Hipocondría: a un googleo del desastre
No se necesita ningún estudio de ninguna universidad de Wisconsin para asegurar que cuanto más sepamos sobre algo, más oportunidades tendremos. El sentido común sugiere que saber da poder. Para todos menos para los hipocondríacos.
Donde la mayoría de las personas ve una fuente de consulta, ellos ven una sentencia de muerte. Google, el oráculo moderno que se define a sí mismo, es, para el hipocondríaco, su secuestrador: con el buscador padecen síndrome de Estocolmo. Googlear es tener terror a asomarse a un balcón... pero qué tentación. Vértigo, le dice Milan Kundera en La insoportable levedad del ser: "[...] El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados".
A un googleo del pánico: así vive el hipocondríaco. Un punto rojo en el brazo es el indicio de una enfermedad mortal y lo constatará en Internet, porque los resultados que digan que la piel tiene alteraciones y eso "es normal" no serán tenidos en cuenta. Sólo prestará atención a las páginas que sugieren enfermedades fulminantes. Así como un zumbido en el oído de seguro es algo muy malo y grande que se fagocita el cerebro, las manos temblorosas sólo tienen una respuesta, y es que algo falla neurológicamente.
Con el paso del tiempo, el hipocondríaco se perfecciona en el arte del googleo. Ya no buscará "dolor de cabeza + molestia luz", sino "dolor de cabeza + fotofobia". Con un autodiagnóstico de pronóstico de ataúd basado en el tipeo de síntomas irá al médico y cuando el doctor le diga que no hay razones para preocuparse, se calmará. Por unos minutos. Con suerte, días. ¿Hasta cuándo? Hasta que sienta que no está respirando "tan normal" o el estómago le haga "más ruido que el habitual" -¿cuán atento se debe estar a los sonidos de un estómago para poder establecer parámetros de normalidad? Pregúntele a un hipocondríaco-.
Como nunca alcanza con lo que dice el médico, buscará hacerse estudios. Orden en mano para hacer, por ejemplo, una ecografía, el hipocondríaco entrará en la siguiente fase, la del diagnóstico por imágenes. En esta etapa desarrolla una habilidad de incomprobable éxito que comienza apenas cruza la puerta del consultorio. Desde entonces y hasta que se vaya, hará un exhaustivo análisis del lenguaje corporal del técnico. Una mueca, un bufido o una levantada de ceja suya es claro indicio de una enfermedad letal. Aquí es donde aparece un grupo muy menor que podríamos llamar procrastinadores de la certeza. Ellos ensayan esa defensa de la que habla Kundera. Lo que hace a este hipocondríaco especial es, antes de siquiera saludar al técnico, le pide que, en caso de ver algo, no se lo diga. Aunque al instante se arrepiente: ¿y si estaba todo bien y ahora tiene que esperar al resultado?
Según un estudio, de la misma ninguna universidad de Wisconsin, hay consejos para mitigar la angustia del hipocondríaco. A saber:
Tiene prohibido ver la serie televisiva Dr. House. También Grey's Anatomy, porque no logrará conectar con las historias de amor ya que todo sucede en un hospital. -¿Cómo pueden besarse mientras hay un hombre sufriendo un paro cardíaco dos camillas más allá de la escena central?-
En caso de zapping, pase a velocidad de rayo los canales Discovery Home & Health.
En salidas sociales, evite quedarse a escuchar el final de un relato que comience "Se sentía muy bien, y de repente...". Huya. El narrador amante de la desgracia es su peor enemigo.
De los prospectos médicos sólo puede leer los apartados "Acción terapéutica" y "Posología". "Efectos adversos y contraindicaciones": contraindicado.
Si usted no es hipocondríaco pero ama a uno, nunca le diga que le recuerda a Woody Allen, aunque considere que es un halago. Allen es hipocondríaco y genial, pero sepa que de Allen los hipocondríacos sólo tienen una de las partes y es la peor: el tormento. Hacer de él una genialidad es un don de pocos. De Allen sólo quizás.
Recuerde, también, que ante la muerte de un enfermo, él hará como quien no quiere la cosa una sola pregunta: "¿Cómo empezó?" No responda. En caso de haber un silencio incómodo, eche mano al clima. Siempre en tono positivo; hable del sol, jamás de una gripe.
Pero por sobre todas las cosas jamás le diga qué es normal y qué no. El mayor deseo del hipocondríaco es razonar. Pero no puede, muy a su pesar. No le diga que lo que siente es una pavada; vivir con el constante miedo a morir no es una pavada.
Enséñele a reír con el absurdo: el humor les funciona. Dígale que lo quiere. Dígale que lo hará aunque nunca enferme.