Hawking, rey del espacio infinito
El autor, físico cuántico argentino que enseña en Estados Unidos, traza el legado del científico británico que buscó explicar el universo y dejó, tras su muerte la semana pasada, una huella imborrable
ANN ARBOR, Michigan
Hace cosa de un año vi, en la biblioteca de un amigo que aprobó física de la secundaria con la calificación mínima, un ejemplar de Los sueños de los que está hecha la materia, de Stephen Hawking. Extrañado, saqué el libro del estante, un mamotreto de 1232 páginas, llenas de ecuaciones, donde Hawking compila trabajos originales de Max Planck, Niels Bohr, Albert Einstein, los grandes. "¿Y esto?", le pregunté. "Ah, a mí me encanta -me dijo-. No entiendo nada pero cada tanto lo abro y lo miro".
En ese instante me vino a la memoria cuando mi padre, que era filósofo de la ciencia, me explicó la teoría de la relatividad. Yo tenía once años. Me fascinó tanto la idea de los trenes, de los rayos de luz, del tiempo que cambia, que ese mismo domingo, en el almuerzo familiar, traté de explicársela a mi tío. Y me di cuenta de que no había entendido nada. Pero me quedó la fascinación, la convicción de que en la física hay una magia por descifrar. Mi amigo no sabe bien qué dicen esas ecuaciones (en el fondo, quizá nadie lo sepa) pero sabe que, apretado entre una novela de Mario Vargas Llosa y un Martín Fierro encuadernado en cuero de vaca overa, está, escrito en caracteres matemáticos, el código secreto de la física del siglo XX. No importa tanto leerlo o entenderlo sino saber que está ahí. No entiendo qué dice la Piedra de la Roseta, pero su elegancia gráfica y el hecho de saber que contiene una historia me detiene a contemplarla.
Solo una figura como Hawking es capaz de poner ese libro en la biblioteca de mi amigo y conseguir que un libro que entienden muy pocos sea comprado por muchos. Algo muy parecido pasó en los años 80 con Una breve historia del tiempo, que vendió más de 10 millones de ejemplares y es a la vez considerado el libro menos leído de la historia. Fue tan grande su éxito que por un tiempo muchas editoriales pagaban anticipos desmedidos a autores de divulgación, con la esperanza de que alcanzaran ventas comparables.
El lugar de Dios
"Este libro es también un libro sobre Dios... o tal vez sobre la ausencia de Dios", dice Carl Sagan en el prólogo de la primera edición (si no conté mal, Hawking usa la palabra Dios 49 veces en el libro). Una historia, probablemente apócrifa, narra que Napoleón le preguntó a Pierre Laplace de qué manera entraba Dios en sus teorías, y que el científico respondió que no había necesitado esa hipótesis. Laplace no estaba afirmando que Dios no existe, sino que no interviene en las leyes de la ciencia. Para Hawking, esa debe ser la postura de los científicos. No necesitamos de Dios para entender el cosmos. La mayoría de los físicos aceptamos que nuestra comprensión del universo es limitada, pero pocos sienten que Dios sea necesario para llenar esos huecos. En la frase final del libro (antes de unos apéndices), Hawking dice que si descubriéramos la teoría completa de la naturaleza, "conoceríamos la mente de Dios". Para el grueso de los científicos se trata de una metáfora, como la famosa "Dios no juega a los dados" de Einstein, o incluso la "partícula de Dios" de Leon Lederman. Una idea parecida la escuché de Borges en un encuentro circunstancial en 1985. Mi padre le preguntó cómo era que él, que decía no creer en Dios, escribió tanto sobre Dios. "Ah, pero yo también escribí mucho sobre el Minotauro", replicó Borges.
Sin embargo, uno de los temas que aparece en los libros y en los trabajos de Hawking, los "multiversos", acaso tenga impacto sobre ideas religiosas. Según esta teoría, nuestro mundo, eso que llamamos universo y que se extiende al menos unos 15.000 años luz, es parte de un vasto conjunto de partes, que podríamos a su vez llamar universos. Cada uno de esos universos tiene sus propias leyes de la naturaleza, muy distintas de las que observamos en nuestro mundo. Si la idea es correcta, se invalida lo que para muchos es la evidencia de un Creador: el hecho de que las leyes de la naturaleza favorecen la aparición de la vida.
