Hay proscripciones y “proscripciones”
En una de las tantas paradojas de la historia argentina, los montoneros mataron a dos personas que estaban a punto de conseguir el regreso de Perón, mientras ellos, que se jactaban de luchar por el retorno de su líder, trabajaban para un gobierno militar y ayudaron a mantener la exclusión del expresidente
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Al peronismo le gusta jugar a las proscripciones. Y sí; Juan Domingo Perón estuvo proscripto entre 1955 y 1971, ni más ni menos. Sin embargo, el peronismo, como fuerza política, pudo competir antes.
Para el período de la gobernación de la provincia de Buenos Aires que se extendía desde 1962 hasta 1966, el entonces presidente Arturo Frondizi, quien llegó al poder debido a que Perón había pedido votarlo, abrió la posibilidad de participación del justicialismo, que se presentó bajo el sello Unión Popular.
Perón señaló como candidato a competir por la gobernación bonaerense a Andrés Framini. No podía haber escogido a un personaje más recalcitrante para las Fuerzas Armadas, que todavía ejercían un gran poder de hecho. Framini ganó las elecciones, pero Frondizi intervino la provincia de Buenos Aires y no pudo asumir. Pocos días después, un golpe de Estado derrocó a Frondizi. Era precisamente el resultado que Perón buscaba y por eso eligió a Framini. Si hubiera propuesto a un político algo más civilizado y menos izquierdista –al estilo de Antonio Cafiero o del neurólogo Raúl Matera–, hubiese corrido el riesgo de que el peronismo se aglutinara alrededor de ese nuevo referente, con el poder y los recursos que otorga la gobernación de Buenos Aires, y que se frustrara así su retorno desde Madrid. Nadie como Perón sabía lo que significa el poder en el peronismo.
En esa oportunidad, hubo una proscripción buscada por los proscriptos; excepto por Framini, por supuesto.
Durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, con los que después serían montoneros dentro de ese gobierno de facto y con Perón proscripto, el general Pedro Eugenio Aramburu, ya retirado, tramaba un golpe, con la idea de llamar rápidamente a elecciones sin excluir al peronismo. Primero intentó un peronismo sin Perón y a tal fin mantenía diálogos con el dirigente metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, entre otros. Pronto advirtió que su objetivo resultaba muy difícil y, además, Vandor fue asesinado por los protomontoneros, con Dardo Cabo a la cabeza de los sicarios. No lo mataron cuando Vandor negociaba con el gobierno; lo asesinaron cuando se había reconciliado con Perón y planeaba organizar un plan de lucha contra Onganía.
Aramburu comenzó entonces los diálogos con Perón por intermedio de otros dirigentes, como Ricardo Rojo, que no era peronista. Fue entonces cuando los que poco después se llamarían “montoneros” decidieron secuestrar a Aramburu y matarlo… o alguien lo decidió por ellos. Se frustró así, al menos por un tiempo, el levantamiento de la proscripción de Perón y los montoneros fueron los responsables. Trabajaban en la Casa Rosada durante la dictadura de Onganía, a quien elogiaban en los medios de prensa; asesinaron a Vandor cuando se disponía a luchar contra ese gobierno de facto y, después, a Aramburu, cuando él pensaba dar un golpe y llamar inmediatamente a elecciones, con Perón habilitado a participar de ellas.
En una de las tantas paradojas de la historia argentina, los montoneros mataron a dos personas que estaban a punto de conseguir el regreso de Perón, mientras ellos, que se jactaban de luchar por el retorno de su líder, trabajaban para un gobierno militar y ayudaron a mantener la proscripción del expresidente.
Onganía cayó días después del hallazgo del cadáver de Aramburu, sitiado por fuerzas leales al general Alejandro Agustín Lanusse. Tras el breve interregno del general Roberto Marcelo Levingston, Lanusse asumió la presidencia de facto y retomó el plan de Aramburu de una convocatoria abierta a elecciones.
Esta vez, la negociación con el poder no la llevaría a cabo Perón en persona, sino Licio Gelli, el jefe de la logia Propaganda Due, el mismo que se hizo cargo de los gastos del avión que transportó al expresidente con toda su comitiva desde Roma hasta Ezeiza. La parte negociadora, por el lado de Lanusse, era el general Luis Alberto Betti, quien después del escándalo internacional desatado en 1981 apareció en las listas de miembros de Propaganda Due. Fue precisamente Gelli quien impuso la candidatura de Héctor Cámpora y no Perón, quien odió a su exdelegado por el resto de su vida por haberle quitado la posibilidad de ser él mismo presidente inmediatamente después de su retorno.
Lanusse hubiera preferido a Perón, porque conocía las vinculaciones de Cámpora con la guerrilla, pero Gelli lo presionó para que aceptara al odontólogo, si quería terminar en paz su gobierno. Algo debía saber Lanusse, un duro del Ejército, para creerle.
A fin de cubrir esa anomalía, se inventó la mal llamada “cláusula proscriptiva”. Se trataba de una norma cuya autoría fue atribuida al ministro del Interior, Arturo Mor Roig, un abogado radical que trabajó arduamente por la democratización de la Argentina. Resultaba improbable que Mor Roig pudiera imponer una cláusula en las negociaciones. En este caso, los candidatos que deseaban competir por la presidencia debían residir en el país antes del 25 de agosto de 1972.
Inmediatamente, todos pusieron el grito en el cielo invocando la proscripción. Sin embargo, Perón regresó el 17 de noviembre de 1972. ¿Por qué no podía volver el 24 de agosto, después de 18 años de exilio? Como todo lo que se repite hasta el cansancio termina instalándose en la Argentina, lo de la “cláusula proscriptiva” quedó como una verdad dogmática.
Mor Roig, ya lejos del gobierno y mientras trabajaba como asesor de una pyme de la localidad de San Justo, fue asesinado por los montoneros. Él era quien conocía la verdad sobre la “proscripción” que no era tal. Diez días después, los guerrilleros mataron a su gran amigo David Kraiselburd, director del tradicional diario El Día, de La Plata, para el que Mor Roig escribía sus columnas. Dado el profesionalismo del exministro, Kraiselburd era el único que podía haber tenido noticias de la trama que se desarrolló detrás del telón.
Perón no anunció la candidatura de Cámpora con agrado y ni siquiera lo hizo en un acto en la Argentina, sino que se fue de mal humor a Paraguay y desde allí lanzó su nombre como quien hoy pone un tuit. Tal cual se hizo público en aquel tiempo, sometió a todos los desplantes posibles a Cámpora, a quien consideraba un traidor, mientras su exdelegado fue presidente, y en cuanto pudo lo desplazó del gobierno. En venganza, los montoneros mataron al líder gremial José Ignacio Rucci dos días después del triunfo de Perón en las elecciones que ganó con su esposa de candidata a la vicepresidencia.
Ahora, el kirchnerismo, apologista expreso y confeso de los asesinos de entonces, vuelve a levantar el tema de la proscripción. ¿Por qué no, si tiene entre sus filas a tantos exmontoneros, incluyendo a dos miembros de la conducción de los 70, como Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilo Perdía?
“Si todos se tragaron lo de la proscripción de Perón en 1972, pueden comerse también lo de la proscripción de Cristina”, se dirán, palabras más, palabras menos. Pero con las redes sociales y el nivel de información que hoy existe en los medios, la máxima que se atribuyó a Abraham Lincoln –la haya dicho o no– vuelve a ser válida: “Puedes engañar a todas las personas algún tiempo y a algunas personas todo el tiempo; pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.