Hasta dónde llegará la sumisión del Presidente a Cristina Kirchner
Tras las concesiones a la vicepresidenta en materia de política exterior y de Justicia, el mercado comienza a temer una “cristinización” de la economía
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En medio de la huida de los bonos emitidos en pesos y del aparente final de la calma en el mercado cambiario, una pregunta que inquieta a los hombres de negocios en estas horas es hasta dónde llegarán las concesiones de Alberto Fernández a Cristina Kirchner, luego de la los últimos gestos de subordinación que le ofreció el presidente de la Nación.
Nadie puede olvidar en ese segmento de la sociedad que, durante el reciente acto que el primer mandatario y la vicepresidenta encabezaron en Tecnópolis por los cien años de YPF, poco antes de que Cristina Kirchner intimara al jefe del Estado a “usar la lapicera”, hizo referencia al “deporte nacional” de apropiarse de las reservas del Banco Central. Aludió así indirectamente a la paradoja de que, en el momento en que más dólares estaba generando el campo con sus exportaciones a precios récord como consecuencia de la invasión de Rusia a Ucrania y el incremento de los precios agrícolas, la entidad monetaria no podía aumentar sus reservas. El lamento de la vicepresidenta podría ser interpretado como una demanda por mayores cepos cambiarios.
Es sabido que entre los problemas derivados de la brecha cambiaria entre el mercado oficial y los restantes mercados de divisas se encuentra la subfacturación de exportaciones y la sobrefacturación de importaciones. Sin embargo, las ideas que sobrevolarían el universo kirchnerista pasarían por una profundización del cepo cambiario, tanto para algunas importaciones como para el turismo hacia el exterior del país.
¿Estará dispuesto Alberto Fernández a capitular frente a la vicepresidenta en materia económica? Difícilmente por el momento. Pero no pocos analistas económicos reconocen que puede ser grande la tentación del Gobierno a aumentar algo más adelante los controles sobre las salidas de dólares, una vez que se termine el arribo de divisas provenientes de las liquidaciones de exportaciones agrícolas. Claro que esta cuestión chocaría con los requerimientos del Fondo Monetario Internacional (FMI), ya que el libre movimiento de capitales forma parte medular de su doctrina, más allá de que los técnicos del organismo vengan haciendo la vista gorda ante eventuales incumplimientos en las metas comprometidas por el gobierno argentino.
Si bien es probable que, cada vez que pueda, Alberto Fernández intente ofrecer en adelante alguna tímida señal de independencia, lo cierto es que en los últimos 15 días solo brindó pruebas de sumisión a Cristina Kirchner.
- El Presidente hizo suya la estrategia cristinista de atacar con dureza a Mauricio Macri, a quien trató de “ladrón de guante blanco”, al tiempo que se preguntó públicamente por qué los jueces no van contra él.
- No dudó, en sintonía con la vicepresidenta, en cuestionar a los medios de comunicación, a los que acusó de “intoxicar a la gente”.
- Se declaró a favor de la reforma de la Corte Suprema de Justicia que quiere precisamente Cristina Kirchner, con su aumento de cinco a 25 miembros, pese a que poco tiempo atrás Fernández se pronunció en público en contra de modificaciones de ese tipo, como de la idea zaffaroniana de dividir al máximo tribunal en salas.
- Despidió del Ministerio de Desarrollo Productivo a Matías Kulfas, uno de sus colaboradores más estrechos, luego de las críticas que había formulado la vicepresidenta hacia ese funcionario.
- Finalmente, en la reciente Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, asumió una posición en defensa de Cuba y Venezuela, y fue durísimo con el titular de la Organización de Estados Americanos, el uruguayo Luis Almagro, quien siempre se destacó por sus cuestionamientos a las violaciones a los derechos humanos en aquellos países gobernados por regímenes autoritarios. Fue por parte del presidente Fernández un guiño más a Cristina Kirchner.
Hasta qué punto estará dispuesto el primer mandatario a acatar las propuestas de Cristina Kirchner en materia económica, como lo ha hecho en el área de política exterior o de Justicia, es algo que está por verse. Lo cierto es que en el cristicamporismo existe una fuerte preocupación por el desborde de la inflación y sobre los efectos sobre su masa de votantes. Hoy, con el 58%, la Argentina tiene el tercer registro interanual más abultado en el mundo, después de Venezuela y Turquía, que está castigando fundamentalmente a los sectores más sumergidos de la población, que conforman la base electoral de la coalición gobernante. Paradójicamente, la resistencia del cristinismo a poner en caja el gasto público y la emisión monetaria se traduciría en políticas que no harían más que potenciar el proceso inflacionario que tanto lo preocuparía.