Hay motivos para que Putin siga ganando: la propaganda del Kremlin
Con la “ley de agente extranjero” aprobada en 2012 y orientada en un principio contra medios financiados desde el exterior, el Kremlin ha sido capaz de diezmar las filas de los medios independientes
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Las elecciones en Rusia siempre son una complicación para el Kremlin. Si la oferta de candidatos es demasiado amplia, los ciudadanos podrían elegir al equivocado. Si se presentan muy pocos, el autoritarismo subyacente del régimen se vuelve patéticamente evidente.
Este año, para las elecciones parlamentarias que arrancaron el viernes y terminan hoy, el presidente Vladimir Putin prefirió no correr ningún riesgo. Desde el momento en que Aleksei Navalny, el líder de la oposición y el crítico más conocido del Kremlin, volvió al país en enero, el presidente supervisa una oleada represiva.
Muchos medios de prensa independientes han sido etiquetados de agentes extranjeros y sus actividades fueron limitadas, y a las figuras de la oposición les prohibieron la actividad política o las intimaron a partir al exilio. Navalny está preso, la mayoría de sus allegados dejaron el país, y su organización está desbandada. La oposición está en ruinas.
Dentro del país, no ha habido una protesta sostenida contra esas medidas. Las cifras de aprobación de Putin siguen siendo significativas, y es probable que la elección le otorgue la mayoría a su partido, Rusia Unida. Así que el aparato sigue adelante.
Los medios de comunicación rusos ocupan un papel central en el incesante control social y político del Kremlin. El sistema de propaganda del Kremlin, una creciente red de diarios y canales de televisión que a veces presentan un estilo sensacionalista y difunden contenido espurio, es un pilar central del poder de Putin, que actúa como si tuviera una armadura impermeable contra todo el disenso y el descontento hacia su régimen, dentro y fuera del país. Si a eso se le suma la represión, se entiende por qué gana las elecciones.
Casi todos los diarios y los canales de televisión de Rusia están bajo el control del Estado. Algunos, como REN TV, son propiedad de empresas privadas con vínculos con el Kremlin.
Detrás de escena, las espadas de Putin manejan cuidadosamente la comunicación del gobierno. Los errores se minimizan, la crítica está prohibida, y apenas la ocasión lo permite, brotan los elogios hacia presidente, que es presentado como un líder inteligente y sensato.
Esa máquina no necesita coerción. Un ejército de noteros, editores y productores amorales produce un flujo interminable de apologías de Putin, el primer ministro y los gobernadores regionales. Conformistas y trepadores, no son ciegos a la realidad contemporánea en Rusia. Pero eligen trabajar del lado de los ganadores.
Financiados con miles de millones de dólares por los allegados de Putin, los medios juegan con los peores temores de la población. Constantemente se evocan las amenazas del desastre económico y de la desintegración territorial en un país que sufrió ambas cosas en la década de 1990. La Unión Europea, Gran Bretaña y Estados Unidos son representados como lugares de decadencia moral, plagados de inestabilidad política y degeneración.
En un país donde el 72% de la población no tiene pasaporte y donde los recursos económicos para viajar al exterior siguen estando fuera del alcance de la mayoría, esos mensajes encuentran un público receptivo.
Tanto la televisión como la prensa están bajo un control total del Kremlin. Y con Internet sucede casi lo mismo. Hace diez años, las redes sociales ayudaron a sacar a la gente a la calle para protestar contra unas elecciones parlamentarias arregladas. Desde entonces, un conjunto de medidas tecnológicas y legislativas –pinchado de teléfonos y de computadoras, presentación de cargos criminales por contenido calificado de “extremista” y restricción de la mayor empresa tecnológica rusa, Yandex– convirtieron a internet en un terreno fuertemente controlado. Un posteo en una red social puede costar años de prisión.
Pero eso no es todo. El gran éxito del reportaje de Navalny sobre la presunta mansión de Putin junto al mar Negro, que fue visto por al menos 118 millones de personas desde su estreno en enero, demuestra que la dominación del Estado sobre los medios no es suficiente para evitar que el contenido no deseado llegue hasta los rusos de a pie. Por más que el Kremlin intervenga a diestra y siniestra sobre las plataformas de Internet, aún es posible difundir información perjudicial para el régimen.
En Rusia todavía quedan unos pocos medios independientes locales y a nivel nacional. Aunque difícilmente pueden competir con los diarios y los canales de televisión financiados por el Estado, llegan a una considerable porción de la población.
Meduza, por ejemplo, uno de los medios de noticias más respetados de Rusia, acumula millones de lectores anuales de su sitio web, y MediaZona, otro medio independiente que se especializa en corrupción y abusos de poder, sumó más de dos millones de lectores a principios de este año con su cobertura del juicio a Navalny.
Aunque sea pequeño y limitado, su éxito resultó insoportable para Putin, optó por la represión. Con la “ley de agente extranjero” aprobada en 2012 y orientada en un principio contra medios financiados desde el exterior, como Voice of America y Radio Free Europe, el Kremlin ha sido capaz de diezmar las filas de los medios independientes. Seis medios recibieron esa designación este año, junto con 19 periodistas. Para las publicaciones más pequeñas, fue lisa y llanamente el final. Los medios más grandes, incluido Meduza, luchan por sobrevivir.
Si bien la situación es desoladora, la causa todavía no está perdida. Los periodistas y los medios independientes siguen encontrando la manera de trabajar, eludiendo ingeniosamente las limitaciones ejercidas por el Kremlin a través del humor y un astuto financiamiento colectivo.
Aún así, el método de Putin con los medios –propaganda por un lado, represión por el otro– sigue dando frutos. Con una economía estancada, una población cada vez más envejecida y un descontento que se cuece a fuego lento, ese método seguramente no dure para siempre. Pero por ahora funciona.
Traducción de Jaime Arrambide