¿Hacia otro bipartidismo imperfecto?
“El peronismo se divide, el radicalismo desaparece”, repetía, provocativo, el sociólogo Torcuato Di Tella. No pasó. Probablemente, tampoco esta coyuntura crítica que vive la política argentina luego de las elecciones finalice con ese escenario. Pero puede estar configurándose un sistema de dos coaliciones con componentes ideológicos y valóricos bien definidos de centroizquierda y centroderecha. Con Sergio Massa y Javier Milei como figuras medulares, pero con un sistema de alianzas plural y pragmático, los finalistas de este balotaje que tendrá lugar el 19 de noviembre están en condiciones de comenzar a construir y liderar, con los inminentes comicios como primer paso, espacios políticos con lógicas y elementos novedosos que, si se afirmasen con el paso del tiempo, podrían dar al país un ordenamiento más parecido a lo que son hoy Brasil, Chile y hasta en cierta medida Uruguay –sistemas anclados en dos coaliciones con atributos bien diferenciados– que a lo que fue históricamente y hasta hoy la Argentina –dos partidos, luego coaliciones, muy heterogéneas y estructuradas en contra del “otro” (Perón, Menem, Kirchner, Macri)–.
Massa siempre se definió como el integrante más moderado de la tríada que integraba con los Fernández (ambos ausentes con aviso). El establishment local, que siempre lo había arropado pero que lo empoderó a partir de su victoria en 2013, que puso fin a los desvaríos hegemónicos de CFK, sabía que en la medida en que siguiera formando parte del Gobierno existía una garantía de que el rumbo de la política no habría de radicalizarse ni de caer en los dislates del período 2011-2015. Con una cuota admirable de “paciencia estratégica”, esperó, algo distante, su oportunidad desde la presidencia de la Cámara de Diputados, que le llegó con la intempestiva salida de Martín Guzmán y el caótico y efímero interregno de Silvina Batakis. Muchos imaginaban que comenzaría entonces un giro pragmático de la política económica, incluido un reconocimiento de los enormes desequilibrios fiscales y monetarios, un gradual ordenamiento de los precios relativos y, sobre todo, un plan de estabilización que permitiera bajar la inflación. A pesar de algunos amagos iniciales, eso nunca sucedió: hubo un discurso mucho más pragmático y realista, pero sin las señales ni las políticas que esperaban, con lógica desconfianza, los mercados. Sea por restricciones autoimpuestas, acuerdos con (o condicionamientos de) CFK o temor a perder el apoyo de los segmentos más radicalizados de su coalición, Massa navegó la coyuntura, día a día, de manera tentativa y tratando de evitar los peores escenarios.
Su principal mérito fue lograr el acuerdo con el FMI en contra de la opinión de la familia Kirchner, sus acólitos de La Cámpora y otros sectores de la izquierda vernácula, que acaba de sufrir una contundente derrota en las urnas. A pesar de no poder cumplir con las metas negociadas, también tuvo la habilidad de mantenerlo vigente. Sería injusto ignorar que el impacto de la sequía fue tremendamente negativo y que, cualquiera haya sido la intención previa de Massa y su equipo, las restricciones que generó hubieran obligado a revisar muy profundamente sus objetivos e instrumentos. Pero la realidad es lo que es: durante su gestión se profundizaron los cepos, se disparó la inflación, continuó el endeudamiento, hubo una descomunal corrida cambiaria (que continúa), aumentó el déficit fiscal y se desplomó el valor de todos los activos. En parte gracias a los estímulos fiscales y monetarios, la actividad económica se sostuvo en niveles bastante razonables (una caída anual de algo más de 1%), teniendo en cuenta la gravedad de la crisis y la incertidumbre política producida por el ciclo electoral. Pero eso el desempleo es relativamente bajo. Pero quien supuestamente representa el ala más moderada y promercado del peronismo terminó construyendo un galimatías regulatorio kafkiano para evitar que la dinámica de los mercados empujara al país hacia otra pesadilla hiperinflacionaria.
