Hermann Hesse. Un escritor serio de espíritu adolescente
Los libros del escritor alemán, ícono de una época, se siguen publicando con sorprendente regularidad. Retrato de un autor que buscaba el absoluto y todavía da respuestas a las nuevas generaciones de lectores
No es necesario ser especialista para notar el vaivén del prestigio de Hermann Hesse: venerado y despreciado de acuerdo a la época. Aún hoy, al hablar de su obra suelen aparecer en sus lectores dos expresiones opuestas: la de una vieja pasión adolescente, o por el contrario, la de cierto desdén nostálgico. Al mismo tiempo es uno de los autores alemanes más leídos del siglo XX. Sin ir más lejos, la publicación en los últimos meses de Cuentos selectos y de los relatos El último verano de Klingsor y Alma de niño –y la permanente reedición de sus libros más clásicos– reavivan la pregunta acerca de su vigencia.
Es curioso, la obra de Hesse parece seguir el destino tumultuoso que le tocó vivir al escritor desde su infancia. "Ser poeta o, si no, nada", escribió a los 13 años. Pero tuvo que hacer de todo antes de alcanzar ese futuro. Pasó por varias escuelas, lo expulsaron. A los quince años, intentó suicidarse. Trabajó en un taller de construcción de maquinarias, en una fábrica de relojes de campanario y en varias librerías. Además tuvo que imponerse sobre una estricta educación cristiana, sus padres eran religiosos ascetas que querían el mismo destino para su hijo. Para colmo, los primeros libros de poemas que publicó no tuvieron éxito; solo unos pocos notaron su talento, como Rainer María Rilke.
La trama que se formó entre la vida y la escritura de Hesse construyó un camino de ida y vuelta que alimentó tanto sus experiencias como sus historias. Dicho más simple, la persistencia del escritor por empezar de nuevo cada vez en búsqueda de su futuro también aparece reflejada en sus narraciones. Todas sus novelas son, en el fondo, bildugsromans, novelas de formación. La primera de ellas es Peter Camenzind (1904) y cuenta la historia de un poeta que hace un largo recorrido por el campo para, al fin, volver a su hogar.
En apariencia, la lectura de Hesse quedó en el tiempo. Al principio el escritor Gustavo Nielsen dice que recuerda poco de las dos o tres novelas de este autor que leyó en la adolescencia. "Las busqué en mi biblioteca y ni siquiera las encontré. Tengo la vaga impresión de que le subrayaba las partes que me servían para contestarles a los curas de mi horrible colegio marista de Morón como primeras armas en mi ateísmo combativo. Deduzco que me sirvió y hoy me da una especie de ‘cosita’ haber extraviado esos libros, como si hubiera descuidado la mejor parte de mi adolescencia, la de empezar a pensar por mi cuenta. De todas maneras los recuerdo como libros enigmáticos. Demian es como el Roderer de Martínez; alguien que uno quisiera y no quisiera, al mismo tiempo, tener por amigo. Son libros que me transmitieron rebeldía, lo inverso a la autoayuda: libros para salirme del sistema. Nunca aceptar nada como viene. Romper lo establecido para ganar fuerza (una fuerza que no siempre sirve). Pero los perdí. La película Sal del colombiano William Vega termina con este textual: ‘¿Para qué quieres un padre? Tú le llamarás desgraciado y él te dirá desagradecido. Esa es toda la relación’. Me parece una frase poderosa para cerrar mi capítulo Hesse, el padre que te enseñó a rebelarte y te dejó solo, y vos regalaste sus saberes a cualquiera, los vendiste por moneditas o los extraviaste en el estante del olvido", dice el autor de, entre otras novelas, El corazón de Dolly.
De ahí que Hesse convoque a los espíritus jóvenes. "Tiene novelas que son paradigmáticas de lo que significa la adolescencia, asomarse al mundo, la relación con los adultos. Son novelas de tipo simbolistas. Todavía son referencias importantes. Cuando se las lee desde una perspectiva adulta se ven los hilos ideológicos, pero esa misma desnudez las hace muy intensas", dice el escritor Guillermo Martínez, que también lo leyó en su adolescencia.
Sea como fuere, los que tuvieron la suerte de encontrarlo en momentos de incertidumbre ya saben la sensación de descubrimiento que engendran personajes como Harry Haller, el protagonista de El lobo estepario, la novela que describe el conflicto entre los valores de la sociedad burguesa y la realización de un individuo, y muestra la madurez de su estilo. En ese sentido, a uno de sus grandes lectores argentinos, Abelardo Castillo, le gustaba decir que Hesse era un escritor serio porque mantenía su espíritu adolescente. "Yo me identifiqué con Harry Haller a los 17, a los 45 y a los 70. ¿Qué hay en ese personaje y en ese libro? Algo esencial, que tiene que ver con la búsqueda perpetua de un absoluto y con las preguntas permanentes que se plantea Hesse", dijo en una de las últimas entrevistas que dio a La Nación.
