Hay que gobernar para la Argentina, no para “su” Argentina
Un legado poco estudiado del general Manuel Belgrano es la traducción del discurso de despedida de George Washington en 1796, tras finalizar sus dos períodos como presidente. El prócer decidió traducirlo en 1811, considerando imprescindible darlo a conocer entre sus conciudadanos. Y tan importante lo consideraba que, tras la destrucción de la obra durante la derrota en la batalla de Tacuarí, volvería a traducirlo unos años después.
En su discurso, George Washington expresó varias máximas tendientes a evitar la división nacional, a resguardar las libertades y la división de poderes, que bien podrían servirnos a nosotros hoy, especialmente la relacionada con la importancia de mantener la unión nacional como eje central de la seguridad y el florecimiento político.
Washington entendía que la unidad debía ser cuidada con suma vigilancia, fomentando un “afecto cordial y constante” y mirando con indignación cualquier intento o insinuación que la amenazara. Comprendía muy bien la existencia de los disensos que suele haber en todas partes y en todos los sistemas, pero remarcaba que en aquellos sistemas basados en la elección popular era imprescindible que los partidos políticos no actuasen con venganza y despotismo unos contra otros, recomendando para ello que el espíritu de partido no “devore con sus llamas en lugar de caldear”.
De la misma manera, advertía sobre los desbordes de poder entre los distintos poderes del estado, considerando que los hombres encargados del gobierno de un país libre limiten su acción a las respectivas esferas constitucionales, evitando que en el ejercicio de los poderes ningún departamento usurpe las funciones de otro. El espíritu de usurpación tiende a concentrar los poderes en uno solo, y crea de tal modo un verdadero despotismo, sea cual fuere la forma de gobierno.
Hay tantas Argentinas como opiniones y visiones existen. Por lo tanto, el transcurso de nuestra historia siempre ha sido zigzagueante, perdiendo de esa manera potencia a la hora de generar cambios y transformaciones profundas que hayan podido posicionar a nuestro país junto a los más desarrollados del globo de manera sostenible.
Lamentablemente, estamos acostumbrados, e incluso resignados, a creer que en la Argentina la división “paga”. Desde muy temprana edad, nuestro país vivió en permanentes luchas facciosas de cara a poder plasmar distintos modelos de país.
Ahora bien, ¿cuáles son estas diferencias insalvables que nuestro país no ha podido sintetizar, e incluso en muchos periodos de nuestra historia se han exaltado? Me refiero a uno de nuestros costados más sensibles, que en propios y extraños generan pasiones incendiarias. Unitarios y federales. Ambas visiones son el origen de nuestros actuales desencuentros. Mirar al futuro y hablar de esto parece exótico, pero creo necesario poder describir en detalle como estos espíritus nacionales han incidido de manera directa en los diversos partidos, movimientos e incluso en los gobiernos de facto que se han sucedido a lo largo de nuestra historia y que se han plasmado como llamas en nuestra sociedad, impidiendo generar acuerdos políticos fundamentales para el logro de un proyecto de país común.
¿Por qué la Argentina no ha podido en gran parte de su historia consolidar dicha unidad, y respetar nuestro sistema de división de poderes? Lamentablemente, estamos acostumbrados, e incluso resignados, a creer que en la Argentina la división “paga”. Desde muy temprana edad, nuestro país vivió en permanentes luchas facciosas de cara a poder plasmar distintos modelos de país.
Dos espíritus con visiones aparentemente opuestas e irreconciliables se han enfrentado durante gran parte de nuestra historia y aún hoy ese enfrentamiento sigue intacto. Por lo tanto, nuestra identidad nacional ha quedado incompleta, no hemos sabido cómo integrar ambos aspectos tan esenciales dentro de un mismo ADN argentino.
De esa manera, la Argentina transcurre desde hace muchas décadas sin “encontrarse”, sin encarnar una identidad que exprese desde lo más profundo ambos espíritus nacionales, ambas visiones de país. No se ha logrado efectivamente consolidar lo acordado en nuestro preámbulo sobre garantizar “la unión nacional”.
Para caracterizar a ambas argentinas me permitiré ser exagerado en la descripción de manera de entender mejor la división existente entre nosotros.
Los federales, de esencia hispánica y latina, local y aislacionista, caudillista y popular. Profundamente demócrata en cuanto a que los caudillos se debían de entero a la voluntad general de su pueblo, pero consideraban en muchas ocasiones a las instituciones como estorbos en su relación con el pueblo.
Por el otro lado, los unitarios, de corte liberal, racionalista, librecambista, globalistas. De naturaleza republicana, con especial acento en las instituciones, pero muchas veces distantes a los intereses y necesidades de las clases más desprotegidas.
Ambos proyectos políticos han estado en pugna desde 1810 hasta hoy sin lograr imponerse ninguno de los dos, y la Argentina fue alternando entre procesos políticos de corte federal, como podría ser el peronismo, y por el otro lado, procesos más liberales y conservadores cercanos a las ideas unitarias.
Ninguno de los dos espíritus ha podido solo, pues han oscilado entre periodos donde primaban las medidas populistas, y periodos en los cuales las instituciones, y la agenda internacional eran prioridades.
No se ha logrado una Argentina que sea republicana y demócrata, unitaria y federal. Nuestra identidad es un poco de ambas, es decir, por un lado, lo que somos, nuestro ser nacional, con nuestras costumbres y cultura, y por el otro lado, integración y proyección al mundo.
Hasta que no podamos pacificar dichos espíritus y realizar una verdadera síntesis histórica seguiremos con gobiernos que gobiernan para “su” Argentina y no para “la” Argentina.
Nuestro país necesita reconciliarse, encontrarse para cumplir con uno de los principales objetivos establecidos en el preámbulo de nuestra constitución que es la de “construir la unión nacional” para que de una vez por todas podamos soñar con un país integrado, desarrollado y justo.
Presidente Asociación Civil Abogados de Pie