La generación de la vida requiere un ajustadísimo balance de las fuerzas de la naturaleza. Por ejemplo, si los protones fueran un poco más pesados, no habría tantos elementos químicos estables y el menú de átomos necesarios para la vida sería insuficiente. Según la teoría de los multiversos, existen universos donde los protones son más pesados y la vida es imposible. La teoría es especulativa, pero tiene bases teóricas sólidas. Uno de sus puntos de apoyo es la mecánica cuántica, cuyas perplejidad máxima es algo llamado "superposición de estados". Es común que en el estado de una partícula microscópica no pueda decirse que la partícula está aquí o allá o en ningún lugar definido, sino que está en una combinación -una superposición- de posiciones, como si estuviera en varios lugares a la vez, de modo que una única observación de la partícula puede dar una multiplicidad de resultados.
Un gato muerto y vivo
El ejemplo más famoso viene del físico Erwin Schrödinger, que señaló que la física cuántica no prohíbe que un gato pueda estar en una superposición de estados, en algunos de los cuales está muerto y en otros, vivo. Del mismo modo, en la visión de Hawking de los multiversos, el universo puede estar en una superposición de muchos estados diferentes, cada uno con leyes distintas, con una minoría de universos propicios para la vida. Hawking hizo contribuciones muy importantes a esta teoría y trabajó en el tema hasta el final (una revisión de su último trabajo, en colaboración con Thomas Hertog, fue publicada en Internet el 4 de marzo, diez días antes de su muerte).
Las contribuciones de Hawking son incuestionables y conjuran la insinuación de que su fama es desproporcionada con su ciencia. Fue uno de los primeros en usar la física cuántica para describir el comienzo del universo. Su teoría más famosa refiere a los agujeros negros, objetos cósmicos imaginables como una región protegida por un cofre esférico, el "horizonte de eventos". Del mismo modo que desde la playa no podemos ver más allá del horizonte, el horizonte de eventos marca un punto de no retorno. En la versión clásica (sin física cuántica) todo lo que cruza el horizonte queda atrapado, hasta la luz, de ahí el nombre. Hawking cambió esta visión. Incorporando la física cuántica, propuso que el agujero negro puede evaporarse, y a medida que se evapora, el horizonte se contrae. No sabemos qué pasa en el final, cuando ese horizonte desaparece y el espacio y el tiempo queran reducidos a un punto, como en el Aleph de Borges.
Materia y sueños
Quizás mi amigo compró Los sueños de los que está hecha la materia bajo el influjo esperanzador de Hawking, por su vuelo inmóvil, por la paradoja de una voz robótica y digitalizada que es a a la vez profundamente inspiradora y poética.
Su trabajo nos recuerda ese vínculo constitutivo que, cada vez más, tenemos con las máquinas y con la tecnología. Nos invita a repensar la dicotomía entre personas y máquinas. Nos trae a la conciencia la complejidad que se oculta tras la simplicidad, y la enorme sofisticación tecnológica que hay detrás de la interfase sencilla de una tablet que hasta un bebé es capaz de manejar.
En el caso de Hawking, la sofisticación es un cerebro, un ser humano. ¿Ese estar rodeado y atado con un vínculo irreemplazable con la tecnología no nos hace a todos discapacitados? Como dice la antropóloga de la ciencia Hélène Mialet en su libro Hawking Incorporated: "Nosotros, como Hawking, somos incapaces de pensar y completar los resultados de nuestros pensamientos sin estar atados a una red de gente, de instrumentos, de máquinas, y de los laboratorios vivientes en los que todo esto está distribuido".
La máxima orteguiana hoy sería "yo soy yo y mi celular".
Mialet habla del "cuerpo extendido" de Hawking. Un cuerpo que se extendía no solo a la máquina que le permitía comunicarse, sino también a los estudiantes que aprendieron su manera diagramática de pensar y dibujaban sus esquemas y escribían sus trabajos. Su discapacidad hace visible aquello que no vemos y damos por descontado: todo ese apoyo sin el que, no solo Hawking, sino también todos nosotros, seríamos incapaces de ser y de pensar.
Para mí, que trabajo mucho con las manos, que llevo una vida ligada a la voz, a lo que toco con mi instrumento o a lo que escribo y dibujo, Hawking fue un mensajero de otro mundo, con su figura casi incorpórea, como salida del tejido mismo del espacio-tiempo, y que pudo, encerrado en una cáscara de nuez, ser el rey del espacio infinito.