Hilda Sabato: "No hay política si no se es capaz de generar un mensaje de futuro colectivo"
La historiadora rescata el pluralismo político y social que legó Alfonsín, y alerta sobre la "verdad única" que impone el gobierno K
Estudié historia porque quise entender el país", afirma Hilda Sabato, e inmediatamente después confiesa que su memoria, sobre todo la del período de la dictadura, es flaca y que ha llenado esos huecos con los relatos de amigos y colegas. "La memoria es caprichosa, selectiva. El período de los setenta ha sido tan traumático que tengo muchos agujeros. Creo que fue una época demasiada intensa y llena de pérdidas", cuenta quien ha hecho del estudio de la historia, el pasado y la memoria su campo de trabajo e investigación, y cuyos libros son una referencia obligada en la historiografía argentina.
Invitada a reflexionar sobre los treinta años de recuperación democrática, Sabato considera que el Juicio a las Juntas, la noción jurídica de "terrorismo de Estado" como verdad jurídica y la idea de pluralismo político y social integran el valioso legado de Raúl Alfonsín. Además, rescata que el sistema institucional con "sacudones y altibajos" se haya mantenido a lo largo de estas tres décadas, pero afirma, contundente, que las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner han achicado el campo del pluralismo político.
"La instauración de una visión monolítica y el cuestionamiento a la posibilidad de la pluralidad han generado situaciones que se fueron agudizando a partir de 2003. Son los dueños del poder, de la verdad, del pueblo y del futuro de la Argentina y cualquiera que se oponga será debidamente sancionado. Y no es sólo metafórica la sanción", enfatiza.
Esa operatoria ideológica y política, explica, se realiza a gran escala, desde el Estado pagado por todos, a través de instituciones concretas y de discursos presidenciales en los que se falsea la historia y se rescatala eliminación de la disidencia como un valor.
–¿Cómo pensar hoy el período que va de octubre a diciembre de 1983?
–No se puede pensar en la recuperación de la democracia si no pensamos en el período anterior y sobre todo en la Guerra de Malvinas. Esa guerra no sólo contribuyó de manera decisiva a la caída de la dictadura, internamente generó discusión política, produjo realineamientos impensados y, antes de la derrota, alineó a la gente de manera muy distinta a cómo estaba previamente. Antes de Malvinas estaba más o menos claro quiénes estaban a favor del gobierno militar silenciosa o activamente y los que estábamos en contra. Con la guerra eso estalla y me genera a mí un shock personal y una sensación de ajenidad en relación a mi propio país: gente que hasta el día anterior uno suponía que estaba totalmente en contra de la dictadura, a partir de Malvinas se alinea a un discurso nacionalista que, si bien no ensalzaba directamente a los militares, se sumaba a un hecho que era producto y sucedía bajo el gobierno militar.
–Raúl Alfonsín fue una de las poquísimas figuras políticas que se manifestaron en contra de esa guerra.
–Fue el único que se manifestó crítico. La derrota llevó a la activación política, pero también a realineamientos en la escena nacional y al crecimiento de la figura de Alfonsín por muchas razones, pero para mí fue fundamental el discurso laico de Alfonsín, en el sentido no nacionalista, no fanático, un discurso cívico y antiguerra. Quienes como yo estábamos en la Argentina, el período de octubre a diciembre no es un quiebre, sino una continuidad respecto de lo que sucede antes. Si bien yo no era ni soy radical, la figura de Alfonsín y su gesto con Malvinas era algo que yo quería apoyar. Era evidente que después de la derrota se venía el cambio y que finalmente nos íbamos a sacar de encima a la dictadura. Pero no sólo porque soy historiadora, sino porque soy argentina, temía y estaba casi segura de que iba a ganar el peronismo.
–Pero gana Alfonsín y esa etapa inaugural, con las primeras medidas, adquiere una potencia extraordinaria.
