Hecho con sus propias manos: el auge de las tiendas-taller de ropa
Impulsados por la pandemia primero y estimulados por la revalorización de lo artesanal después, muchos espacios ligados a la moda siguen el ejemplo de la gastronomía y muestran la “cocina” tras las prendas y accesorios
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Así como es más frecuente que los restaurantes trabajen con sus cocinas a la vista y, de hecho, las exhiban ante sus clientes con todo lo que ello implica –al dar cuenta de los tiempos, los ingredientes y los modos de hacer–, lo mismo está pasando con la moda. Cada vez son más las marcas de indumentaria, calzado y accesorios que deciden vincular sus talleres a los espacios de venta. Por ende, al público.
Este cambio puede tener que ver con una estrategia comercial (de acuerdo con la premisa económica de maximizar los beneficios en el tiempo de la pospandemia) aunque, además, se lo puede leer en línea con el imperativo de la transparencia.
Así como aumenta la cantidad de personas que quieren saber cómo está elaborada la comida que consumen, algo similar comienza a pasar con la vestimenta. Básicamente por dos cuestiones: por un lado, el placer que da el entendimiento del “saber hacer” incorporado en cada uno de los oficios. Y, a su vez, la necesidad de conocer cuáles son los materiales y las condiciones laborales, por lo tanto, humanas, implicados en la hechura de la ropa. En este panorama, se destacan Eugenia Katz de, justamente, la marca Las Katz; Sylvie Geronimi de la firma homónima de zapatos; y Vicki Otero, pionera entre los diseñadores de autor, que ya lleva 20 años en la escena fashion local.
Un refugio
La historia se remonta a 2008, cuando Eugenia Katz fusionó su emprendimiento de bijoux con el de carteras que tenía su hermana. Esa fue la génesis del primer lugar de trabajo conjunto, con la meta de crear una colección cuyo destino fue Japón. Se instalaron donde antes había funcionado una antigua tintorería, en la calle Bonpland, en el barrio de la Chacarita.
Aprovecharon la estructura original de las dos vidrieras, a las que sumaron mesadas transversales para desplegar sus saberes, a la vista de los visitantes. Ese fue el espacio donde la creadora buscó resguardar los materiales que venía acopiando en ferias y viajes, con la sostenida certeza de que un día los reutilizaría. Así nació la tienda-taller, que al principio solo abría los viernes a la tarde, momento en el que además de comprar, las clientas se encontraban y disfrutaban de las tortas que hacía la mamá de las Katz.
“Se transformó en un lugar de trabajo, ventas, exposición y reunión”, resume Eugenia, catorce años después de haber comenzado la aventura. “Sostuvimos el espíritu del refugio”, añade y revisita qué pasó durante los dos últimos años en este sitio mágico, atiborrado de tesoros minúsculos, algunos desperdigados en el tablero y otros meticulosamente protegidos. Aros, collares, pulseras y prendedores conformados por elementos retro ensamblados con otros contemporáneos, que inevitablemente se vinculan a los deseos y a las identidades que convocan a la legión de fanáticas que sigue a la firma.
Saber hacer
Entrar a la boutique atelier instalada sobre Uriarte a metros de avenida Santa Fe, en cercanías a Plaza Italia, es un viaje en el tiempo para poder conocer uno de los oficios más ancestrales del mundo. En ese sitio de techos altos y vitraux originales, la zapatera Sylvie Geronimi, hija de madre argentina y padre francés, eligió asociar el espacio de confección de calzado con el local de venta a la calle.
¿Cómo se dio? Pasó durante la primera parte de la pandemia, cuando la actividad entró en un impasse y eso hizo que la diseñadora, formada en L’École de la chambre syndicale de la haute couture parisienne, no tuviera otra opción que aprovechar el taller que había quedado vacío y reorganizar a la distancia el trabajo de los artesanos que intervienen en la realización de cada uno de los pares. Dicho y hecho: en la primavera de 2020, en coincidencia con un momento de crecimiento y reestructuración de la firma, se animó a dejar la tienda que tuvo por más de una década en la calle Guido, para instalar una nueva versión en Palermo, donde legendariamente funcionó el lugar de diseño, cortado y terminación de zapatos.
