Hacia un cambio de destino, no de modelo
El inesperado resultado de la primera vuelta hizo conscientes a los ciudadanos del poder de su voto, pero alentó además la esperanza de iniciar un camino que saque al país de sus fracasos recurrentes
Las elecciones de hace diez días conmovieron una estructura profunda de la Argentina. Hemos vivido un desplazamiento de las placas tectónicas de la sociedad. Se ve que mientras se intentaba generar grietas en la superficie, una grieta subterránea mayor se estaba gestando. Tal vez podríamos comprender lo ocurrido a la luz de una imagen de Ludwig Wittgenstein, quien decía que la dificultad en la que se encuentra la reflexión filosófica es semejante a la de un hombre que está encerrado en una habitación de la que quiere salir. Primero ensaya hacerlo por la ventana, pero se encuentra demasiado alta. Busca luego escapar por la chimenea, pero es demasiado estrecha. Va agotando así las variantes de intento de salida. Sin embargo, si sólo se diera vuelta, podría advertir que la puerta nunca ha dejado de estar abierta.
Ésta ha sido siempre también la dificultad de nuestro país. Buscar la salida por todos lados, salvo por la puerta. La salida para su estancamiento histórico, para su retroalimentación regresiva entre populismo y pobreza, para la gangrena de una clase política que utiliza la franquicia de un mito para hacerse del poder y capturar el Estado para sí. Por eso, de la reciente ruptura de este sortilegio proviene no sólo alegría, sino un alivio profundo. Porque de golpe hemos sentido que no era una fatalidad caída del cielo tener que vivir encerrados en una habitación con un aire completamente tóxico. Y que no era necesario forzar las ventanas, agrandar la chimenea o continuar con nuestro suicidio colectivo allí adentro. No era necesario romper nada para salir. Tampoco la salida requería de la gracia y de los favores de los guardias de la cárcel. No era necesario que alguien nos viniera a salvar. De lo único que se trataba era de advertir que la puerta estaba abierta.
Esta puerta fue la que visualizaron millones de votos que impidieron que en la provincia de Buenos Aires fuera elegida una persona sospechada de estar asociada al narcotráfico, nuevo gas venenoso que ha ingresado en nuestra habitación. Éste ha sido el detonante para que mucha gente sometida a una indignidad que lleva mucho tiempo haya visto dibujada la puerta. En el conjunto del país, un 65% de la gente ha votado que quiere cambiar la Argentina. Pero sería una puerilidad adicional a todas las que saturan nuestro firmamento pensar que desean cambiar un "modelo". Lo que buscan cambiar es un destino.
Uno podría preguntarse cuándo y cómo es que madura la mirada como para advertir que hay una salida disponible. Hay que agradecer, en este sentido, el servicio que el Gobierno le ha prestado a la provincia de Buenos Aires, y tal vez próximamente al país, para salir de su prisión. Porque el gran mérito del kirchnerismo es haber ido por todo. Si el mal hubiera continuado siendo mediocre, posiblemente nunca nos lo habríamos sacado de encima. Si hubiera tenido la inteligencia de la mesura, todo habría pasado desapercibido, como tantas veces anteriormente. Olvidaron la regla de oro de nuestra sociedad, que parece inerme, pero que despierta ante los extremos. Hay que agradecer, en suma, a la perversión de la política que haya llegado hasta su extremo. Porque allí las cosas se invierten y derrumban. Y, en este caso, le dio a mucha gente un relámpago de inteligibilidad para sus problemas.
En esta misma línea de lectura, así como hay que agradecer al Gobierno la propuesta de candidatos indigeribles, hay que agradecer a las PASO y a Tucumán los indicios de fraude y de manipulación electoral, porque funcionó también como una vacuna; permitió desarrollar anticuerpos de control ciudadano en la elección definitiva. En suma, hay que agradecer los servicios que el mal le presta a veces al bien. (Sin ser ciegos, por supuesto, al hecho de que a veces ocurre lo contrario.)
Ahora bien, es interesante pensar qué es lo que se abre junto a esta compuerta. El país viene tolerando una pesadumbre anímica que tiene que ver con la recurrencia de su fracaso. En este sentido, cualquier principio de reversión de ese horizonte puede jugar fuertemente a favor, tal como ocurrió con la economía en el año 2002, en la que la depresión previa jugó un papel decisivo a favor de la recuperación posterior. Puesto en otros términos, hay una capacidad instalada ociosa de esperanza, de larga data, que podría ser utilizada como un poderoso impulso, tal como lo fue la capacidad ociosa productiva en la era de la posdepresión económica.
Pero todavía el movimiento está ocurriendo y apenas estamos en transición. Y persisten dudas, no sólo de cara al ballottage. Porque, a mediano plazo, uno puede preguntarse cuán consistente es un cambio que despierta sólo debido a una polaridad brutal, como fue el caso de María Eugenia Vidal frente a Aníbal Fernández. Sin embargo, a partir de lo ocurrido posiblemente no haya retroceso en la conciencia de que en nuestras manos está la posibilidad de salir. El indicio es que hay una transición en la conciencia del propio poder que tiene el ciudadano argentino. Se está produciendo una microtransformación de la sociedad, que ojalá no tenga retorno. El mérito de Macri parece ser estar escuchándola. Los líderes en sí mismos son mucho menos importantes que comprender el iceberg del que son la punta.
Los monstruos gobiernan las pesadillas. Pero, una vez que se ha despertado, no es fácil reintroducirlos en la vigilia. El agitamiento de fantasmas y la campaña del miedo es contracíclica con el momento que está viviendo la Argentina. Se verá si hay también que agradecerla. El signo que domina el ánimo es la inminencia de un cambio, que conlleva lo contrario de lo que supone el temor. Hay una dicha en esa inminencia que no comprenden los promotores de la parálisis. Pero a la vez hay algo más profundo: la alegría de haber producido un acontecimiento histórico para quien siente que nunca ha sido protagonista de nada. Nada más gratificante que haber producido un golpe inesperado al mundo de los poderosos. De esa satisfacción difícilmente haya un retroceso inmediato. Por el contrario, todo llama a alimentar la satisfacción que yace en el primer golpe de rebeldía en muchos años.
Lo que se viene en la provincia de Buenos Aires, en sus nuevas intendencias que han destronado a caciques impunes, la transfusión de sangre que se ha producido en el distrito más importante, junto a lo que se viene posiblemente en el país, podría ser lo mejor que les ocurra a los más humildes. Esto es lo que la gente ha sentido. Educación, dignidad y autonomía de las personas deberían ser la mejor herencia para el país de un gobierno que cambie de signo. Desde hace décadas vivimos en la ausencia de vocación de servicio en la política. Se ha ejercido la política como trucaje, como vaciamiento de sentido, como retórica vacía, como excusa para que las sanguijuelas se prendan al lomo de la pobreza y del Estado. Y la democracia se ha tomado 33 años para volver, en muchos aspectos, a su punto de partida. La matriz autoritaria, la brutalidad del retroceso institucional que se ha acelerado en estos años, devolvió a la sociedad argentina a elecciones básicas, que tienen que ver con su propia supervivencia. Tal vez por eso, inesperadamente para muchos, la Argentina ha abierto la puerta de su encierro. Y está por darse a sí misma la oportunidad de un nuevo comienzo.
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