Hay que hacer foco en la prevención
Soplan vientos de cambio en materia de políticas de drogas. La Iglesia advirtió que no hay que criminalizar al adicto, en sintonía con el reciente informe de la OEA en el que se sugiere que "la despenalización debe ser considerada en la base de cualquier estrategia de salud pública". Sin embargo, seguimos sin definiciones que son urgentes ya que aún rige la ley que ubica al usuario de drogas como a un delincuente.
El problema sobre el uso indebido de drogas debe salir del campo jurídico para ser definitivamente ubicado en la órbita de la salud pública, de la que no debería haber salido nunca. Es necesario el fortalecimiento de estrategias y políticas para que las personas en recuperación logren la abstinencia definitiva y también para que mediante la prevención los jóvenes no consuman drogas.
Años atrás, en las charlas de prevención, se hablaba de tres estadios en los consumidores. Una etapa de uso, otra de abuso y, finalmente, la dependencia. Se entendía que la puerta de entrada era la marihuana y que el aumento secuencial era cuestión de tiempo hasta llegar a la última etapa de adicción. Actualmente los patrones de consumo variaron y es el alcohol la sustancia de inicio. La tolerancia social es otro factor que ayudó a que los sistemas de alerta familiares frente a los riesgos que acarrean los consumos se elevara, pero hay otros elementos de peso en el cambio de paradigmas de esta problemática. Existen dos mundos de usuarios de drogas: los que se encuentran dentro de una red de contención social, que cuentan con un servicio de salud, educación, vivienda digna y una familia que, si bien puede ser disfuncional, logra acompañar la crianza de sus hijos; y otro universo muy diferente, el de los jóvenes en situación de exclusión social que no tienen acompañamiento o les resulta muy difícil el acceso a los sistemas de salud, educación, vivienda y cuidados necesarios para el desarrollo. Zanjar la diferencia entre lo que ocurre en estos dos mundos en materia de drogas es una obligación social y ética.
En los grupos incluidos socialmente se dan nuevos fenómenos. Existe una etapa de experimentación, que no necesariamente derivará en un uso frecuente. Un "experimentador" que conserva una red de relaciones positivas afectivas, que sostiene una razonable integración social positiva probablemente pase por esta etapa sin avanzar hacia otro escalón en el consumo. El paso siguiente, uno de los más difíciles de aceptar para la sociedad y para aquellos que trabajamos en la temática, es el de transformarse en usuarios cuyas vidas están lejos de girar en torno a las sustancias y siguen conservando el eje en sus motivaciones saludables. Todo consumo acarrea riesgos, pero es indiscutible la existencia de un enorme sector que se incluye en esta tipificación. El tercer estadio, el "consumo problemático de sustancias", es aquel en el cual las barreras de autocontrol se han agrietado y, aun conservando una vida social, laboral o educativa, las consecuencias negativas se hacen visibles en un abandono progresivo de las responsabilidades y el deterioro de las relaciones positivas. Paulatinamente se les otorga un lugar central a las sustancias en la vida cotidiana y se logra sostener las actividades diarias a modo de precarios equilibristas siempre al borde de caer. El último estadio es la adicción; en esta etapa ya se perdieron los vínculos con las situaciones saludables, la impulsividad y estados de vacío dominan a la persona y la búsqueda de sustancias es el centro de lo cotidiano. Los lazos familiares y todo el contexto de la persona reciben los latigazos del consumo y sus traumáticas consecuencias. En ninguna de estas etapas es el fuero penal quien debe intervenir sino políticas activas de prevención y asistencia que involucren a todos los sectores de la sociedad.
La mayor de todas las tolerancias y contradicciones sociales se encuentran en torno al consumo de alcohol, a todas luces el mayor de todos los problemas en nuestro país en términos cuantitativos ya que acarrea costos difíciles de evaluar tanto en lo humano como en el daño social. No obstante, goza de un marketing legal que lo une a sensaciones de unión, camaradería, distensión y alegría. Desde paladear el bouquet de un buen vino entre amigos como la camuflada como ingenua cerveza "light", dirigida al sector adolescente. A pesar de que el alcohol también pasa por los estadios de otras sustancias, perturba más una manifestación a favor de la despenalización de la marihuana. No debe quedar al margen el alarmante consumo de psicofármacos, su íntima relación con el rol médico y la convivencia social con la "medicalización" de las emociones displacenteras. Entonces, ¿el problema dónde está? ¿En las sustancias o en las personas? ¿Nos ocuparemos sólo de los adictos que piden ayuda o buscaremos también mejorar la calidad de vida de los usuarios?
Es momento de dejar los sesgos morales y dogmáticos para pasar a desarrollar políticas que contemplen las necesidades muy distintas de cada sector. La prevención debe estar basada en la educación y la salud integral para todos, dirigida hacia los que están en los primeros estadios de consumo como también a los usuarios de drogas, buscando siempre mejorar su calidad de vida sin criminalizarlos. La asistencia debe llegar a todos los sectores, pero especialmente a los sectores en situación de exclusión social.
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