Así es cómo invita a que las compradoras puedan curiosear en el desarrollo pormenorizado de sus icónicas botas, balerinas y sandalias expuestas en la vidriera. “La gente tiene que entender que es un trabajo hecho a mano, en la Argentina, con diseño propio”, afirma Geronimi. Y en la era donde todo se vuelve instagrameable, sostiene la importancia de ver el zapato en vivo y en directo.
“Esa tendencia creciente, la de las tiendas en las que se muestra el oficio, es a lo que aposté siempre”, enfatiza. Así lo procuró mostrar en la exhibición El arte del calzado, que hizo primero en la Alianza Francesa de Buenos Aires y luego en París. “Algo muy marcado en mi identidad”, sintetiza.
Fuerza colectiva
Tras haber transitado alternativamente las vicisitudes de los diferentes formatos (local a la calle y showroom) individuales o compartidos, y después de haberse instalado en San Telmo y Palermo, esta vez, Vicki Otero no sólo adhiere a la idea del espacio donde los saberes y la instancia de venta se unen, sino que, además, levanta la apuesta y lo hace en el marco del trabajo colectivo.
Recientemente mudada a la avenida Elcano, ahora se suma a Gloria gráfica, el proyecto comunitario conformado en su mayoría por propuestas de ese rubro, siendo Otero la única abocada a la indumentaria. Y es ahí donde, justamente, vende Industria Argentina, la línea que honra el legado familiar de la sastrería, con hilvanes visibles y mangas voluminosas, sello indiscutido de la diseñadora que en ese mismo lugar montó una mesa de trabajo donde comienza a darle vida a sus prendas.
¿Cuánto tuvo que ver el factor económico? “No fue lo definitorio –reflexiona–, sino que lo que hizo que llegara hasta acá fue la idea de convivir con otros y estar en un ambiente de trabajo constante”, explica. ¿Qué se gana? “Tiempo, energía y mayor intimidad con la persona que viene a hacerse la ropa”, subraya y asume que le resulta más placentero que estar en un local esperando a que lleguen los clientes. “Le agrega otro condimento; poder estar produciendo, haciendo moldes, cortando”, esgrime. Y alude a la sinergia creativa que define el propósito del sitio, que suele ser visitado por la exposición permanente de afiches callejeros, las muestras de cine y las presentaciones de libros. ¿Lo próximo? Están pensando en hacer productos que sean intervenidos por todos los realizadores que forman parte del espacio.
Aunque Gaba Najmanovich, consultora estratégica de tendencias, asegura que el hecho de tener una clientela privada y que los diseñadores compartan el lugar de trabajo con el de venta, es algo ya conocido –en sintonía además con el boom de los showrooms que se dio en 2010 y que todavía se mantiene–, sí destaca un retorno a revivir los oficios, volver a lo artesanal y darle importancia a la transparencia. “Tiene sentido abrir la ventana de la producción y mostrar cómo es que se dan estos procesos”, indica.
A su vez, la creadora del newsletter Exprimido de tendencias asegura que esto comenzó a pasar en los últimos años con el auge de la red social Instagram, y en consonancia con las marcas que comenzaron a responder a la pregunta “¿quién hizo mi ropa?” (promocionada por la organización Fashion Revolution). En consecuencia, a mostrar cómo se hace la vestimenta, qué hay detrás de una colección. “Este modelo, el de la tienda- taller, se vio fortalecido durante los momentos más álgidos de la pandemia, cuando muchos se encontraron forzados a cerrar su local y decidieron armar un espacio alternativo para la venta, en sus lugares de trabajo o donde viven”, asevera. “Podríamos decir que es el lado B del home office”, profundiza
Najmanovich destaca que la puesta en valor del oficio que está implicado en la realización de cada objeto, es un recurso al que recurren las firmas para justificar cuánto sale y mostrar qué representa ese artículo en una coyuntura donde la automatización se hace cada vez más presente. “El objeto producido por un humano –un experto, como puede ser un bordador o una costurera– se empieza a convertir en un ítem de lujo; es más caro el realizado por un artesano que por un robot que hace un montón de otros productos en paralelo”, aclara.
A esto se suma la posibilidad de personalizar la experiencia, considerando que no se trata solamente de la prenda o el accesorio en sí, sino también de la modificación en la compra, que va más allá de lo transaccional e incluso puede referir al entretenimiento. “Cuando la adquisición virtual es por default, el cliente trata de resolver de forma conveniente y veloz. Por eso, si va al local, exige mucho más de lo que exigía en el pasado”, concluye.