Hacia una modernización que revitalice el Mercosur
El martes 18 de diciembre pasado, en Uruguay, Mauricio Macri asumió por segunda vez la presidencia pro tempore del Mercosur y subrayó: "Hemos elegido el Mercosur como plataforma para salir juntos al mundo". En su alocución, proclamó "el compromiso absoluto" de la Argentina con el bloque regional.
El segundo mandato que inició Macri será sin dudas diferente del anterior. Esa diferencia será una necesaria consecuencia de los aires de cambio que soplan en una región que requiere adaptar su esquema subregional de integración a las nuevas necesidades de los países que lo integran. A ello se suma la incertidumbre sobre la postura que tendrá Brasil, cuyas autoridades electas no escatimaron comentarios críticos sobre el estado de situación del acuerdo.
Como consecuencia de esas expectativas, el nuevo presidente pro tempore afirmó en Montevideo, en lo que se entendió como un mensaje dirigido a Jair Bolsonaro , que "el Mercosur debe ser un instrumento de vanguardia capaz de adaptarse a la dinámica de los cambios regionales y globales". Y luego agregó, en referencia a la importancia potencial de la articulación de intereses de la región, que el avance de un tratado del Mercosur con la Alianza del Pacífico podría conformar "uno de los polos de crecimiento más dinámicos del mundo con costas sobre dos océanos".
El día del triunfo de Bolsonaro, Paulo Guedes, su futuro ministro de Hacienda, indicó: "La Argentina no es una prioridad para Brasil; tampoco lo es el Mercosur; la prioridad es comerciar con el mundo". Más tarde, pidió disculpas y dijo que "fueron palabras dichas en la noche de la elección" y que no quiso "desmerecer" ni a la Argentina ni al bloque regional. En esa noche de euforia, el futuro funcionario también había calificado como países populistas a la Argentina, Venezuela y Bolivia, de los cuales solo el primero es Estado parte del Mercosur.
Estas declaraciones, sumadas a trascendidos e interpretaciones varias, generaron lo que se llamó "Brasil incertidumbre" o "la espada de Damocles" del Mercosur, que pareció haber comenzado a resolverse durante la reunión del G-20 en Buenos Aires, oportunidad en que el canciller Jorge Faurie afirmó que Macri había hablado dos veces con Bolsonaro sobre la necesidad de que los países que lo integran se abran para tener inserción con otros espacios económicos. Para tal propósito, ambos hombres habrían coincidido en la necesidad de liberalizar este espacio, "que permanece muy cerrado", reconociendo que para exportar más se requiere aceptar algunas condiciones que el mundo le impone. En tal sentido, Faurie agregó que el equipo de economía de Bolsonaro se manifestó a favor de la apertura de la economía, y esto es lo que llamamos "la modernización del Mercosur".
Las expectativas se centran ahora en una reunión bilateral clave, acordada por Macri con el presidente electo del principal socio comercial y estratégico argentino, prevista para el 16 de enero en Brasilia, "para trabajar juntos en la nueva etapa". Al final de ese día se sabrá si hubo humo blanco en el Mercosur, a través del entendimiento de los mandatarios de los países de mayor importancia relativa del acuerdo, o sí, por el contrario, solo hubo humo gris, que incrementará la tensión y la incertidumbre por el futuro del bloque.
A efectos de precisar lo que estará en juego ese día, podría decirse que el propósito de Macri es el reposicionamiento del Mercosur como actor interregional. Los socios del acuerdo ya habían anticipado una nueva visión del Mercosur al propiciar la suspensión de Venezuela como Estado parte por no haber cumplido las obligaciones que asumió al ingresar. Con ello se buscó clausurar el período populista y recuperar el esquema integrativo como un instrumento clave para mejorar las exportaciones intra y extrazona de la región.
En el centro del problema se encuentra saber si el Mercosur puede transformarse en el instrumento regional que permita negociar en bloque los grandes acuerdos globales para mejorar la inserción internacional de los países de la región. ¿Es eso posible? Para responder a tal pregunta es necesario recordar que el Tratado de Asunción, del 26 de marzo de 1991, que creó el Mercosur, fue suscripto durante el auge liberal de los 90, en tiempos en que los principios rectores eran la apertura económica, la desregulación y las privatizaciones. Es decir que bajo ningún concepto podría calificarse la metodología integracionista del Mercosur de populista, y menos aún de proteccionista. Es más: ya Alfonsín y Sarney habían manifestado, en el Acta para la Integración Argentino-Brasileña, suscripta en Buenos Aires el 29 de junio de 1986, que el proceso por ellos inaugurado tenía como objetivo referenciar dos modelos económicos con las nuevas condiciones de la economía y el comercio mundial propiciando la modernización a través de un programa "gradual, flexible y equilibrado".
Nadie puede negar la importancia histórica del proceso subregional iniciado con la restauración democrática, que, entre otros logros, puede exhibir el incremento del comercio industrial e interindustrial intrazona y los acuerdos extrarregionales que ha negociado hasta el momento. Es cierto que con la llegada del ciclo populista hubo políticas más proteccionistas sin propiciar un cambio de la metodología de integración, razón por la cual el acuerdo sobrevivió enmarañado por economías cerradas que usaron entre sí hasta el cansancio los mecanismos de salvaguardas que permitían a sectores vulnerables posicionarse transitoriamente fuera de lo acordado.
Los problemas del Mercosur, como efecto de su carácter intergubernamental, tienen más que ver con los problemas de los países miembros que con la metodología de integración adoptada. Pero se debe tener en cuenta que las recientes palabras de Macri, si bien sellaron el compromiso argentino con el esquema de integración regional, no clausuraron las puertas de la negociación. Por el contrario, al definirlo como un instrumento capaz de adaptarse a la dinámica de los cambios regionales y globales, dejó planteada la necesidad de cambios.
En este punto es preciso agregar que el Mercosur, como la Unión Europea, tiene su andamiaje jurídico basado en la propia Organización Mundial del Comercio (OMC), que admite esta clase de acuerdos como excepción a la "cláusula de nación más favorecida", herramienta esencial del multilateralismo, que por razones históricas permite que a través de estos acuerdos un Estado miembro del sistema multilateral de comercio conceda ventajas arancelarias a un país sin tener que hacerlas extensivas a los demás miembros. Claro que lo atinente a las relaciones de los socios, mientras no violen los principios de la OMC y la Aladi, lo pueden negociar entre las partes.
Por tal razón, podría afirmarse que las palabras de Macri sugieren que la Argentina negociará con Brasil sobre la base de la convicción de que el Mercosur es la plataforma adecuada para suscribir grandes acuerdos extrarregionales de apertura comercial. Entre ellos, el que se viene negociando entre el Mercosur y la Unión Europea, que ya está en su tramo final.
Esta visión bien podría admitir cierta flexibilidad en algunas de las negociaciones que se encuentran hoy en la extensa agenda externa de la Argentina y sus socios, quienes coinciden en la urgente necesidad de mejorar sus balanzas comerciales.
El tema es relevante, porque de las estrategias de inserción internacional que se adopten en un mundo en tensión pero propicio a los cambios dependen las posibilidades de crecer, mejorar la infraestructura, la educación y el trabajo, ya que, como dijo el canciller Jorge Faurie, nuestro objetivo es lograr "más inversión, más comercio y más trabajo".
Especialista en Integración Latinoamericana UNLP; exdirector del Cebras
Edgardo Segundo Acuña