¿Hay que despegarse del modelo?
LA premisa de la cual partían hasta hace algunos días los observadores era que tanto los candidatos presidenciales del justicialismo como los de la Alianza estaban de acuerdo en no tocar el modelo económico instalado por Menem y Cavallo en 1991.
El "modelo económico" Menem-Cavallo se compone de tres elementos esenciales: la convertibilidad, la globalización y las privatizaciones. La ley de convertibilidad asegura que un peso seguirá valiendo un dólar porque no le permite al Banco Central emitir pesos si no tiene el consiguiente respaldo en dólares. Mediante la globalización, el país se ha abierto a los capitales y a los bienes que vienen de afuera. Casi todos los servicios públicos que estaban en manos del Estado han pasado a diversos grupos empresarios mediante las privatizaciones.
Los tres elementos están fuertemente entrelazados. No se puede abandonar uno de ellos sin que los demás caigan de inmediato. Bueno o malo, el "modelo" es un todo coherente. Hay que aceptarlo o rechazarlo en bloque.
Así lo entendió el referente económico de la Alianza, José Luis Machinea, cuando dijo antes de las elecciones de octubre de 1997 que hay tres "pilares económicos" intocables: la convertibilidad, la globalización y las privatizaciones.
Lo que venía a decir Machinea era que el debate con el Gobierno ya no se daba en torno de esos tres "pilares" que configuran el modelo económico o "modelo chico" de una Argentina sin inflación, sino en torno del modelo "grande" que no es económico sino, más bien, social y moral.
Esta estrategia estuvo en la base de la victoria electoral de la Alianza en 1997. En 1995, Menem-Cavallo habían ganado porque ni Bordón ni Massaccesi consiguieron garantizar los tres "pilares". Dos años después, al suscribir mediante Machinea al "modelo chico", la Alianza pudo derrotar al Gobierno porque neutralizó su principal argumento y libró batalla en un nuevo teatro de operaciones, el modelo "grande", donde el Gobierno no pudo superar las acusaciones de insensibilidad social ante el desempleo y de desprejuicio moral ante la corrupción que lo cercaban.
Esta era tenida entonces como la fórmula de la victoria en la Argentina de 1999: asegurar de un lado el éxito económico del "modelo chico" y repudiar del otro el fracaso social y moral del "modelo grande". Aventar los temores de una vuelta atrás en lo económico y generar la esperanza de un paso adelante por fuera de lo económico, precisamente allí donde el gobierno de Menem ha sido particularmente vulnerable. Pero hace ocho días, al lanzar su candidatura presidencial desde Neuquén, Eduardo Duhalde arrojó una piedra en el estanque. El modelo económico, dijo, "está agotado por exitoso"; habrá que preparar un "nuevo modelo" para superarlo. Hemos asistido al primer intento de un candidato presidencial por "despegarse" del modelo económico imperante.
Nuevos signos
En un primer momento, inspirados en la premisa hasta ese instante vigente de que cuestionar el "modelo chico" sería un suicidio electoral, tanto los políticos como los observadores se preguntaban qué le había pasado a Duhalde. La interpretación dominante era que, en su esfuerzo por despegarse de Menem, Duhalde había cruzado una frontera peligrosa y que, a menos que se rectificara prontamente, correría la suerte de Bordón y Massaccesi.
Dos experiencias personales me llevan a revisar esta interpretación. El miércoles último, el profesor de Harvard Jorge Domínguez pronunció ante un vasto auditorio congregado por la Universidad CEMA una conferencia básicamente optimista sobre la Argentina política y económica. En el período de preguntas, un maestro de escuela afirmó con vehemencia que en la Argentina se está difundiendo la pobreza por culpa del modelo económico vigente. Un cerrado aplauso, nada "académico", lo acompañó.
Al día siguiente, y después de definir otra vez por televisión al modelo económico como la suma de la convertibilidad, la globalización y las privatizaciones, comprobé que más de veinte mil televidentes votaron por "cambiar el modelo económico" contra apenas diez mil que lo querían resguardar.
¿Qué estaba pasando? Al comenzar el debate sobre el modelo económico, los partidarios de cambiarlo ganaban apenas por el 54 por ciento contra el 46 por ciento. Cuando el debate terminó, la derrota del "modelo chico" se había acentuado: el 68 por ciento lo quería cambiar, contra sólo un 32 por ciento que lo sostenía.
Se dirá que este desplazamiento de las llamadas telefónicas fue posible porque los adversarios del modelo económico apelaron a un lenguaje fuertemente emocional basado en las situaciones de pobreza. Pero de esto, precisamente, se trata: de que la vieja emoción del temor de volver a la inflación, que antes dominaba, empieza a ser desplazada por una nueva emoción: el malestar reinante. El llamado de un espectador fue revelador: "prefiero -dijo- que haya trabajo aunque sea con inflación".
A medida que pasa el tiempo, el recuerdo de la inflación se debilita. La inflación fue ayer. Lo que tenemos hoy no es la inflación sino el desempleo. Para aquellos que no sólo recordamos la inflación y el estancamiento de los años ochenta sino que además creemos que el abandono del "modelo chico" sería catastrófico para todos, ricos y pobres, el debilitamiento de la memoria colectiva es alarmante. Nada se ganaría, sin embargo, con negarlo.
Duhalde y Palito
Esta comprobación acerca del debilitamiento de la memoria colectiva lleva a reconsiderar lo que intenta Duhalde. Quizá no quiere simplemente despegarse de Menem. El gobernador es, como se sabe, adicto a las encuestas. Quizás ellas le están diciendo lo mismo que los que aplaudían en la conferencia de Domínguez y los que votaban por teléfono al día siguiente: que al país lo aqueja un nuevo y creciente malestar.
Pero Duhalde ha tenido en Buenos Aires un ministro de Economía, Jorge Remes, que se caracterizó por su severo comportamiento fiscal. Si Duhalde llega a presidente, Remes será su ministro de Economía. ¿Cómo conectar entonces los dichos heterodoxos de Duhalde en Neuquén con el comportamiento rigurosamente ortodoxo de su principal referente económico?
Quizá Duhalde, lejos de haber sido un orador improvisado en Neuquén, ha empezado a actuar como un político altamente profesional que, al comprobar el nuevo humor de los votantes, busca empeñosamente una diagonal entre la necesaria ortodoxia monetaria y fiscal y el innegable mal humor de los votantes.
De otro lado, Ortega acaba de lanzar su candidatura presidencial justamente en Lomas de Zamora, el baluarte de Duhalde. Allí, defendió enfáticamente el "modelo chico". Pero no lo hizo con un tono doctoral sino con un encendido lenguaje social. También Palito parece creer que a la letra severa del modelo económico hay que ponerle la música de la esperanza popular.
Cada uno a su manera, Duhalde y Palito se han dado cuenta de que el paso de Menem a su sucesor ya no se dará en el ambiente predominantemente económico de la hiperinflación de 1989, sino en el ambiente predominantemente social del desempleo de 1998. Ambos advierten que estamos pasando de una hora económica a una hora social.
He aquí un paso tan peligroso como inexorable. Si acertamos a darlo logrando que el crecimiento llegue a todos los sectores, agregaremos una nueva asignatura a la asignatura económica que ya hemos aprobado. Si no acertamos, 1989 dejará de ser una vaga memoria para volver a nosotros como una pesadilla recurrente.