Hacer de cuenta que hacemos algo
La Subsecretaría de Resiliencia, quizás, fue demasiado y, en un acto de lucidez extraordinario para los tiempos que corren, el gobierno decidió dar marcha atrás. Sin embargo, esto no es un hecho aislado. Hace tiempo que la política se ha convertido en algo mimético, en un “hacer de cuenta” que se hace algo.
Poner un banco rojo para prevenir los femicidios; programas de prevención de adicciones que, en lugar de –valga la redundancia- prevenir, promueven un “consumo cuidado”. Y que, por ejemplo, da consejos como “analizá previamente cuál será tu límite” o “no es recomendable consumirlas si estás embarazada” y otra serie de sugerencias que podrían ser un chiste si no fuera porque están publicadas en la página del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos aires.
Campañas cool, tan coloridas como superfluas, que no sólo edulcoran y romantizan situaciones que están lejos de serlo, sino que también, y eso es lo más dramático, dejan sin solución los problemas que se supone deberían combatir.
Desde que comenzó el conflicto en Ucrania, referentes y funcionarios de todo el país manifiestan a diario su preocupación, el repudio a la guerra y su apoyo a las víctimas civiles. Mientras tanto, Aerolíneas Argentinas le cobra la tasa turística a nuestros compatriotas que quieren ayudar a sus familiares ucranianos a salir de la zona de conflicto.
Pero esta sobreactuación vacía de contenido va en aumento. Cada vez son más las consignas, los hashtags y los comunicados, mientras que las soluciones reales, las políticas públicas efectivas y los planes a largo plazo van desapareciendo.
Volvamos al banco rojo, porque es casi un atentado contra el sentido común. ¿Habrá alguien capaz de explicar cómo un mueble de estas características puede prevenir un asesinato? Salvo que tenga alguna propiedad mágica que le permita a las mujeres volverse invisibles al sentarse en él; o que el propio banco cobre vida por la noche y las vaya escoltando, no veo posible relación causal entre una cosa y la otra. La foto, repetida, de funcionarios de alto rango cortando la cinta alrededor de un banco es la clara imagen de quien hace algo para tranquilizar su conciencia y no para mejorar la realidad.
Hace unos días, un informe del periodista Luis Gasulla mostró que, mientras el 10% de la provincia de Corrientes se prendía fuego, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, a cargo de Juan Cabandié, gastaba $30.700.00 en producir piezas audiovisuales para una campaña de concientización ambiental. En los dos años que lleva al frente del área, se han gastado $55.000.000 en este rubro que es al que más presupuesto se ha destinado. ¿Los recursos para equipar a los bomberos? Para eso existe Santiago Maratea.
En el plano legislativo sucede algo parecido. Tenemos, por ejemplo, la Ley Micaela, que pretende erradicar la violencia de género a través de cursos a funcionarios públicos. ¿Sabrán los que votaron y promovieron esta ley que el día que Micaela fue asesinada por su novio, éste debería haber estado preso cumpliendo una condena por abuso sexual? Quizás, pero eso no importa. Es preferible seguir haciendo de cuenta que el problema les preocupa y que gracias a los cursos de género pagados por los contribuyentes y recibidos en horario laboral, van a terminar con la violencia.
Sin embargo, parece que la realidad es muy obstinada y, lamentablemente, la cantidad de mujeres asesinadas no disminuye. Y el presupuesto del Ministerio de Género es cada vez más abultado para que haya más ley Micaela; pero si el novio de Micaela hubiese estado preso, Micaela estaría viva y nosotros no tendríamos Ley Micaela. Quizás sería más efectivo hacer cumplir la ley, y juzgar y castigar debidamente al que comete un delito. Desafortunadamente, para el guion progresista esto es políticamente incorrecto y, por lo tanto, inaceptable.
Algo análogo pasó con las clases virtuales. “Clases hubo”, nos dijo el gobernador de la provincia de Buenos Aires en su discurso. Mientras sus hijos tuvieron clases presenciales durante todo 2021 porque viven en CABA, los chicos bonaerenses siguieron haciendo de cuenta que aprendían. Porque fue eso, una pantomima. Una pantomima que le hacía ahorrar al Estado un montón de plata y dejaba a los gremios contentos, pero a los chicos sin aprender. Parece que, en educación, el derecho a aprender es el último de todos. Pero clases hubo.
Todo se ha vuelto teatral, ficticio. Palabras como visibilizar y concientizar se han convertido en protagonistas del discurso político, y eso es un problema. Porque visibilizar y concientizar no son políticas públicas, no son las tareas principales de quienes gobiernan. Son, a lo sumo, estrategias complementarias, campañas publicitarias o de comunicación; o la tarea de alguna organización de la sociedad civil.
La Subsecretaría de Resiliencia duró poco por el rechazo social que produjo su anuncio. Esperemos que sea un primer paso en el despertar doloroso que supone salir de la caverna y encontrarnos cara a cara con la realidad.
Senador provincial (Juntos)