Hebe Uhart. "Viajar sirve para darte cuenta de cómo sos. A mí me gusta viajar, pero me gusta volver"
La escritora, que acaba de ganar el Premio Iberoamericano Manuel Rojas, en Chile, describe la disciplina que demanda la no ficción y afirma: "Un escritor tiene que aprender a acompañarse a sí mismo"
Como un personaje más, Hebe Uhart cuenta historias frente a la mesa de su departamento de Almagro donde da talleres de escritura ya legendarios. En su manera de decir sencilla, los giros de astucia inesperados vuelven entrañable lo que nombra. Se muestra contenta con el Premio Iberoamericano Manuel Rojas que acaba de ganar, pero eso sí, no le da demasiada importancia: “Crítica buena tuve siempre, desde los primeros libros que saqué de joven. Era más difícil publicar en ese tiempo. No recuerdo haber tenido críticas malas, me gustaría”.
Lo primero que llama la atención en sus cuentos y novelas cortas es la simplicidad de lo cotidiano que, en su voz narrativa, se vuelve capaz de contener la fuerza de la vida, del amor, de la muerte. Basta leer “Guiando la hiedra” o “Señorita” para comprender la revelación. Uhart tiene razón: ya no es una escritora marginal. Su ficción imprescindible publicada en Relatos reunidos (Alfaguara), ganó el premio a la creación literaria de la Fundación El Libro en 2010 y, unos años más tarde, los demás cuentos, por entonces inhallables, se publicaron en El gato tuvo la culpa (Blatt & Ríos). Un reconocimiento editorial tardío y necesario.
Con las azaleas y hiedras de su balcón de fondo, la mejor cuentista argentina, como dijo alguna vez Rodolfo Fogwill, habla de su amor a los animales, el tema del libro de crónicas y semblanzas que saldrá publicado este año. “Los animales están muy presentes en la vida de las personas. Me interesa la inteligencia animal, que es extraordinaria; tienen particularidades individuales como nosotros. A 40 kilómetros de Santa Rosa hay un ornitólogo, Miguel Santillán, que tiene una casa detrás de una floresta erigida en 1947 y nunca jamás pintada. Me recibe con una tabla de carne y fruta toda picadita, es para las aves; van todas a un árbol y tres veces por día les da de comer. Les da carne picada de primera calidad desgrasada. Y los chimangos, caranchos de la laguna, que está lejísimo, se vienen a ese árbol porque deben haberse contado que él da de comer”.
Es claro: lo suyo es el movimiento, en la vida y en la escritura. Desde hace treinta años, Uhart coordina un taller de escritura. Una de sus alumnas, Liliana Villanueva, tomó nota y reconstruyó la experiencia de escucharla en Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015). Podría haber seguido haciendo lo que sabía. Pero, en cuanto intuyó que dominaba el relato breve con destreza, lo dejó atrás para explorar el territorio desconocido de la crónica. Sus viajes la llevaron por pueblos perdidos de América Latina; una vez más, Uhart escuchó con ese oído total que ya es un sello personal, y trazó un mapa nuevo en la serie de crónicas publicadas por Adriana Hidalgo -Viajera crónica, Visto y oído, De la Patagonia a México y en 2016 De aquí para allá, su recorrido por pueblos originarios de toda la región.
¿Qué descubre en los viajes que no encontraba en la ficción?
De repente, descubro visiones distintas a través del lenguaje que la gente plantea. Voy viendo particularidades locales, voy viendo lenguajes. Se amplía el panorama de lo que es América Latina, la comprensión de las personas. También lo he hecho leyendo, que es otra forma de viajar. Por ejemplo, en el pueblo de Diamante a la hora de la siesta llego y me voy a la orilla del río, veo una señora sentadita y entonces pregunto obviedades, le digo: "¿Usted es de acá?" Tiene una sillita y me dice: “Sí, estoy sentada a favor del río” y sigue: “¿Ve? Del otro lado está Coronda y a la noche miro las estrellas, viera cómo loquean”. Es hermoso porque al decir que loquean está implicando una visión distinta, es decir, ella las ve como un universo móvil. En Victoria, cerca de Diamante, fuimos con unas señoras a una laguna y pasamos por una especie de capilla que una de ellas cuidaba. Le digo: “Qué lindas sus plantas”, y me contesta: “Mucho han guapeao”. Yo pensé que un guapo era alguien con un cuchillo. Para ellas, ser guapo es resistir. Aprendo cosas del lenguaje o de formas de pensar. A veces me han dado una lección.
¿En qué sentido lo han hecho?