–Sí, una de las cosas que se ponen en marcha durante esos primeros meses es la reconstrucción de un ámbito de libertades y la instauración de la noción de derecho, de derechos humanos pero de derechos en general, como algo inalienable. Esto que hoy tomamos como un hecho de la naturaleza fue producto de una construcción política que no vino sólo de arriba, sino que fue impulsada por los reclamos desde abajo, pero que tuvo en el gobierno alfonsinista una amplitud muy grande. La otra cuestión es la del pluralismo político y el pluralismo social. La idea de la sociedad plural era algo que rompía con lo que pensábamos antes, un pluralismo que es legítimo y que hace a la riqueza de la nación y no lo contrario. Pero lo que me dio verdaderamente la pauta del cambio es cuando pasó lo que creí que nunca iba a pasar: el Juicio a las Juntas. Eso estaba mucho más allá de lo que yo creía que se podía hacer, no sólo porque el Estado, a diferencia de lo que dijo Kirchner en la ESMA, estaba dispuesto a tomar en serio la responsabilidad de lo que había ocurrido, sino porque además auguraba un cambio en las relaciones entre los militares y la sociedad argentina. A pesar de que yo hubiera preferido que se fuera más allá de lo que después se fue, ese momento de creatividad política fue decisivo y no fue anulado ni borrado por todo lo que pasó después. La noción de terrorismo de Estado como verdad jurídica, fue posible gracias a un gesto político que podía no haber ocurrido.
–Han pasado treinta años desde entonces. ¿Qué transformaciones advierte?
–Hay que pensar en la afirmación de un sistema institucional que, con todos sus defectos y desequilibrios, se mantiene en estos treinta años. Esa regularidad en la vida institucional, con algunos sacudones fuertes, se ha mantenido. Y, aunque con altibajos, también se ha mantenido la noción de que esta es una sociedad plural, socialmente hablando y todo lo que tiene que ver con la diversidad, de género, religión, identidad. Hay que acordarse de lo que fue la lucha por el divorcio en la época de Alfonsín y hoy tenemos el matrimonio igualitario y el reconocimiento en la Constitución de los derechos de los pueblos originarios, por ejemplo.
–¿Cree que en estos años se ha achicado el campo del pluralismo político?
–Esa idea de pluralismo político que en los primeros años de recuperación democrática se había empezado a afianzar –además había un peronismo que había ingresado en la etapa de la renovación y hablaba la misma lengua– daba la sensación de que el sistema político también había cambiado para siempre. Pero demostró que no fue tan así. Aunque las elecciones del domingo pasado en este sentido abren nuevas perspectivas, durante los gobiernos de los Kirchner el mensaje fundamental desde arriba es que hay una sola verdad política y los que no están de acuerdo con esa verdad política, están afuera.
–¿En qué se ancla esa operatoria?
–El gobierno kirchnerista, sobre todo en las presidencias de Cristina, ha querido y ha sabido armar un aparato ideológico que se manifiesta a través de la creación de mecanismos concretos como programas de televisión, medios, instituciones, museos, exposiciones. Hay una construcción ideológica muy fuerte que además tiene una escala inédita en estas últimas décadas. En esa operación, el pasado ocupa un lugar. El tipo de rescate y reconstrucción ideológica que se hace y la construcción de la memoria – porque no hacen historia sino memoria– se hace para reforzar determinados valores.
–¿Cuáles son esos valores?
–Cuando Cristina dice que se identifica con Encarnación Ezcurra en la Revolución de los Restauradores –que fue la revolución a partir de la cual el rosismo elimina no a los unitarios, sino a sus enemigos del federalismo– habla del rescate de una noción de unanimidad política como un valor positivo frente a cualquier intento de disidencia ya no sólo respecto de otros partidos, sino de los propios. Cuando se hace una muestra en el Palais de Glace sobre las figuras de la tradición nacional y popular y en uno de los espacios había que pegarle con una pelota al gorila, eso no tiene nada que ver con la historia. En el rescate de la Vuelta de Obligado como una gesta nacional, se rescata el nacionalismo más ramplón. Es la idea que tiene una larga prosapia en nuestra historia: que los de afuera siempre están esperando para destruirnos y que siempre hay un héroe nacional que va a contrarrestar esto. Pero también hay otra cuestión con la historia.
