Haz lo que yo digo...
Alguien debería hacer un tratado sobre la curiosa relación entre la realidad y las cadenas nacionales que la Presidenta se siente obligada a ofrecer. Haría un aporte inestimable a la ciencia política y a la psicología. La primera se vería enriquecida por el análisis de las frases dichas a conciencia para obtener determinados efectos. La psicología, por el estudio de las digresiones que los aplaudidores suelen celebrar con mayor énfasis, importantes también en la construcción del relato que sirvió de velo para ocultar tanto la realidad como los verdaderos afanes de quienes en estos años disfrutaron de su temporada en el poder.
La frase con la que Cristina cerró su discurso del miércoles por el Día del Veterano de Malvinas podría beneficiar a ambas disciplinas. "La patria siempre es el otro", dijo antes de abandonar los micrófonos para tener su fiesta privada con los militantes en los patios internos de la Casa Rosada. Curioso concepto en boca de quien no ha tenido, desde el Gobierno, una especial consideración del semejante, que por ser, precisamente, otro, tiene derecho a pensar distinto sin ser considerado un enemigo. Pero más curioso aún porque llega cuando las consecuencias de diez años de kirchnerismo parecen estar instalando entre nosotros una inquietante idea de signo contrario firmada por Sartre. Aquella que dice que los otros son, no la patria, sino el infierno.
Al linchamiento de David Moreira, el chico de 18 años asesinado a golpes por vecinos del barrio rosarino de Azcuénaga que lo juzgaron responsable del robo de una cartera, Cristina aludió de modo elíptico. "No hay mejor antídoto contra la violencia que la inclusión", sentenció. La frase es correcta, y Cristina debería asumir la conclusión que se desprende de ella: las brutales golpizas de vecinos a ladrones que se multiplicaron en distintos puntos del país -chispazos alarmantes de violencia social- no nacen por generación espontánea, sino que responden en gran parte a la exclusión y la marginalidad crecientes que ha producido este mismo gobierno. Es decir, la violencia se explica porque falta, en palabras de la Presidenta, el antídoto.
Un reciente estudio del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA estima que uno de cada cuatro argentinos vive bajo la línea de pobreza. Los subsidios sociales fracasaron. Para peor, fueron desvirtuados y hoy son pinzas clientelistas que, además de ofrecer un mecanismo de saqueo de los fondos públicos, mantienen a sus beneficiarios atados a jefes territoriales insertos en diversos entramados mafiosos que contaminan la vida de los barrios. Se trata de gente privada de los beneficios que debería ofrecer el Estado -salud, educación, seguridad-, pero no de sus miserias y vicios, que encuentran allí terreno para desarrollarse. No es la sociedad la que marginó a esa gente, como dijo Cristina, sino las políticas y las prácticas de su gestión.
Al deterioro material se le suma otro menos visible, de orden moral, que también subyace al fenómeno de estas golpizas brutales. También fue inoculado de arriba hacia abajo. "Eso de la venganza es de la prehistoria, es del Estado de no Derecho", dijo Cristina en la Casa Rosada ante estos estallidos de violencia. La frase, de nuevo, es irreprochable. Lo curioso es el tono reprobatorio y hasta consternado, cuando hace rato que vivimos con un contrato social resquebrajado por obra y gracia de los que mandan. ¿O acaso ella no alentó, por ejemplo, a las fuerzas de choque de Milagro Sala o Luis D'Elía? Debería recordar Cristina que fue su gobierno el que hasta anteayer intentó llevarse puesto al Estado de Derecho, de varios modos y con mayor o menor éxito, como condición ineludible para consagrar a la Cristina eterna. Estamos como estamos, entre otras cosas, porque tenemos un Poder Judicial más que rengo, incapaz de condenar a los que roban no en la calle, sino en las grandes ligas y desde el mismo Estado. Y eso es como vivir sin ley.
Pero el kirchnerismo ha roto algo más básico: las reglas mínimas de convivencia. Sindicar al que piensa distinto como enemigo es abrazar el germen de la violencia. Al kirchnerismo esto no sólo no le importó, sino que lo aplicó como método idóneo para acumular poder, sin pensar en los costos. La división, el establecer un "nosotros" enfrentado a un "ellos", le dio resultado, lo que no nos deja bien parados como sociedad. Tal vez por eso, ahora que el relato empieza a hacer agua por los cuatro costados, el elevado precio de esa apuesta lo pagamos todos. Aunque injustificables, estas palizas salvajes configuran un síntoma que la sociedad debe asumir e interpretar, si lo que se quiere es exorcizar las pulsiones violentas.
No hay que perder de vista que el miedo y el odio desatan nuestro costado más oscuro. Por estos días abundaron en las redes comentarios estigmatizadores que, cebados por los linchamientos, dejaron en evidencia peligrosos prejuicios clasistas. Lo que sucede es que cuando un pobre roba entra a engrosar estadísticas a las que son ajenos los robos que se perpetran en los cielos del poder. Hoy la falta de ley arriba se replica abajo, donde la orfandad es mucha. También el vale todo y el sálvese quien pueda.
En otra frase reciente, también para el archivo, la Presidenta ha dicho que se siente la madre de los argentinos. Alguien debería recordarle que los hijos aprenden, para bien o para mal, no de lo que los padres dicen, sino de lo que hacen.
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