Hay que repensar la política exterior
Las cifras son elocuentes. Según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores, en el año 2016, cuatro de los diez principales destinos de las exportaciones de la Argentina fueron países asiáticos: China (2°), Vietnam (4°), India (6°) e Indonesia (10°). Asia en su conjunto representó cerca del 26% de nuestras ventas al exterior, casi el doble que en 2006. Si sumamos a los países de Medio Oriente, la cifra se eleva al 30%.
En términos comparativos, Asia ya tiene aproximadamente el mismo peso en materia de exportaciones para la Argentina que toda América latina, al tiempo que ha superado ampliamente a Europa (17%) y a América del Norte (10%). De acuerdo con las estadísticas parciales de 2017, la importancia relativa de Asia continúa en aumento.
No obstante, estos datos podrían decir poco del enorme potencial aún inexplorado de cooperación comercial con la mayoría de los países asiáticos, principalmente China y la India. Además, estas superpotencias ya son importantes fuentes de financiamiento e inversiones para nuestro país. Pero qué decir de Vietnam e Indonesia, que ya aparecen en el top 10 exportador, y de algunos otros países con los cuales nuestra relación no deja de crecer, como Malasia, Tailandia, Paquistán, Japón y Corea del Sur.
La mayoría de estos Estados localizados en Asia -a los que habría que sumar gran parte de África- van camino de experimentar un verdadero boom de inversiones en infraestructura debido al ambicioso proyecto chino de la "Nueva Ruta de la Seda", marítima y terrestre. Como ya sucedió en China, las clases medias asiáticas se expandirán, como también sus necesidades de agua, alimentos elaborados y otros productos, de los cuales son y seguirán siendo estructuralmente deficitarios. Es allí donde las distancias geográficas se acortan y los países superavitarios en estos bienes que mejor se posicionen lógicamente sacarán mayor provecho.
Discusión aparte merece el tema del déficit comercial que tenemos con algunas de estas naciones y del que tanto se habla, sobre todo el caso de China. Pero mientras lo único que tengamos para ofrecer a las clases altas y medias chinas, ávidas de consumir productos elaborados y sofisticados del exterior, sean porotos de soja (casi 80% de nuestros envíos), no podemos quejarnos. Primero, seamos un país serio.
La Argentina debe responder de manera urgente a una serie de interrogantes que surgen al analizar este promisorio escenario, para luego planificar seriamente y obrar en consecuencia. Por empezar: ¿qué lugar y rol esperamos ocupar en el explosivo desarrollo de Asia, nuevo epicentro de la economía global? ¿Seguiremos centrando los esfuerzos diplomáticos en otros temas menores como el trabajoso y, a estas alturas, anacrónico acuerdo Mercosur-Unión Europea?
Por otra parte: ¿continuaremos financiando embajadas en países que ya no tienen valor estratégico para la Argentina, como Irlanda, Finlandia y Suecia? ¿O bien nos dedicaremos a abrir más representaciones diplomáticas y comerciales en Asia y otros lugares del mundo emergente, claramente relevantes para el futuro del país?
No caben dudas de que la importancia que ha adquirido Asia nos obliga a repensar a fondo nuestra política exterior. Es hora de dejar en el pasado el sesgo occidental y europeísta, propio del siglo XX, para poder insertarnos y aprovechar con éxito lo que nos ofrece el siglo XXI. Sin dudas, el siglo de China y Asia.
Master of China Studies (Universidad de Zhejiang) y magister en Políticas Públicas (Flacso); politólogo y docente universitario (UCA)