricardo Brom, uno de los topos implacables que tenemos en LNData. Confieso que trabajar con el apoyo de esa sección que desarrolló LA NACION hace más de 10 años es jugar con ventaja; es como salir a la cancha, al menos, con uno más.
En la madrugada del miércoles, un auto me pasó a buscar; eran las 4, madrugada. Venía Gerardo Viercovich, un reportero gráfico dispuesto a pasar lo que quedaba de noche en un estacionamiento. Claro, yo tenía encima el ADN de la empresa que ya me había preparado Ricardo. De ahí que les decía eso de tener un jugador más.
Llegamos al aeropuerto de noche y recuerdo que nos pidieron las acreditaciones de esenciales en el peaje del Mercado Central. Fuimos a ese horario porque aterrizaban un par de vuelos desde Miami y otro, de Ámsterdam.
Una libretita, una lapicera y una cámara de fotos. Apenas eso; pero tanto cuando se trata de cazar una buena historia.
Amanecimos en Ezeiza y nos llenamos de testimonios, apuntes, fotos y certezas. A media mañana ya se repetía todo lo que recolectábamos y entonces, decidimos volver.
Lo que siguió fue una tarde de Redacción de las que nos hacen sentir periodistas y que se dan sólo cuando hemos atrapado una historia. Llegó, claro, el disfrute silencioso del impacto que vendrá. Una pequeña tormenta de adrenalina donde se mezclan las voces que piden un chequeo más con otras que aportan un ángulo adicional para mejorar la cobertura; el entusiasmo y el reparo que aparece como para que no nos gane la ansiedad en momentos donde hay que estar frío. Nada puede quedar suelto.
En ese momento, donde nadie conoce lo que publicaremos, intuíamos que la nota daría que hablar. En este tipo de historias, cuando se incomoda al poder o se avanza sobre un negocio o un negociado, las horas previas a la publicación son determinantes para estar firmes la mañana siguiente. Entonces, irremediablemente, los protagonistas de la noticia decidan ir por el primer reflejo: matar al mensajero. Para eso nos preparamos antes.
Era miércoles y decidimos que no podíamos esperar al domingo, se nos esfumó la opción de tapa para el berlinés. No hay caso, las noticias se imponen, y no hubo debate respecto de darla lo antes posible: a las 6, en lanacion.com.
Ya era de noche, y al filo del cierre de los cafés porteños, tuve la última reunión con una fuente que debía consultar. Estábamos en una mesa afuera y la charla fue en tono alto. El convencimiento de uno; la negación del otro. Tomé un agua con gas y dejé la plata para que la paguen mis contertulios; sentí que después de esa tensión ni siquiera podía permitir que inviten.
Eran las 2 y con Florencia Fernández Blanco, teléfono mediante, seguíamos con la edición final del texto. “Llegás”, me preguntó Gail, inquieta. “Llegamos”, le dije. Me contestó como siempre hace cuando todo está encaminado. Mi ocasional editora me mandó un último párrafo para que relea. Ni me acuerdo qué le contesté, me dormí; pero como siempre, resolvió.
A la 6 de la mañana, la nota subió a nuestra web y se conoció el escándalo de los hisopados en Ezeiza. Todo había empezado con una libreta, una lapicera y una cámara de fotos y muchas ganas de salir y mirar. Periodismo; mi pasión.