Halcones para reconstruir la Argentina
En el antiguo Egipto el halcón fue un ave sagrada sinónimo de nobleza, poder y belleza, portador de sabiduría y capacidad para custodiar lo valioso. La paloma, en cambio, remite a los tiempos bíblicos como símbolo de paz y reconciliación.
En los albores de los Estados Unidos, esos términos ingresaron en el lenguaje político y en los 60 se universalizaron para reflejar dos perspectivas contrapuestas: el activismo por la guerra y el intervencionismo frente al pacifismo y el multilateralismo.
Hoy estilos de halcones y palomas van más allá de esas cuestiones, aunque siguen representando dos abordajes de la política diametralmente diferentes. Los llamados halcones nos refieren, entre otros, a firmes convicciones, determinación para levarlas adelante, puesta de límites y coraje en la toma de decisiones imprescindibles, aunque sean impopulares. En cambio, se les denomina palomas a aquellos políticos proclives al dialoguismo, la negociación todo terreno y lo “políticamente correcto”.
En la Argentina de las últimas décadas, con el embate del denominado “marxismo cultural”, principalmente a través de los medios y la educación, se crearon nociones de lo aceptable y lo condenable, alejadas del sentido común. En ese sentido, autoridad, orden, mérito, riqueza y capitalismo fueron deliberadamente equiparados a disvalores como autoritarismo, represión, privilegio, injusticia y dominación. Esa misma suerte corrió el concepto de halcón en la política, falsamente equiparado con intolerancia, fascismo y negación al diálogo.
Sin embargo, nuestro pasado más brillante contradice ese prejuicio instalado. Fueron verdaderos halcones en el sentido moderno los varones y mujeres que forjaron nuestra Argentina. Quién podría afirmar que diálogo y complacencia hubieran llevado a la independencia de la patria? ¿Qué si no halcón fue San Martín, cuando emprendió su gesta libertadora, o Belgrano, que sin ser militar de carrera se puso al frente de un ejército, en una campaña que desafió hasta la fibra más íntima de su ser? ¿O como las valientes Juana Azurduy y las Damas de Salta, con roles centrales en la gesta emancipadora?´¿O Sarmiento, torciendo el brazo al primitivismo y a la ignorancia para acariciar el sueño de ser potencia mundial? ¿O el denostado Roca, el artífice de la Argentina moderna? ¿Qué sino halcones fueron, también, aquellos inmigrantes, que con su trabajo de sol a sol, levantaron este país? Y la lista sigue…
La Argentina vive una crisis de gravedad extraordinaria. La etapa del diagnóstico ya se agotó. El gran desafío es revertir el proceso de destrucción e identificar los liderazgos más aptos para emprender esta tarea. Este tiempo de pandemia, en el que la población ha vivido abusos y escándalos desde la cúpula más alta del poder, sirvió para que muchos comprendamos que las virtudes del halcón son las necesarias para rescatar al país de su penosa decadencia.
Los amargos episodios vividos en las últimas décadas revelan que la grieta que recorta nuestro potencial es moral y trasversal a la política. No se trata ya de peronismo/kirchnerismo o anti-peronismo, ni de izquierda o derecha: es la pulseada épica entre verdad o relato, honestidad o criminalidad, mérito o acomodo, justicia o impunidad, instituciones o autoritarismo, trabajo o asistencialismo, prosperidad o pobreza, inserción en el mundo o aislacionismo, educación o ignorancia. Esta grieta no debería cerrarse.
Por eso es importante estar alerta respecto de propuestas de diálogo que, con el argumento de “cerrar la grieta”, sólo sirven para convalidar tropelías del pasado y presente y lograr la impunidad de los responsables.
La efectividad de un diálogo está asociada a la talla moral y a la buena fe de las partes. Sin esta condición sine qua non, resulta inviable como acción superadora. Basta recordar la burla de las 15 instancias de “diálogo” entre las dictaduras de Chávez y Maduro y los opositores venezolanos más complacientes.
Las recientes elecciones desnudaron a la política en toda su dimensión, con sus juegos de poder que ya la ciudadanía no avala, con la consecuente pérdida de credibilidad.
El lenguaje construye realidades y la verdad, por dura que sea, puede reconstruir esa credibilidad perdida. Hoy el desafío de la dirigencia es leer correctamente la situación y tener la capacidad de comunicarla en su verdadera dimensión, sin por eso caer en la violencia, la falta de respeto, la crispación o el mesianismo.
Lo deseable es que los que se identifican con este estilo de liderazgo estratégico, el de los halcones, a todos los niveles, actúen en conjunto y vuelen muy alto, para construir un mejor futuro. No importa de dónde vienen sino a adónde van. Bastan algunos consensos básicos sobre el modelo de país y un conjunto de valores fundamentales compartidos y no negociables, sostenidos en la honestidad personal y en la grandeza para servir a la nación en vez de servirse de ella.
Tan fundamental es hoy esta misión, como fue la de aquellos que con su valor forjaron la nación argentina.