Hay que renovar el sistema educativo
Hace ya muchos años la antropóloga Margaret Mead nos aportó el concepto de culturas prefigurativas para dar cuenta de la situación de una generación que debe construir su futuro sin el auxilio de la experiencia del pasado, porque lo que viene es radicalmente diferente de lo que era.
Quienes piensan, reflexionan y gestionan la educación están en esta condición prefigurativa, tratando de construir para adelante, pero teniendo que interactuar con lo ya instalado, que es una estructura que permanece y tiene voluntad y capacidad de frenar hasta la imaginación. Mucha gente, muchos intereses, muchos espacios, costumbres y hábitos arraigados en la mente de los expertos como un saber consolidado, en la de la población como un sentido común instalado, y en la de los funcionarios como un seguro de la gobernabilidad.
El cambio en educación es entonces un proceso difícil, complejo y colectivo, donde es importante que cada actor entienda qué lugar le corresponde ocupar y qué le toca hacer desde allí. En la educación confluyen muchos y muy heterogéneos actores que aportan una interesante variedad de miradas, objetivos y perspectivas.
Los académicos y expertos que reflexionamos sobre la educación, hoy más que nunca, tenemos que avanzar en temas tales como el análisis de las exigencias hacia la educación del mundo contemporáneo, los límites de nuestro sistema educativo y las alternativas de cambio que nos ofrecen las experiencias extranjeras para poder pensar la escuela con autonomía de lo que siempre se ha hecho y pensado.
Las organizaciones de la sociedad civil interesadas por la educación son de los actores que están adquiriendo mucho protagonismo y asumiendo la responsabilidad de construir propuestas que experimentan y evalúan, aportando una información valiosísima para avanzar en transformar nuestro sistema.
Hay también un conjunto de experiencias piloto que son promovidas y gestionadas por los propios estados provinciales. Como ya hemos señalado en otras oportunidades en este mismo medio, la Argentina tiene una larga historia de experiencias piloto muy interesantes, pero que jamás fueron universalizadas, a pesar de que en algunos casos las evaluaciones marcaron su valor. Es que las experiencias piloto crean una situación de excepción donde se suspenden normas, rutinas y exigencias burocráticas, y son estas suspensiones las que posibilitan instalar lo nuevo, lo diferente. En ese espacio y para esa experiencia se crea una zona franca donde no rigen las reglas ni las estructuras burocráticas y/o corporativas que actúan como reaseguro de la reproducción de lo instituido y freno de lo que se pretende cambiar.
Son los gobiernos que operan el Estado los que tienen la enorme responsabilidad de remover estas estructuras tanto normativas y burocráticas como corporativas que impiden pasar de la mera experiencia piloto a la renovación del sistema y sus instituciones. En esta materia nada de lo existente se ha cambiado ni hay indicios de que esto esté en carpeta. Sólo al Estado le corresponde generar una ingeniería organizativa que, a diferencia de la actual, sea promotora de la permanente incorporación de la innovación en la educación. Ésta es una función ineludible que no puede cumplir ningún otro actor.
Investigadora de Flacso, coordinadora del Consejo de Formación Docente de la provincia de Buenos Aires, miembro del Club Político