–¿A qué se refiere?
–A cómo un gobierno como el actual crea una institución como el Instituto Dorrego por decreto, con la misión explícita de "decir la verdad histórica" y bajar la línea "verdadera". No es un instituto del Frente para la Victoria, sino el Estado el que impugna toda la producción historiográfica rica y diversa que se ha hecho a través de las universidades y el Conicet en estos treinta años y que también es producto del desarrollo de los campos científicos.
–Todos los gobiernos de alguna manera construyen un relato, moldean mitos y construyen su altar de santos y traidores. ¿Qué es lo que el kirchnerismo ha hecho diferente?
–Este gobierno hizo lo que no hizo ni Alfonsín, ni De la Rúa, ni Menem, que es tomar el pasado y armar un operativo de construcción ideológica, consciente, fuerte y destinado a construirse como la única alternativa popular, nacional y democrática en la Argentina. Crean un relato mítico en el cual ellos vienen a culminar una obra siempre frustrada que empieza en el siglo XIX, con personajes que siempre fueron derrotados por las fuerzas del mal. Y entonces enlazan una serie de figuras que culminan en ellos.
–¿Cómo lee la omnisciencia del peronismo en la vida política de la Argentina en estos treinta años?
–Evidentemente, el peronismo se ha construido como una constelación que lograr mantener en su seno posiciones políticas muy diferentes, con algunos rasgos que son comunes y que tienen que ver con estilos y una tradición de funcionamiento político, y sobre todo, con la capacidad de mantenerse en el poder y que atrae como un imán a muchas de sus partes en una especie de ejercicio de autorreproducción que para mí es un misterio. Pero hay algo interesante para marcar y es que no hay política si no se es capaz de generar un mensaje de futuro colectivo. La política no es sólo eso, es mucho más y requiere de una ingeniería cotidiana, redes, aparatos, cuadros y organización, pero si no es exitoso en transmitir una idea de futuro colectivo, a la larga fracasa. La política es la mediación que permite que sectores diferentes se encuentren en una imagen de futuro compartido.
–Usted quiere decir que el peronismo ha sido exitoso en eso.
–Lo hizo Perón. Lo hizo Alfonsín. Menem también lo hizo cuando propuso un futuro, el de la modernización. Y Kirchner lo hizo magistralmente cuando asumió. Además de una feroz crisis económica, política y social, el 2001 fue una crisis de representación y Kirchner cortó con eso: generó una idea de futuro y de salida de la crisis, y recreó con sus primeras medidas una cierta idea de colectivo y de futuro.
–¿Cuáles cree que serán las huellas que dejarán los doce años de kirchnerismo?
–Hay tres marcas que me preocupan. Una es haber vuelto a la idea de una sola verdad, a la erosión de la noción de pluralismo político, a la idea de un único relato hacia atrás y un único camino posible. Es la famosa batalla cultural que deja huellas en la manera en la que se han construido las nuevas universidades, en las formas en las que están dirigidos los museos, en cómo se han tramitado la memoria de la dictadura y en cómo se les cuenta la historia a los chicos en los libros de texto. Ahí hay una manera de mirar el mundo que ha penetrado en distintos sectores, sobre todo en los jóvenes que creen que militancia es estar en contra de todos lo que no piensan como uno. Otro es el legado material y el problema del Estado, las cuentas públicas, el Indec, las universidades. Es un Estado que ha crecido, que se fue agrandado a partir de la incorporación partidaria, que está corrompido, en el sentido de que no cumple las funciones que tiene que cumplir. Y la otra es que con todo el dinero del que dispuso no se ha modificado la estructura económica argentina de fondo; han bajado la desigualdad y la pobreza, pero están ahí. Y este gobierno ha tenido más dinero que ningún otro en la historia argentina. Ésta ha sido una enorme oportunidad de transformación desaprovechada.