La lengua de acá, del Río de la Plata, es fuerte. Estaba en un pueblo chiquitito de campo, Irazusta, donde te reciben todos en sus casas. Y había un chico que le estaba hablando a una vaca. Y yo, mala, quería que la dueña de la casa donde vivía me dijera que ese chico era oligofrénico. Yo no me acerqué mucho, el chico hablaba largo con la vaca, qué sé yo que le decía, y me dijo: “Pobrecito, es faltito”. Acá decimos oligo, el lenguaje nuestro es fuerte. Y, en Río de Janeiro, había un negocio de novias y las madrinas tenían trajes. ¿Viste los dibujos de las nenas de siete años, que hacen una pollera y le ponen mariposas y flores? Bueno, era una cosa así. Yo quería hacerle decir a la empleada que era recargado. La respuesta fue tajante: “¿Y acaso el matrimonio no es una ilusión?”. Muchas veces me encuentro con la horma de mi zapato.
Suele decir a sus alumnos del taller: “A mayor libertad de pensamiento, mayor disciplina”.
Eso se lo saqué a Nietzsche. La disciplina asociada a la libertad implica que cuanto más alto volás más disciplinado tenés que ser. Cuanto más ficción hacés, más control tenés que tener para que resulté verosímil porque se te va al disparate.
¿Y es necesaria también la disciplina al escribir no ficción?
Sí, otra disciplina. En la crónica hago una mezcla que queda más o menos unitaria, concilio la parte histórica con la real. Las pautas te las da el material y el material siempre es nuevo. Cada crónica es distinta porque me crea una nueva forma de encararla. Es como las personas, cada una crea una forma de acercarme. Con la práctica se aprende a acercarse a las personas. Acercarse a las personas quiere decir no lesionarlas, hablarles de cosas que tengan que ver con ellas. Como ahora que estoy haciendo animales y gente. Me voy a la plaza de Almagro y me encuentro con personajes. Había un dueño desaforado, el perro era como él, ¿viste que se parecen? El perro no sabía si correr a las palomas o ir detrás de otros perros. Y él parecía un personaje de esos que hace mil oficios y los deja todos.
Justamente, el humor aparece en muchos de sus relatos.
En la vida de la gente hay cosas que me producen gracia, me gusta lo que veo. El humor es un resto. También me he reído de mi misma. No todas las crónicas me salen bien. Una vez llegué a Tapalqué, cerca de Azul, y en la estación de micro no había nada, sólo un señor que estaba hablando con la chica de la boletería. ¿Viste que se nota cuando hace mucho tiempo que alguien está hablando? En ese tiempo estaba buscando refranes porque un señor de Pergamino me había dicho que Tapalqué engendraba refranes. Uno te lleva a otro. Les pregunto si había algún hotel y me contestan de mala gana que no. Entonces ahí, nerviosa y ridícula, les digo: “A mi me dijeron que este es un pueblo que engendra refranes”. Y me dice muy negativo: “El que le dijo eso estaba mamado”. Y la chica, más gentil, me dice que podía ir a la casa de una mujer. Voy y era una casita limpita, blanquita; una señora alegre me pregunta si yo iba por comercio. Le digo: “No, refranes”. Me miró con una cara de desolación como si le hubiera dicho drogas. Me dice: “Yo de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa”. Para decir algo, ya consternada, le digo: “¿En qué trabaja, señora?”. Y me contesta: “En mi casa”. Me fui en taxi a un café y el taxista: “Hábleme bien de este lado que soy duro de este oído”. Transcribí todo y me rajé para Azul esa misma tarde. ¿No es gracioso?
Sus historias en apariencia comunes muestran una capacidad extraordinaria frente a las sorpresas de la vida.
Lo que pasa es que la crónica, como la definió Caparrós, es la voz de los que no tienen voz. Voz tienen los políticos y los artistas, la gente mediática. La crónica es ir a buscar gente que no está registrada ni por el periodismo ni por la televisión, que lleva una vida común y eso es interesante. La crónica hace que te intereses por seres, paisajes o situaciones que antes no te interesaban. Esa mirada lo vuelve interesante.
¿De qué manera logra captar lo extraño en personajes que el resto ve como convencionales?
Un escritor está siempre en sus personajes, te tenés que colocar un poco en el lugar del otro, sino no podés comprenderlo.
¿Y qué piensa de la literatura del yo, más centrada en lo autorreferencial?