La turbulencia en la vida personal de Hesse no logró que dejara de lado su necesidad de buscar respuestas a las cuestiones inherentes a la condición humana. Viajó desde su Calw natal, en la selva negra al suroeste de Alemania, para primero visitar Italia; luego la India. Así halló la inspiración espiritual necesaria para construir su estilo. Ese rasgo adquiere una fuerza particular en Demian, la novela de tono psicoanalítico que escribió luego de su experiencia personal con un discípulo de Carl Jung. Y es central en Siddartha, donde crea un Buda mejor aun que el original.
Hay algo efervescente en las historias del escritor suizo-alemán que les da un carácter juvenil y las vuelve la lectura perfecta en esos momentos en que cualquier regla es un límite a cruzar. Sin embargo, su obra excede los límites de esa etapa de la vida. Al menos eso piensa el joven escritor Martín Felipe Castagnet. "Leí a Hesse solo durante la adolescencia, pero no me parece que haya una correlación obligatoria; la edad de los lectores depende más del mercado y de tu círculo de amigos que de presuntas características literarias. A mí me sigue interesando la crudeza de la primera parte de El lobo estepario, donde Hesse realmente se pregunta si hay algo por lo que seguir viviendo; también su última novela, El juego de los abalorios, como una de las obras que mejor ayudan a pensar Internet antes de Internet, contemporánea de la ficción especulativa de Borges", dice el autor de las novelas de ciencia ficción Los cuerpos del verano y Los mantras modernos.
Hesse fue un pacifista mientras el resto celebraba la Primera Guerra Mundial. Se opuso y lo tomaron en broma. Se radicó en Suiza, y persistió. Se casó tres veces. A pesar de que su última esposa era judía y Hesse actuó desde la neutral Suiza en favor de los opositores, lo acusaron de apoyar al régimen nazi. Sin embargo, ayudó a refugiados alemanes como Bertolt Brecht y Thomas Mann, quien sería su gran amigo. Al fin, en 1943 fue incluido en la lista negra ya que se negó a censurar las partes en las que abordaba el antisemistismo en su novela Narciso y Goldmundo. Así su obra pasó a la clandestinidad.
De esa experiencia convulsionada nació El juego de los abalorios que fue una de las claves para el Premio Nobel de Literatura que le otorgaron en 1946. Precisamente esta es la novela que también rescata Martínez: "En esa novela todavía aparecen cuestiones de imaginación interesantes, la idea del juego, la idea de una sociedad del futuro. Los simbolismos están dados en la confrontación contra el mundo actual materialista y consumista", dice el autor de, entre otras, Acerca de Roderer, la novela aludida antes por Nielsen.
No es casualidad que los libros de Hesse circularan con intensidad en Argentina en la década de 1960, junto al auge del movimiento hippie y pacifista; para reaparecer con inusitada vehemencia en los años 90. Una clave podría hallarse en la profundidad espiritual de este poeta rebelde, criticó de la sociedad, idealista y torturado. Sus historias resultan escudos contra cualquier intento conservador por domesticar el espíritu.
Viejas nuevas preguntas
A decir verdad, frente al escepticismo contemporáneo hay quienes eligen una manera nueva de leer la obra de este escritor. Es el caso de Castagnet: "Se piensa que los consagrados están salvados, cuando por lo general, salvo pocas excepciones, son los primeros en envejecer. El éxito los vuelve de piedra, así que por lo general los adolescentes, ávidos de lecturas, son los únicos que los leen (siempre y cuando no sea dentro del aula). Cuando se publicó El lobo estepario fue vituperada por sexo y drogas, y recuperada por eso mismo; ese acercamiento novedoso es lo mismo que hoy puede hundirla (ya que nos resulta viejo) y es lo mismo que la acerca a la adolescencia (ya que todavía es nuevo). Lo que más envejeció de su obra es la lucha dialéctica entre lo material y lo espiritual; la solución sincrética de Hesse, novedosa en la sociedad de su época, hoy está tan aceptada que se solapa con los libros de autoayuda, que venden esa idea como nueva, y encima masticada. Juzgar a un libro de otro siglo por lo que le falta y no por lo que tiene solo debería servir para pensar lo que falta escribirse hoy; nunca como tribunal inquisidor. A todos los libros les falta una pieza, y es en ese hueco donde germinan los libros futuros".
En el fondo, la fuerza de Hermann Hesse parece radicar hoy en esa sensación que trasmiten sus historias, ese descubrir las preguntas viejas que aún son capaces de interpelar el presente mejor que cualquier novedad