Hay que atender y cuidar al adicto
A diferencia de lo que ocurría con la gestión anterior, no existen dudas sobre cómo aborda el Gobierno el problema de la droga. Atacar el narcotráfico es la prioridad. Hay muestras claras de esto. Por ejemplo, la separación de la Sedronar del área de narcotráfico, con el consiguiente traslado al Ministerio de Seguridad; buena medida, por cierto, ya que resulta imposible pensar que un solo organismo abarque la prevención, la asistencia y la lucha contra el narcotráfico. Otra señal es lo que declaró el Presidente recientemente en Villa Martelli, acompañado por el presidente de la Corte Suprema, gobernadores y buena parte de su gabinete: "Estamos reunidos por algo que nos preocupa y duele: el avance del narcotráfico en nuestro país; hay que frenar el aumento exponencial de la violencia en la sociedad". La ministra de Seguridad amplió: "Vamos a erradicar el paco con la detección de cocinas, el aumento de penas para los que venden, la recuperación de los bienes vinculados a actividades delictivas del narcotráfico, la identificación de bandas y el incremento de tecnologías con fronteras inteligentes".
Loable y ambicioso plan, sin lugar a dudas. Todos deseamos que se frene la violencia y se erradique la droga. El frente relativo a combatir el narcotráfico debe desarrollarse, pero no es el centro del problema. Resulta indispensable pensar con mayor amplitud el asunto, ya que el problema de las drogas nos lleva a simplificar aquello que es extremadamente complejo. Las leyes esencialmente punitivas no pueden distinguir por sí solas entre los reales criminales y las víctimas del tráfico. Y tienden a ser más duras con los eslabones más débiles de la cadena narco que con los capos, que burlan a la Justicia de manera sistemática. Una prueba es que casi el 60% de los presos en nuestras unidades penitenciarias están allí por delitos ligados a drogas y son pobres. ¿Cuántos presos hay por delitos de lavado de dinero producto del narcotráfico? La asimetría no resiste análisis. Es fácil creer que sanciones más fuertes desmotivarán determinados delitos, pero esto no ocurre ni siquiera en los países en los cuales existe la pena de muerte para el tráfico. La evidencia nacional e internacional muestra el fracaso de la "guerra a las drogas". La terminología bélica no puede emparentarse con un problema que se ubica en la órbita de la salud y lo social. A nivel global, está establecido que se decomisa aproximadamente el 5% de la droga circulante, aun en los países con fronteras infinitamente más cerradas que las nuestras, que son porosas o directamente abiertas al ingreso de drogas y contrabando.
Los países avanzados ya no discuten que las políticas de drogas deben estar centradas en el cuidado y la salud de la población. Sin desatender la lucha contra el narcotráfico, claro, pero en un equilibrio inclinado incluso hacia la salud y la prevención. Portugal es uno de los mejores ejemplos, con una tasa de consumo de drogas de las más bajas de Europa, el consumo despenalizado (no legalizado), sumado a fuertes estrategias preventivas y de salud.
Sabemos qué hacer con aquellos niños y niñas que aún no consumieron: prevenir. También qué hacer con aquellos que piden ayuda o aceptan tratarse: brindar asistencia. Pero en nuestro país no se cuida ni se sabe qué hacer con la gran masa de personas que utilizan y abusan de sustancias. Las muertes silenciosas en las villas por el paco o las visibles como Time Warp hablan de esto de manera elocuente. El trabajo directo con los consumidores en el territorio mismo donde ocurren las cosas es necesario. En Colombia, existen ONG que se instalan en todo evento masivo para prevenir, ya sea marginal o de clase media o alta. Puestos de testeo de drogas, asistencia a quienes consumen y están en riesgo, alertas masivas en eventos sobre qué sustancia está adulterada, información sobre los riesgos, promoción de la salud a través de alternativas saludables. Ésos son los ejes centrales en los cuales debemos ubicarnos. Una sociedad puede buscar paz aun teniendo consumidores de drogas.
Se deben castigar y controlar severamente al narcotráfico y el lavado de dinero. Pero hay que hacerlo mientras se privilegia el cuidado de los jóvenes en riesgo, en una villa o una fiesta electrónica. Regulación, despenalización, control de daños, asistencia y prevención son la arquitectura de políticas para incluir y cuidar a todos, consuman o no.
Salir de la contradicción de "cuidar descuidando" es el gran desafío. Aún tiene tiempo el Gobierno de revisar o ampliar sus estrategias para así avanzar en la búsqueda de la paz y el cuidado a través de la salud, no de la guerra.