El ancla política, la expectativa de que Massa pudiera ser candidato en primera instancia, llegar a una segunda vuelta después y tener finalmente la oportunidad efectiva de ser presidente, explica por qué la Argentina pudo evitar, al menos hasta ahora, un ajuste caótico como el que tuvimos con el Rodrigazo, el final de la dictadura en 1982/83, el caos de la inflación 1989/1990 y el colapso de la convertibilidad en 2001/02. Ironías del destino, si UP gana el balotaje, Massa deberá desmontar la bomba de tiempo armada por él mismo. Esto incluye las últimas escenas de populismo explícito de las que fuimos testigos a partir de la devaluación del 14 de agosto. Es evidente que, de otro modo, difícilmente hubiera experimentado la extraordinaria recuperación que mostró en la primera vuelta en relación con las PASO. La ilusión monetaria, tan bien explicada en estas páginas por Santiago Bulat el 6 de septiembre de 2020 (https://www.lanacion.com.ar/economia/que-es-ilusion-monetaria-como-impacta-tu-nid2437735/), le otorgó una vez más al peronismo el plus indispensable para garantizarse el pasaporte a la segunda vuelta. Pero, si ganara el 19 de noviembre, complicaría aún más el desastroso autolegado. ¿Querrá arriesgar capital político en avanzar con las reformas económicas, o preferirá convivir, para conservar capital político, con muy altos niveles de inflación? ¿Tendrá, en el caso de llegar a la presidencia, la autonomía, la visión y el liderazgo que no tuvo como ministro de Economía?
Muchos creen que ese resultado es casi inevitable, sobre todo a la luz de los caóticos realineamientos de lo que hasta el domingo fue Juntos por el Cambio. Un hiperpragmático Milei está mostrando una elasticidad casi infinita para sumar aliados con la promesa de cargos en el gobierno, incluida la izquierda trotskista. Parece haber aprendido muy rápido cuáles son los incentivos de los miembros de su hasta hace poco denostada “casta”. Este apetito fue incentivado por un Mauricio Macri que, si no jugó a dos puntas en estas elecciones, tampoco perdió tiempo en formalizar un pacto con Milei que podría derivar en la conformación de una fuerza de derecha de gran envergadura, más allá del resultado que obtenga en la segunda vuelta. Si resultase ganadora, podría consolidarse desde el control del Poder Ejecutivo, pero tendría un escaso peso en el Congreso, pues con suerte algo así como dos tercios de los diputados y senadores de Pro y casi ningún radical acompañarían al tándem Macri-Bullrich en este cisma para algunos previsible. Por eso, tal vez el mejor resultado para esta novedosa conformación de derecha sea perder por poco para aprovechar los próximos 4 años en afianzarse en todo el territorio nacional, incrementar su peso parlamentario y, aprovechando el seguro desgaste que experimentará el oficialismo, apuntar a la presidencia en 2027. ¿Nuevamente con Milei de candidato? ¿Buscará Macri su revancha? Demasiado pronto para estas especulaciones, pero los egos están y no será fácil procesar esas tensiones.
¿Qué espacio queda para el resto de los integrantes de JxC? Por un tiempo conservarán peso legislativo y contarán con un despliegue territorial para nada despreciable, aunque está por verse si algunos gobernadores de la novel liga que acaban de conformar no se tientan en acordar con quienquiera ocupe la Casa Rosada: la dependencia de los recursos del gobierno federal es siempre relevante, sobre todo en un contexto de ordenamiento fiscal y reducción de gastos. La clave es que ni UP ni LLA han demostrado preocupación por la calidad institucional, la vigencia de los valores republicanos y la lucha contra la corrupción. Aunque minoritario, el papel que tendría esa tercera fuerza sería importantísimo a la hora mantener vigentes esos temas vitales para esta democracia tan enclenque.