Hacia un escenario de concordia y multilateralismo
Época de grandes mutaciones.
En el plano global transitamos una época signada principalmente por la constante disrupción tecnológica. El escenario que finalmente emerja estará fuertemente permeado y condicionado por la ciencia, la tecnología y la innovación. Las revoluciones en biotecnología, tecnología de la información e inteligencia artificial están generando una mutación de poder nunca vista, con impacto directo en los actores estatales y no estatales.
Es por eso que debemos preguntarnos qué está ocurriendo en el mundo y cuál es el significado profundo de los cambios.
Por otro lado, en lo interno, estamos en un momento crítico de nuestra historia: lo que el historiador J.G.A. Pocok denomina el momento maquiavélico; el momento en que una república enfrenta el problema de mantener la estabilidad de sus ideales e instituciones.
Y esto nos debe llevar a trascender el corto plazo y salir de la pereza intelectual. Es necesario embarcarnos en una reflexión profunda, serena y de largo plazo –más allá de las diversas visiones partidarias coyunturales, todas ellas legítimas– porque en estos tiempos de desasosiego colectivo es imperativo desarrollar un pensamiento estratégico de largo plazo.
Imaginar proyectos de arquitectura global sustentables que nos alejen del disfuncional esquema binario hacia el que pareciera deslizarse el mundo: nueva guerra fría, confrontación entre grandes potencias; ambos paradigmas basados exclusivamente en el poder duro y, por ende, lejanos de las reales necesidades y demandas de we the people, palabras iniciales de la Carta de la ONU, que solo pueden ser abordados a través de la cooperación multilateral.
A futuro enfrentaremos cada vez más desafíos y oportunidades que ingresan directamente en la esfera personal de cada uno de nosotros –we the people– tal la pandemia, que nos tiene cautivos en búnkeres sanitarios –no nucleares– desde hace más de un año.
“Toda mi vida he tenido una cierta idea de Francia”, es la famosa frase del general Charles de Gaulle en sus Memorias de guerra que me viene recurrentemente a la memoria al meditar sobre la actual situación de la República Argentina. Pareciera que nos está faltando una brújula estratégica que nos permita navegar estos tiempos de incertidumbre, tanto en el ámbito nacional como en el plano global.
En lo interno, la discordia entre argentinos –utilizo este concepto enunciado hace 110 años por Joaquín V. González en su libro El juicio del siglo (escrito por pedido de La Nación en ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo) ya que nuestro problema no es geológico (“grieta”), sino de convivencia ciudadana– constituye el mayor desafío a futuro.
Sin una idea clara y compartida sobre lo que somos y queremos ser en este siglo XXI, difícilmente la república recupere el papel relevante que supo tener en el pasado.
Por eso es que la búsqueda de la concordia, una convivencia pacífica y próspera de todos los argentinos respetando los principios republicanos de nuestra Constitución nacional y siguiendo los positivos y constructivos ciclos de alternancia democrática, es, probablemente, la gran hoja de ruta a acordar en conjunto.
Asimismo, tener una cierta idea de la Argentina nos conecta indudablemente con una “gran estrategia de política exterior” basada en el interés y valores nacionales, que incorpore todos los instrumentos del país –públicos y privados– y tenga continuidad. Que sea así el resultado de acuerdos y consensos que nos permitan finalmente diseñar y acordar una política exterior pragmática que no esté condicionada por los tiempos electorales ni por los procesos de alternancia democrática.
Una gran estrategia que nos permita sobreponernos a la inmediatez que rige los destinos de la política de nuestros tiempos y seguir construyendo sobre la base de las nobles tradiciones de Carlos Saavedra Lamas, sumando todos los medios de que dispone el país al servicio del desarrollo y progreso de la República Argentina.
Las relaciones internacionales requieren instituciones y reglas internacionales sólidas y universalmente aceptables. Pero ambos elementos, las instituciones y las reglas, están actualmente cuestionados.
El desafío radica entonces en no quedar inmerso en la “trampa de la inercia” y, en cambio, privilegiar escenarios que favorezcan la emergencia de un orden multilateral estable, en el cual los países puedan generar mayores espacios de autonomía en beneficio de sus respectivos ciudadanos, para crecer, progresar y desarrollarse en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
Es necesario, así, encontrar esos márgenes de solidaridad que permitan establecer un sólido consenso para mantener la paz y la seguridad internacionales y garantizar un desarrollo y un progreso sustentables.
En el caso de la República Argentina, ello implica mantener firme y autónomamente el necesario equilibrio entre nuestros valores y nuestros intereses nacionales, en un escenario políticamente plural y social y culturalmente diverso.
En 2015, en el marco del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), los entonces asesores en política exterior de los tres principales candidatos presidenciales fuimos capaces de juntarnos, dialogar y acordar un documento de consenso titulado “Seremos afuera lo que seamos adentro”, “persuadidos de la necesidad de insertar adecuadamente a la Argentina en el mundo, formulamos las siguientes reflexiones que puedan servir para el accionar internacional del gobierno que surja como resultado de las elecciones que tendrán lugar en octubre de 2015”.
Consenso interno que, además, genera la necesaria confianza externa para ser un actor relevante y poder contribuir al diseño e implementación de un efectivo multilateralismo necesario para abordar los grandes desafíos y crisis del siglo XXI y que, en el caso argentino, hace también a nuestro interés nacional.
Gran precedente que demostró ser posible de lograr y que, entiendo, puede y debe ser retomado. No es un trabajo fácil, pero es un desafío que merece ser abordado para, quizás así, comenzar a transitar el tan ansiado camino de concordia.
Como decía Albert Camus, hay que imaginar a Sísifo feliz.
Embajador. Miembro del Servicio Exterior de la Nación