No creo que sea aconsejable hablar siempre de uno mismo. Hay una escritora norteamericana, Lydia Davis, que he dado en talleres, que habla del yo epidérmico. Es el yo de todas las dificultades, el yo más inmediato. Siempre estás disconforme porque la silla es dura o porque las mangas son largas o el agua no hierve cuando vos querés. En los talleres digo que hay que tratar de superar esa disconformidad, sino no podés escribir. Si te molestan muchas cosas, estás siempre pensando en lo que te molesta, ¿sí o no? Estás pendiente de todos esos pequeños detalles. Es decir, tenés que olvidarte de lo que te hacen las cosas a vos.
¿Cómo se supera esa dificultad?
Una se acostumbra a eso. Flannery O’Connor hablaba de un estado de ánimo a media rienda. No estar ni demasiado exaltado ni deprimido. Es decir, las personas que tienen grandes oscilaciones de humor tampoco pueden escribir. Un deprimido no puede escribir porque eso se contagia al material, ves todo gris. Si estás demasiado exaltado, ves todo extraordinariamente importante, y no es todo igual. La mayoría de las cosas que sirven para escribir, sirven para la vida. Lo que tiene que aprender un escritor es a acompañarse a sí mismo.
¿En qué consiste ese acompañamiento?
Acompañarse a sí mismo es esperarse. Pensar: “Ahora no me sale pero después a la tarde me va a salir. Voy a esperar y me va a salir”. En realidad el que escribe son dos: uno que tiene el material y otro que acompaña. Puede acompañarse bien o rebelarse. Todos tenemos obsesiones parciales. Si me agarra la obsesión, yo no escribo. Lo mismo ocurre con cualquier actividad de la vida. Pensás: “Me baño a la mañana o a la noche”, “con ducha o inmersión”. Esa actividad mental eterna nos come un montón de vida, ¿sí o no? A mi me come un montón de vida; cada vez que tengo que pasar un texto a la computadora hago ese proceso. En verdad, el asunto es empezar. Detrás hay aprehensión, hay miedo, por eso lo vas postergando. Lo mejor es ir, lanzarse y hacer algo. Sino te quedás meditando una vida.
Resulta curioso que prefiera la acción frente a la meditación a pesar de su formación en filosofía.
Bueno, no sé en qué medida la filosofía puede tener que ver con la obsesión. No, la filosofía no tiene que ver con la obsesión. La obsesión es lo que te pone los dos extremos, vos te perdés el medio. Te quedás en ese, me baño o no me baño, me siento o no me siento, como ensalada o papa. Bah, bah, bah. Más o menos es igual todo, salvo lo que te haga mal,¿sí o no?
¿De qué modo juegan las obsesiones en su escritura?
No sirve en la escritura porque en la escritura tengo que estar pensando, en una crónica, en algo que leí, vi o visité. No rinde la obsesión. Por ejemplo, todo lo que se plantea en relación a los géneros tiene que ver con eso, te preguntan qué es lo que escribís. ¿Y qué importa? Llamale género chorizo, no importa, todo el tema de los géneros se presta a la necesidad de encasillar, siempre te va a llevar a un desastre. Dejá abierto y dejá fluir. Eso también tiene que ver con definir un género antes, vos hacés lo que te parece, después el género se definirá, se dirá. Ahora los géneros se están mezclando todos.
¿Y cómo va aprendiendo a escribir?
La escritura es algo comunicable. Creo que tiene razón Mansilla cuando dice que la mayoría de los argentinos no valoran lo que escribe Fray Mocho y prefieren a los españoles que escriben de manera más retórica, más lindo, ¿viste? Yo suscribo lo que escribe Fray Mocho porque escribe como habla y yo escribo como hablo. Ese es el estilo argentino, escribir más cerca de lo que se habla. Es interesante: Mansilla inaugura el estilo argentino de decir lo que le parece. Es una linda cosa nuestra de desprejuicio, que sé yo, de no mirar con prejuicio.
En ese sentido, ¿reconoce su obra como argentina?
Puede ser que yo haya asumido que soy de acá. Coetzee dice que nuestros modelos en literatura son todos europeos, nosotros somos indianos, somos coloniales. Ellos son el centro del universo y nosotros somos de afuera. La prueba está en que cuando la gente va a Europa no se permite dormir la siesta ni ebria, ¿sí o no? Viajar te sirve para darte cuenta de dónde estás parado y de cómo sos. A mi siempre me gustó viajar, pero siempre me gustó volver.
Biografía
Hebe Uhart nació en Moreno, provincia de Buenos Aires, en 1936. Estudió filosofía en la UBA, fue docente y desde hace 30 años da un taller de escritura. Es autora de relatos breves y crónicas de viaje. Escribió, entre otros, Relatos reunidos, Viajera crónica, Visto y oído y De aquí para allá.
LA FOTO. Hebe Uhart elige la regadera que usa todos los días en su balcón, un universo que también retrató en sus cuentos.