Hayek: liberalismo y división de poderes
Friedrich Hayek (1899-1992), premio Nobel de Economía 1974, revitalizó en el siglo XX la doctrina del liberalismo frente al avance de la planificación económica y la intromisión del Estado en la vida individual. Hayek ha sido criticado como representante del llamado neoliberalismo, pero sus críticos no se han tomado el trabajo de leer su gran tratado The Constitution of Liberty y los tres tomos de Derecho, legislación y libertad, en los que su objetivo es la defensa de la libertad y el imperio irrestricto de la ley y el derecho. Y que, al considerar los mercados económicos, hace referencia al orden espontáneo que subyace en el origen de la sociedad abierta. Frente a la evolución de los sistemas sociales que garantizan una mejor calidad de vida, Hayek introduce un neologismo, constructivismo, para definir el orden social que se basa en “construcciones” deliberadas del intelecto humano. A la vista de la gran complejidad de la sociedad, sostiene que el constructivismo es la ilusión de creer que mediante análisis racionalistas el hombre será capaz de planificar una sociedad mejor.
En el mismo sentido, el liberalismo se sigue fundando en muy pocos principios económicos básicos: la vigencia del Estado de Derecho y la seguridad jurídica de la propiedad y los contratos; el funcionamiento del mercado como único procedimiento conocido para fijar precios, determinar incentivos y promover la competencia –póngale el lector todas las regulaciones que desee y verá que, por debajo de ellas, el mercado es todavía hoy la clave de la economía occidental–; el mantenimiento a largo plazo de tasas reducidas de inflación. Sin estos tres pilares no se puede afirmar que exista en un país una economía basada en principios liberales y no habría sin ellos Estado de bienestar.
Hayek observó que un exceso de constructivismo estaba socavando los principios del liberalismo y encontró que la división de poderes clásica resultaba insuficiente para contener esa tendencia. Sabía que “el mecanismo por el cual los creadores del constitucionalismo liberal esperaban proteger la libertad individual fue la separación de poderes”. Pero encontró que el poder legislativo reúne dos capacidades distintas: una, la relativa a la función de gobernar; otra, la que se refiere a la labor legislativa propiamente dicha. Por la primera sanciona normas gubernamentales destinadas a plasmar la gestión de gobierno que requieren mayorías políticas, pero éstas representan a intereses sectoriales y tienen fines electoralistas. La prioridad otorgada a esta función ha hecho olvidar la segunda capacidad, por la que es responsable de sancionar normas legislativas para crear marcos generales a largo plazo. Para Hayek, el grave problema es que ambas funciones coexisten en un único poder legislativo. De esta manera, “normas generales de justo comportamiento”, que deberían estar exentas de la lucha política, quedan expuestas a que mayorías de corto plazo las modifiquen en beneficio de intereses de una parte de la sociedad. Cree que “bajo esta confusión de funciones, se terminó otorgando poderes ilimitados al parlamento”, dado que una mayoría circunstancial puede incurrir en arbitrariedad y violar, incluso, los principios republicanos.
A fin de superar esta distorsión del poder legislativo, Hayek propuso separarlo en dos cámaras: una, que se ocupe de las normas legislativas de contenido general y a largo plazo, cuyos integrantes se elegirán entre miembros distinguidos de la comunidad, hombres y mujeres entre 46 y 60 años, sin pertenencia partidaria, con mandato por 15 años, no reelegibles, y otra que conserve las características del parlamento actual, tanto sea unicameral como bicameral. En las naciones desarrolladas la división de poderes está consolidada y es factible dar debates para mejorar su funcionamiento. En nuestro país, se violan los principios básicos del liberalismo y la clásica división de poderes está amenazada. No tendremos futuro si no luchamos por instaurar su plena vigencia.