Hacia una universidad socialmente inclusiva
Desigualdad y pobreza favorecen que, en la Argentina, sean muchos los que quedan marginados de los procesos educativos aptos para abrirles el nuevo mundo tecnológico
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Estamos viviendo un profundo cambio tecnológico, ya que en este siglo el capital humano es más importante que el tradicional capital físico y los recursos naturales. Este capital humano es aportado preferentemente por la educación en todos los niveles, y en las últimas décadas especialmente por la universidad. Los cambios de este siglo identifican a la universidad como la clave para un futuro próspero y con igualdad de oportunidades. Así como el diploma de la escuela secundaria se convirtió en el pasaporte para participar de la era industrial del siglo XX, hoy –un siglo después– la educación universitaria se ha convertido en el requisito para ingresar en la era del conocimiento del siglo XXI.
Un examen de la realidad argentina nos dice que la universidad enfrenta tres desafíos: tiene pocos graduados, tiene pocos graduados en las carreras científicas y tecnológicas, y tiene pocos estudiantes provenientes de hogares pobres. A pesar de la gratuidad generalizada de la universidad pública, son pocos los graduados que provienen de hogares humildes. El siglo XIX fue el de la escuela primaria, el XX de la secundaria, mientras que este, que es el siglo de la ciencia y la tecnología, es el siglo de la universidad, por esta razón es grave que nos estemos quedando rezagados.
Es oportuno prestar atención al ejemplo que nos da el Uruguay con su Fondo de Solidaridad (FSU), una institución de derecho público no estatal creada en 1994 para financiar un sistema de becas destinadas a estudiantes de la Universidad de la República (UdelaR), de la Dirección General de Educación Técnico-Profesional (Dgetp) y, desde el año 2012, de la Universidad Tecnológica (UTEC). Este Fondo se financia con los aportes obligatorios que deben realizar los graduados de UdelaR, UTEC y del nivel terciario del Dgetp. El monto a abonar varía según la duración de la carrera cursada y la cantidad de años que pasaron desde el egreso, comprendiendo valores anuales que van desde los 72 hasta los 288 dólares. También existe un aporte adicional de 240 dólares anuales que deben realizar los egresados de la UdelaR que hayan cursado carreras de duración igual o superior a cinco años, destinado cubrir gastos de la universidad. En ambos casos los pagos se realizan en cuotas mensuales a partir del quinto año desde el egreso, quedando eximidos de realizarlos quienes tengan ingresos mensuales inferiores al mínimo no imponible de 1150 y 800 dólares, respectivamente. En caso de no realizar el pago, se le puede retener al profesional hasta el 50% de sus haberes, con un tope de 1150 dólares.
Los egresados de las instituciones públicas mencionadas están obligados a aportar al FSU hasta alcanzar 25 años como aportantes, haber cumplido 70 años de edad, jubilarse o tener alguna enfermedad física o psíquica irreversible. Las cifras oficiales indican que en el año 2022 aportaron al Fondo unos 134.952 profesionales, siendo el 43% egresados de carreras de Ciencias Sociales y Artísticas. Por su parte, los beneficiarios del Fondo de Solidaridad son aquellos estudiantes uruguayos o extranjeros con residencia en Uruguay que provengan de hogares que no cuenten con los ingresos suficientes para costear los gastos educativos necesarios para afrontar estudios terciarios en la UdelaR, Dgetp y UTEC. El monto otorgado a los estudiantes becados es aproximadamente el equivalente a 290 dólares mensuales, durante 8 meses para los que acceden por primera vez y 10 meses para los que renuevan. La beca se puede mantener durante toda la carrera, renovando todos los años, si se cumplen los requisitos establecidos.
Una vez que los estudiantes se inscriben como solicitantes de la beca, el Fondo analiza la situación social, económica y patrimonial del hogar del solicitante, la edad y si es beneficiario de otra ayuda económica (ya que no puede recibir la beca si ya cuenta con ese tipo de ayudas).
Si bien no existen restricciones académicas al momento de solicitar la beca, sí las hay para la renovación, cuando se exige cierta regularidad en el avance de la carrera, la cual consiste en alcanzar un 50% de escolaridad anual y general, es decir, aprobar la mitad de las materias del año en curso y la mitad del total de materias de la carrera cursadas hasta el momento; en carreras técnicas este porcentaje se reduce al 40%. Existen límites de edad como requisito de obtención de becas, que van desde los 25 años, para los estudiantes que ingresan a la educación terciaria o egresaron y reingresan a nueva carrera, hasta los 32 años, para las renovaciones. Según las cifras publicadas por el FSU, en 2022 se otorgaron 9754 becas, de las cuales el 50% fueron para estudiantes del área de Ciencias de la Salud. Otro dato importante es que el 92 por ciento de los becarios son la primera generación de su familia que accede a la educación terciaria.
El sistema de becas del FSU ha arrojado resultados muy positivos: desde su creación, el porcentaje de egresados becarios aumenta constantemente, alcanzando en 2021 al 24% de los graduados de la UdelaR. Además, un estudio realizado en el año 2018 en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la UdelaR reveló que los estudiantes que reciben la beca avanzan un 25,8% más al cabo de un año y la probabilidad de sobrevivir al primer año es un 9,4% mayor que el promedio del total de estudiantes. En el año 2021 se graduaron en Uruguay unos 7428 profesionales de la UdelaR, Dgetp y UTEC, que permitieron otorgar 9754 becas en 2022. Si trasladamos estas cifras a la cantidad de graduados de la Argentina, las últimas cifras oficiales exponen que en el año 2020 se graduaron de universidades estatales unos 73.832 profesionales, es decir que si hubiésemos instalado un sistema como el FSU se habría podido becar en el último año a unos 95.000 estudiantes de origen humilde.
Tengamos presente que este siglo se caracteriza por cambios basados en nuevas tecnologías que están levantando barreras entre “incluidos” y “excluidos”. Desigualdad y pobreza impulsan en la Argentina que sean muchos los que quedan marginados de los procesos educativos aptos para abrirles el nuevo mundo tecnológico. Padecemos un retroceso educativo y sin igualdad de oportunidades para todos los niños y adolescentes. Sin una buena escuela no habrá movilidad social y consolidaremos la exclusión social.
En este siglo crecen los países capaces de acumular capital humano altamente calificado gracias a un buen sistema educativo. La tarea que enfrentamos es grande, ya que no podrá haber en los próximos años un sostenido crecimiento económico sin inversión en capital humano preparado para los progresos tecnológicos que vive el mundo globalizado. Sin educación de calidad para todos será difícil abatir la pobreza y la exclusión social.
En este siglo de la ciencia y la tecnología, cada día que pasa son más importantes la universidad y el nivel educativo de los estudiantes secundarios que acceden a ella. El nuevo capital es el capital humano y ya es hora de fortalecerlo. Combatir la pobreza y alcanzar un desarrollo sostenible son tareas que una población no educada no podrá asumir en este siglo. Confucio dijo: “Donde hay buena educación no hay distinción de clases”. Ya es hora de actuar con medidas concretas, no alcanza con los discursos; recordemos lo que nos decía Ortega y Gasset: “Argentinos, a las cosas”.
Academia Nacional de Educación – Universidad de Belgrano