Hay que patentar lo que inventamos
Para crecer, necesitamos un cambio cultural relacionado con aquellas otras cuestiones olvidadas: patentar nuestras invenciones en ciencia y tecnología. Decidirnos a invertir en investigación y desarrollo (I+D). Trabajo conjunto público / privado. No temerle a que nuestras universidades públicas tengan oficinas de fundraising para potenciar su actuar. Israel es un ejemplo.
Esta visión resulta crucial teniendo en cuenta que solamente los países que invierten más del 1% de su PBI en I+D tienen posibilidades de crecimiento. La Argentina está actualmente en un 0,53%, mientras que, según datos del Banco Mundial, el promedio global ronda el 2% desde hace al menos 25 años. Brasil supera el 1%.
Otro factor a considerar es que buena parte de lo investigado se da a conocer en publicaciones científicas sin la debida protección previa, lo que termina en la apropiación de ese conocimiento por empresas o instituciones de otros países. Como suelen señalar los expertos en la materia, "hay más cultura del paper que de la patente". Una inversión que en lugar de generar retornos para los centros de investigación y potenciar el sistema científico termina siendo capitalizada por otros actores.
Todos estos números intentan acercarnos al sinsentido: cerebros extraordinarios que se vuelven invisibles y, peor, improductivos. Entre los cientos de desarrollos que tienen lugar puertas adentro de universidades y laboratorios, hay algún ejemplo exitoso y muchos que no lo han sido.
Mientras alguno logra llegar al mercado, como la loción Eco Hair -surgida de la investigación que realizaba el Conicet sobre un arbusto silvestre, que derivó en el desarrollo de un producto para tratar la calvicie-, otros "duermen el sueño de los justos", aun pudiendo convertirse en grandes soluciones a problemas corrientes, como un aceite comestible con menos triglicéridos, que no llegó a más que una publicación en un medio especializado.
O como les sucedió a los profesores de la Universidad Nacional de Quilmes que, habiendo publicado en el Journal of Technology, Management and Innovation una investigación sobre biomedicina con conocimientos innovadores no protegidos, perdieron la oportunidad de patentarlos a manos de laboratorios multinacionales que se adelantaron en la iniciativa, con lo que se desperdiciaron grandes posibilidades de retroalimentar nuestra investigación.
La Universidad de Buenos Aires ofrece otro claro testimonio de ello: a pesar de ser una de las instituciones educativas más reconocidas de Sudamérica y generar miles de publicaciones anuales, cuenta en su haber con unas pocas decenas de patentes concedidas. Con un índice de pobreza del 32 al 36%, no estamos en condiciones de regalar nada: inteligencia, innovación, conocimiento.
La reiterada inserción inteligente de la Argentina al mundo a la que hace mención nuestro Presidente, con sus numerosos logros, no será completa hasta alcanzar un ambiente de negocios adecuado en el que la eficiente protección de la propiedad intelectual sea comprendida como una premisa y no como un obstáculo.
Diputada, presidenta de la Comisión de RR.EE. de la Cámara baja