Es la falta de educación, no el fútbol
La vergonzosa conducta argentina en la final de la Copa Libertadores presenta un aspecto positivo que vale la pena resaltar: nos ha mostrado a las claras que nuestro problema central es la falta de educación. Es que la causa de este bochorno no es un tema puntual producto de un grupo de inadaptados que rodea el fútbol. El problema es bastante más que eso. Está protagonizado por una sociedad que modificó sus conductas para permitir la barbarie.
Habernos acostumbrado a los partidos de fútbol sin los aficionados del equipo visitante, habernos adaptado a las piedras, a las corridas y a la violencia que se hace presente todos los fines de semana en un partido de primera o segunda (o incluso, lo que es más grave, en los partidos de infantiles donde los padres convierten las canchas en escenario de peleas y griteríos infartantes), son señales del nivel de brutalidad al que hemos descendido. Y allí es donde está el problema: los argentinos todos convivimos con la mala educación sin advertir que esta es la causa principal de nuestros males. Pero lo ocurrido en el fútbol ha tenido tanta visibilidad que, sin quererlo, puede convertirse en una magnífica oportunidad para despabilar a una sociedad anestesiada.
El desafío es simple: ¿por qué no partir de este papelón internacional para demandar en serio una mejora de nuestra educación? ¿Por qué no aprovechamos lo ocurrido para reclamar por el derecho constitucional de aprender de nuestras niñas, niños y jóvenes?
Para ello debemos exigir un plan estratégico integral que asegure la formación cabal de nuestro capital humano que incluye el aprendizaje de valores y comportamiento social. Este no es un sueño. Es un deber. Y es un deber del Estado y un derecho humano de los alumnos cualquiera que sea el lugar donde viven o su clase social. Hoy no lo estamos logrando. Más del sesenta por ciento de los jóvenes en edad de terminar la secundaria no logran los saberes mínimos para vivir en sociedad. Este es uno de los motivos centrales por los que ocurren muchos de los episodios como el de la cancha de River. Por eso este objetivo educativo debe ser un reclamo de la sociedad. El plan para lograrlo requerirá mucho esfuerzo e inversión y, por sobre todo, coherencia y voluntad política. Sepámoslo y no seamos hipócritas.
Todos vamos a estar de acuerdo (y más en un año electoral) con la frase: "Necesitamos mejor educación". Veremos fotos emotivas de candidatos con niños y escuelas detrás. Pero necesitamos mucho más que eso. Exijamos un plan educativo holístico y moderno que requiere de consensos, de mucho diálogo difícil que no puede postergarse, de metas, plazos, responsables, financiación, monitoreo, prioridades, tecnología y muchos aspectos más que necesitan de un trabajo profundo. Pero no es una utopía. Hay ejemplos cercanos que nos están brindando países iberoamericanos. ¿Qué tienen estos países que no tiene la Argentina? ¿Es la soberbia o es la ideología la que nos impide juntarnos a trabajar?
Un plan estratégico que apunte al desarrollo del capital humano argentino no es una varita mágica. Se necesita tiempo, seguimiento y una enorme interconexión entre distintos ministerios. Unir a los argentinos detrás de un plan educativo nos daría sentido y un propósito de Nación. Aprovechar la vergüenza del fútbol y convertirla en la causa de una mejor educación para nuestra sociedad sería el mejor gol de nuestras vidas: el de haber tomado conciencia que la educación debe ser, como la ley lo dice, prioridad nacional.
Presidente de Educar 2050 y secretario general de Reduca