Hacia el pensamiento único
El avance de la llamada “cultura de la cancelación” hace que todos nos cuidemos cada vez más de lo que decimos, publicamos o reproducimos por temor a ser estigmatizados o boicoteados por los modernos inquisidores que se han instalado como los jueces de la moral; por eso, de modo consciente o inconsciente, nos vamos integrando mansamente dentro del rebaño del pensamiento único, entendiendo por él no el delineado por Ramonet en su conocido decálogo sino, e independientemente de posiciones de izquierda o derecha, la conducta de aquellos que tratan como enemigo de la humanidad a todo aquel que piense en forma diferente a la que ellos sostienen.
Así, los ejecutores del pensamiento único están convirtiendo el mundo en un lugar de permanente persecución contra los díscolos; y en esa atmósfera, poco importa si estos ejecutores son de derecha o de izquierda, porque lo que los identifica no es su ideología política, sino su intolerancia y la búsqueda de confinarnos dentro de un régimen totalitario, donde solo habrá una forma de vivir y pensar, más allá de que traten de disimular esa oscura intención bajo la apariencia de ser los defensores de la democracia, del interés de las minorías, del pueblo, de la preservación del planeta y/o de la humanidad.
En ese escenario, esa política tiene en claro que debe enfrentar (y por lo tanto someter) importantes obstáculos, entre ellos, el humor y la precisión; el primero, porque nos permite razonar lo cotidiano a partir de la exageración de circunstancias o personajes. Sobre este fenómeno ya han aparecido voces de alerta, como la declaración de Maureen Lipman, destacada cómica británica quien dijo que su profesión está en peligro de “quedar aniquilada” por el temor de los comediantes a ofender y ser “cancelados”. En cuanto al segundo, porque al precisar podemos evaluar debidamente, entre otras cuestiones, los elementos químicos, las propiedades de las matemáticas, las características de la biología, las diferentes ciencias sociales e incluso, las capacidades y/o cualidades de las personas. La precisión, por lo tanto, nos permite convalidar o no todo lo conocido bajo las reglas del método científico.
Por lo explicado, estas dos cuestiones son especialmente atacadas desde la cultura de la cancelación en su búsqueda de consolidar el pensamiento único, lo cual nos está llevando velozmente, y gracias al miedo que generan, a un oscurantismo como el que ya padeció la humanidad en épocas pasadas.
La aplicación de la “cultura de la cancelación” para que nos rijamos por el pensamiento único sin permitirnos siquiera razonarlo busca abolir toda causa o motivo que contradiga lo que ese dogma adopta como cierto y que no puede ponerse en duda bajo pena de ser excluidos o, peor, castigados, por el solo hecho de actuar o decir algo que para estos modernos inquisidores resulte inaceptable.
La imposición forzosa de un único dogma nos conducirá de forma inexorable a la barbarie, la ignorancia, el fanatismo y la ausencia de cualquier pensamiento empírico para convalidar al conocimiento, y por supuesto, a convertir a los divergentes en neoherejes. En este asunto, bueno es recordar el axioma de Paul Watzlawick: “La creencia de que la realidad que cada uno ve es la única realidad es la más peligrosa de todas las ilusiones”.
Por supuesto que la velocidad de los medios modernos de comunicación y las redes sociales ayudan en forma sustantiva a este proceso de intimidación, porque diariamente y sin piedad resaltan, embisten, humillan y castigan a todo aquel que no se alinea con la masa.
Humoristas, periodistas, científicos, políticos, pedagogos, y, en suma, todas las personas que pretendan razonar libremente deberán ser conscientes de que ante el simple hecho de dar a conocer una forma de presuponer diferente a la del pensamiento único que pretenden imponernos serán blancos de ataques impiadosos e injustos por parte de los ejecutores de la “cultura de la cancelación”.
Algunos ya lo han padecido, muchos más lo padecerán en el futuro; será el precio a pagar por quienes basan sus conductas en su razón meditada, que no es otra cosa que vivir de acuerdo con sus convicciones, en tanto y en cuanto estas no dañen a los demás. Y que se los tolere del mismo modo en que ellos aceptan a todo aquel que piensa y vive en forma diferente; después de todo, esa es la base de la civilidad para poder convivir en paz y con libertad.
Abogado y doctor en Derecho. Docente universitario