Hackear la muerte
En el último capítulo de la serie británica Years and Years, de HBO, el alma de la tía fallecida es introducida en un artefacto del estilo Alexa. El objetivo de sus familiares era que siguiera interactuando con ellos después de la inhumación de su cuerpo, movidos, quizás, por la ilusión de que no muriera del todo.
En su libro La sociedad paliativa, Byung-Chul Han advierte que las sociedades actuales aplican todas sus fuerzas vitales en prolongar la vida: lo central hoy es sobrevivir. Nos cuesta asimilar que nuestro tiempo es finito y evadimos el dolor que esta realidad nos causa con un estado de anestesia emocional. El filósofo nos insta a contrarrestar esta tendencia mediante una sensata preocupación por la vida buena. Porque una sociedad “dominada por la histeria de la supervivencia es una sociedad de muertos vivientes”, señala.
Lo cierto es que, en la era digital, con sistemas de inteligencia artificial cada vez más sorprendentes, hackear la muerte también entra en el radar de los desarrolladores. En las últimas semanas, hemos visto un adelanto de lo que Sora, modelo generativo de videos hiperrealistas de la firma OpenAI, es capaz de lograr a partir de una indicación precisa. Las aplicaciones montadas sobre estos modelos abundan y cumplen múltiples funciones: ¿por qué no vencer la fragilidad y dejarnos tentar por la posibilidad de una supervivencia perpetua?
Así, al contexto tumultuoso de start ups paliativas, se suman los llamados deepfakes: contenidos apócrifos producidos mediante técnicas de inteligencia artificial y aprendizaje automático, en forma de imágenes, videos o audios manipulados para simular que alguien está diciendo o haciendo algo que en realidad no dijo ni hizo. Tal es el caso de la publicidad en la que la cantante María Rita hace un dúo con Elis Regina, su madre ya fallecida, para celebrar el 70 aniversario en Brasil de una empresa automotriz. Para muestra, un botón.
Nos interesa aquí cerrar el foco sobre esta promesa falaz de eternidad que sobrevuela ciertos desarrollos de IA, que vienen a trastocar la experiencia personal de la muerte en nuestras vidas: la propia y la de nuestros seres cercanos. Prueba del desconocimiento de la centralidad del dolor en la existencia humana, que -al igual que el amor- nos da la oportunidad de alcanzar un encuentro auténtico y profundo con el otro.
Volver a la vida a quien ya partió, recrear su voz y su imagen, incluso capturar “su esencia” para conservarla después de su desaparición física, son algunos de los propósitos literales de estas plataformas accesibles a cualquier usuario. Tener un clon digital, que nos sobreviva y continúe interactuando con nuestros seres queridos, un ente que no solo tenga la misma voz y cadencia, sino que utilice los mismos giros y se exprese con idénticos gestos y, además, emule nuestras conductas y respuestas en diferentes entornos. Y que nosotros podamos conocer (y aprobar) en vida, en una extraña sesión de desdoblamiento y cruce con un alter ego.
Todo esto está sucediendo en medio de una aceleración brutal que desalienta la reflexión. Podemos ensayar, no obstante, algunas preguntas, que seguramente pecarán de ingenuas. Una vez creada, ¿será ininterrumpida la conexión? ¿Qué pasará cuando nuestros contemporáneos fallezcan? ¿Tendrán sus dobles digitales y habitaremos el ciberespacio para siempre? ¿Podremos cumplir las etapas del duelo natural y sanador o abrazaremos un sueño antes que una dolorosa realidad?
Vemos que hoy en día los funerales se realizan con celeridad, que se recurre a la cremación como alternativa común y que las visitas a los cementerios son cada vez menos frecuentes. En paralelo, se mantienen activos perfiles en redes sociales de personas ya fallecidas, porque no nos resulta extraño el concepto de prolongación digital de la existencia.
Sin embargo, la seguridad de la muerte hace que esta vida, aún efímera, sea más valiosa. Se trata, entonces, de aceptar la finitud. Esa certeza que nos mueve a no perdernos en discusiones ni en distancias en nuestro día a día, y a rendir respeto y llorar ante el cuerpo de quien fallece. Esa conciencia que nos impulsa a rescatar una tradición: etimológicamente, lo que nos atraviesa como seres sociales inmersos en una cultura.
De lo contrario, como en Years en Years, el descuido de nuestra humanidad puede volvernos artefactos o entidades algorítmicas, apenas sombras digitales de lo que alguna vez fuimos.
Docentes e investigadoras de la Facultad de Comunicación y el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral