Hace 22 años, una agresión cruel contra todo el país
Pensarnos como sociedad con la mirada en el futuro, nos exige un sincero ejercicio de memoria que nos ayude a conocer y entender cómo han ido sucediendo los hechos, para saber cuál es el camino indicado, para potenciar nuestros aciertos y reducir nuestros errores. Es una tarea central y estamos convencidos de que es la reflexión necesaria en este nuevo aniversario del atentado terrorista a la sede de la AMIA. Al homenaje y al recuerdo de las 85 víctimas, debemos sumarle la exigencia al Estado, a la Justicia y a la política de un trabajo honesto, sentido y eficiente.
Tristemente, nos acostumbramos a que cada 18 de julio sea no sólo un acto de recuerdo y repudio al terrorismo, sino también un reclamo, un enojo, muestras de cansancio, incertidumbre y duda por falta de respuestas, sin darnos cuenta el daño que esto hace en la educación y en la formación de los jóvenes, que serán los encargados de impulsar el futuro de todos. Cuán diferente sería este día y nuestro tiempo si la Justicia hubiera dicho presente, si el Estado hubiera sido sensible y solidario con la gente sin mezquindades y si la sociedad toda hubiera entendido desde el primer día que el atentado fue contra ella en su conjunto, que fue nuestro país el que fue violado en su soberanía y que los muertos son de todos, de cada uno de nosotros.
Subsisten aún algunas miradas que suponen que aquello fue un ataque a un sector social, objetivo de la violencia por su condición religiosa. Debemos superar ese escollo intelectual que nos ha impedido hasta hoy analizar en profundidad lo que ha pasado, pensar detenidamente en los hechos. El terrorismo ha demostrado que nunca golpea a una porción de la ciudadanía a la que ataca, más allá de su materialidad foquista, sino que lo hace al conjunto de una nación, porque siembra un terror que se expande a cada rincón, a cada espacio que compartimos, sin excepción alguna.
Nuestro tiempo nos exige un futuro mejor, por eso firmamos un compromiso para los próximos 200 años que se basa en la convivencia y la paz. Para ello, fue preciso el acuerdo de las personas que son las que dan contenido a la Justicia, al Estado y a la sociedad. En este nuevo aniversario, entendamos que llegó la hora de que la sensibilidad, el afecto y el compromiso guíen a la política, a la función pública, a las instituciones y a las relaciones de la sociedad, que nos encuentre unidos en la vida cada día, para transformar este tiempo privilegiando los intereses colectivos por sobre los particulares, para que realmente logremos vínculos pacíficos, armoniosos y sustentables.
Combatir el terror implica una actitud decidida que condene enérgicamente no sólo aquellos episodios trágicos que sacuden al mundo entero, sino además que genere un cambio cultural que no permita que la discriminación, el racismo, la xenofobia o cualquier otra manifestación en ese sentido perturbe nuestras relaciones cotidianas y nos conduzca por carriles inadecuados para una civilización democrática.
Somos un país diverso y eso es algo que nos enriquece. Tenemos una enorme potencia, nuestra identidad se compone de múltiples culturas, todas integradas y unidas en la búsqueda de un destino común que nos contenga a todos y genere las posibilidades de que cada uno de nosotros pueda crecer y desarrollarse individualmente, en el marco de una armonía colectiva, fruto del respeto de los derechos humanos. Esa es la agenda que debemos abordar. Es el desafío que nos presenta este tiempo. Todos debemos comprometernos y colaborar para que todos los días vivamos un poco mejor.
Aquella mañana de julio de 1994, todos estos preceptos fueron vulnerados. Fuimos víctimas de una agresión cruel que dejó una herida abierta que no cicatriza con el paso de los años. El terrorismo derramó todo su odio entre nosotros y lo esparció sin piedad. Debemos responder -como sociedad y desde el Estado- con sensibilidad ante el dolor, acompañando a las familias que perdieron a sus seres queridos, sin rencores ni venganzas, pero con un pedido irrenunciable de justica.
Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural