Habría sido el Día del Periodista
Se homenajeó, este 7 de junio, a quien inventó el modo condicional de los verbos y a quien llevó, por primera vez, una bandeja de triples a una redacción
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Aseguran que en la tarde noche del viernes. No, esperen, ese es un lugar común y el Día del Periodista requiere otra cosa.
En las últimas horas, en medio de rumores, habría sido el Día del Periodista. No, es cliché, el periodismo no lo permitiría menos con un condicional. Hay que chequear la información. Mejor empezar como lo haría la sección de Deportes: “En el predio que la AFA tiene en Ezeiza”. No, híper trillado.
El Día del Periodista requiere glamour. Así lo empezaría la sección de Espectáculos: “El Día del Periodista fue visto acaramelado en un restaurante de Palermo”. No, Dios, papelonesco inicio para hablar del Día del Periodista, que se celebra el 7 de junio, pero que desde esta columna se honra tarde para homenajear a aquellos que, alguna vez, llegaron demorados al lugar de los hechos y reconstruyeron la noticia a partir de lo que le contó la tía de la vecina que escuchó lo que hablaba la policía.
Periodismo, el viejo arte de reflejar la actualidad, entender lo que pasa y llegar a cualquier hora a casa (uy, salió en versito). ¿Es un trabajo? ¿es un oficio? ¿es una profesión? ¿es acaso el escondite de aquellos que fracasaron como músicos y como jugadores de fútbol? ¿Será cierto el mito, que dice que los periodistas tienen en el cajón una petaca con whisky? Debe ser falso, teniendo en cuenta lo que sale el whisky.
En las redacciones nacieron grandes amores (sí, nacieron, sin verbo en modo condicional ni puntos intermedios, ¡nacieron!). El más recordado fue aquél fogoso -y delicioso- entre los periodistas y los sandwiches de miga. Muchos quisieron romper ese amor con los años: las medialunas, las picadas y hasta las empanadas, pero nadie pudo con ese amante para el alma. A lo sumo, el periodista se permitió el poliamor con los sandwiches de miga triples (y quizá algún desliz con un fosforito). Dicen las malas lenguas -sí, los rumores, esas versiones sin confirmar que no tienen nada que hacer en el día a día de los periodistas- que así como Julieta dejaba lo que estaba haciendo por recibir a su Romeo por la ventana, el periodista pospone la noticia para entregarse a los brazos de esas finas tapas de miga. Subrayemos: rumores.
El periodista es un ser sufrido: sufre en las reuniones familiares, en los bautismos, en los asados con amigos. Sabe que nunca faltará la pregunta al paso: “¿Y? ¿Cuándo termina la guerra en Ucrania?”. No lo sabe ni Putin y la tía piensa que encontrará una respuesta en la sobremesa.
Y la regla no falla: la pregunta siempre será lo más lejana a la sección en la que trabaja el periodista. A los periodistas deportivos les preguntan por el dólar; a los económicos, por Messi; a los de política, por Wanda Nara; y a los de Espectáculos, por Javier Milei. Así, el periodista es reconvertido en kiosquero del microcentro y termina respondiendo cuándo van a soterrar el Sarmiento, qué ver en Netflix y si son verdad los rumores sobre el Papu Gómez. Subrayemos: rumores.
Para construir una idea visual, el periodista tiene una doble vida como Superman (desconocemos si alguno anda haciéndose pasar por otra persona, es una metáfora). Por un lado, es un profesional de la comunicación que quizás, en los últimos días, estuvo en la cumbre del G7, o tuvo un mano a mano con el Presidente, o se estuvo escribiendo por WhatsApp con Marcelo Gallardo. Por el otro, es un ser humano más, arriba del colectivo, viajando hacia el canal, la redacción o la radio, pensando simplemente si al llegar se encontrará -y Dios quiera que así sea- sanguchitos de miga.