Hacer visible: el penar de Grace Marks
A Grace Marks los varones le determinaron la vida, se la mancillaron. Ella, una mucama de apenas 16 años, está acusada de participar de los asesinatos de un ama de llaves y de su patrón. En su caso, la Justicia fue unánime: deberá pasar el resto de su vida en la cárcel.
Ésta es la historia que cuenta Alias Grace, la miniserie que la semana pasada estrenó Netflix, basada en la novela homónima de Margaret Atwood. La autora canadiense y una de las referentes de la literatura de temática feminista, sobre todo con su ficción El cuento de la criada (Editorial Salamandra), no sólo indaga en la culpabilidad o no de la joven, que en este contexto es lo de menos, sino en el hecho de ser mujer en la Canadá del siglo XIX, donde transcurre el relato.
Atwood nos muestra, sin medias tintas, la violencia de los varones sobre el cuerpo y la psiquis de Marks. Miramos, inertes, una infancia plagada de golpes y de intentos de abusos por parte de su padre alcohólico. Nos transformamos en testigos del peligro que acechaba a las mujeres de ese entonces a manos de los patrones varones justamente por ser mujeres (“No es seguro que una chica salga sola por la noche. Pueden pasar cosas”, le advierte una amiga). Observamos, conmovidos, las sistemáticas violaciones que Marks sufrió en sus reiteradas internaciones en las atroces instituciones mentales de la era victoriana (“Después de esos tratamientos, me invadía una profunda soledad”, le confiesa a un médico). Nos carcome una rabia inexplicable cuando vemos el destrato a cargo de los guardiacárceles que la encerraban en un suerte de ataúd para “calmar sus nervios”.
Atwood, en definitiva, nos pone en alerta y nos hace experimentar, protegidos por el escudo de la ficción, estas situaciones que, en esa época, nadie advertía o si alguien lo hacía, las acallaba. En ese momento, la vulneración de los derechos de las mujeres, sobre todo de clase baja, era moneda corriente. Y de alguna manera, las agresiones se naturalizaban. En definitiva, la violencia contra ellas estaba invisibilizada.
Debieron pasar siglos y la lucha de los colectivos feministas y de las minorías sexuales, separados o en alianzas, para “visibilizar” esta clase de barbarie. Es decir, para resaltar el maltrato de un grupo que históricamente detentó (detenta) el poder sobre otros que estaban (están) en una situación de vulneración.
El movimiento gay, por ejemplo, empezó a referirse a este concepto en la década del ochenta como un modo de remarcar la exclusión y el maltrato que sufrían las personas de ese colectivo. Osvaldo Bazán, en su libro Historia de la homosexualidad en la Argentina (Marea, 2006), lo pone en estos términos: “El ocultamiento de la homosexualidad hizo que siempre se pensara que había menos homosexuales de los que efectivamente hay… En todo el mundo el darse a conocer públicamente como homosexual se llama «salir del closet», y para la homosexualidad se trató de un hecho fundacional. De esta manera, se cerraba la espiral de silencio sobre el número real de homosexuales y se abrían las puertas para el concepto de «orgullo gay», que permitía frenar el avasallamiento que la heterosexualidad venía realizando desde las religiones, las ciencias y el Estado”.
A pesar de los esfuerzos por hacer visible la violencia contra la mujer , hoy, la situación persiste. De hecho, hace unas semanas, las denuncias por casos de acoso y abuso sexual contra el productor de cine Harvey Weinstein, una suerte de amo y señor de Hollywood, volvieron a poner el tema en agenda. Varias actrices rompieron la lógica del miedo –que, como una constante anida en estos casos– para visibilizar la problemática y, así, intentar erradicar lo que parecen prácticas violentas y sistemáticas en el corazón de la industria cinematográfica.
En el país, a pesar de que desde 2015 se levantan las banderas de los diversos colectivos que conforman #NiUnaMenos, las cifras sobre la violencia de género siguen siendo altas. Según el último informe del Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina, que elabora la Corte Suprema, se produce un femicidio cada 35 horas y en sólo un año los asesinatos de mujeres aumentaron un 8 por ciento. Hubo 254 crímenes, la mayoría en los grandes centros urbanos, como Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santa Fe, que dejaron, al menos, 244 hijos huérfanos.
Tal vez, cuando las generaciones venideras nos juzguen, se horrorizarán de nuestra barbarie, tal como hoy nos pasa al ver el maltrato hacia las mujeres del siglo XIX que Atwood nos hace visible a través de la historia de Grace Marks.
Para saber más sobre el tema:
Libros
El cuento de la criada, de Margaret Atwood (Ediciones Salamandra, 2017). La serie The Handmaid´s Tale está basada en el libro.
Chicas muertas, de Selva Alamada (Random House, 2014)
El cuento "Las cosas que perdimos en el fuego" que aparece en el libro homónimo de Mariana Enriquez (Anagrama, 2016)
Artículos de opinión:
Detrás del acoso sexual se esconde el abuso de poder, por Alicia Dujovne Ortiz
El patriarcado, un sistema que aún domina, por Irene Castillo