Hay que decirlo: fue una semana espantosa
No sé si ésta fue una semana mala o... malísima. Mis amigos de La Cámpora me dicen que tranqui, que todo va bien. No les creo. Los garcas metieron un palo y medio en la protesta de anteayer, tuvimos que poner una fortuna para que se callaran Fariña y Elaskar , y se nos rebelaron unos cuantos, bastante grosos, por la reforma judicial. La única buena noticia es que la señora, que sufrió una incontinencia tuitera severa arriba del avión (¡mandó 60!), cuando llegó a Caracas ya se sentía mejor. Fue una indisposición pasajera.
Yo creo que somatizó la semana. Imagínense que todo empezó el domingo a la noche con el programa de Lanata. Debe haber sido muy duro para Cristina ver a Fariña, un tipo al que le abrieron las puertas de su casa y le confiaron misiones tan importantes, diciendo cosas espantosas de ellos ¡frente a una cámara de Clarín! Igual, parece que Máximo suspiró aliviado cuando oyó que sólo hablaban de 53 millones de euros. No puede creer que se arme tanto bolonqui por un vuelto.
El problema no es la cifra. Lo que estaban haciendo estos dos indeseables era revelar cómo se lava la plata de Lázaro Báez, que es tanto como decir la plata de la familia. No olvidemos que Néstor (se ocupó de recordarlo el malvado de Majul) era socio de Báez, según reconoció en su declaración jurada. Yo miraba el programa y decía: "Chau, se pudrió todo. La Presidenta no va a soportar esa terrible acusación contra su marido. Mañana pide la cadena y arde Troya". Pero no. No dijo nada. Eso es lo que la hace distinta y única: se pone loca si el Pepe Mujica lo llama "tuerto", pero sabe contenerse cuando lo involucran en corrupción y lavado de dinero.
También fue llamativo el silencio de Báez durante cinco días. Pienso que para desmentir todo y no aportar un solo dato no hacía falta esperar tanto, pero él, un asceta, tiene otros códigos. Seguramente se moría de ganas de poner a salvo su honor y el de Néstor, y sin embargo optó por callar, por dejar que hablaran los hechos. Y los hechos hablaron. Y cuando hablaron los hechos, se callaron Fariña y Elaskar. Naíf como soy, pregunté si valía la pena pagarles tanto después de todo lo que habían contado. La respuesta fue terminante. "El problema no es lo que contaron, sino lo que podían llegar a contar."
Y, mientras tanto, lo de la reforma judicial, otro trastorno. Se molestó Verbitsky, y razón no le faltaba. Ha prestado muchos servicios a la causa como para que le pusieran enfrente, en el Senado, al gurrumín del secretario de Justicia, Julián Álvarez, un camporito -lo digo con pena, créanme- que usa el Código Penal para que no le baile la mesa. Horacio se fue pensando en que si la defensa de la reforma está en manos de Álvarez, la reforma es indefendible.
También Carta Abierta hizo conocer sus diferencias. Lo hizo tarde y tibiamente. Lo único que nos faltaba: que estos pensadores a sueldo debutaran en eso de llegar temprano a algo criticando nuestra conquista del Poder Judicial. Yo castigaría con un fuerte escarmiento este arranque de independencia de criterio: los obligaría a estudiar. Ya vamos a democratizar Carta Abierta. Todos sus miembros van a tener que ser elegidos por voto popular. Será la hora de D'Elía, de Aníbal y, por qué no, de Máximo.
Por suerte, en Diputados llegó la voz esclarecedora de Diana Conti, que al defender el proyecto dijo que "democracia y república no son conceptos dogmáticos, sino una construcción de la historia". No puedo estar más de acuerdo. Cómo vamos a hacer de la democracia un dogma. Es apenas una construcción. Un invento de los griegos, que así les fue: están tan endeudados que no tienen un peso para restaurar el Partenón.
Sabemos cómo terminó la semana: con el gorilaje en las calles. Quiero confesarles que estuve ahí. Vi todo de cerca. Fue un desastre de organización. ¡No había una sola pechera! ¡Ni un bondi! La gente caminaba y caminaba sin saber adónde ir. No consiguieron un solo orador ni cantantes populares. Son unos miedosos que no se animan a romper una vidriera o tirar una piedra. No entienden nada de movilizaciones: cuando se ponía el semáforo rojo, se paraban y dejaban pasar los autos. Llevaban unos cartelitos pedorros, hechos a mano, pidiendo democracia (cuánto tienen que aprender de la Conti), menos corrupción (cuánto podrían enseñarles Lázaro Báez y Boudou), independencia de la Justicia (digamos, más Oyarbides) y combatir la inflación (más Morenos).
Es cierto que juntaron mucha gente, lo cual me preocupó, pero son ovejitas sin pastor. No tienen líderes. Es una lástima que la Presidenta haya tenido que viajar justo una hora antes de que empezara el cacerolazo. Creo que con un buen discurso se los metía a todos en el bolsillo.
Bueno, terminó el jueves, terminó esta semana tan dura, y me dispuse a descansar. Lo tenía merecido. Ayer fui a la pileta climatizada de mi edificio, pasé por el sauna y el gimnasio, por la ducha escocesa y la finlandesa, por la cabina de nieve, y me eché un rato en el solárium mientras esperaba a unos amigos militantes. De pronto llegó uno de ellos, corriendo y gritando. "¡Carlos, la cana, tenemos que dejar ya mismo el edificio!" Qué tristeza. Pero volveremos. Adiós, Madero Center.