¿Habrá muerto el periodismo?
Alberto Laya fue un extraordinario periodista de La Nación, que murió hace casi 30 años. Jefe de Deportes durante décadas, pluma exquisita, maestro de generaciones de periodistas, era un tipo muy singular. Por de pronto, trabajaba los 7 días de la semana. No firmaba con su nombre, sino con un seudónimo: “Olímpico”. Alberto tenía un humor cáustico, corrosivo. Cuando, ya bien entrado en años, le decían: “Hola, Alberto, cómo anda”, él contestaba: “No me lo explico”.
El “Jefe” –así lo llamábamos– tenía muchas frases célebres. Una de sus preferidas, al encontrar errores en La Nación o en otros diarios, era esta: “El periodismo ha muerto”. Lo decía un poco en broma y un poco en serio. Así se tituló también la nota necrológica el día siguiente de su muerte, en agosto de 1996: “El periodismo ha muerto”. Como que el mejor periodismo se iba con él.
También hoy, cada tanto, se oye a algún viejo periodista rezongar más o menos en los mismos términos: “Periodismo era el de antes”.
¿Es así? ¿Se ha muerto el buen periodismo? Muy lejos de eso.
Es cierto que muchas cosas han cambiado en nuestra profesión, mal llamada, por algunos, “oficio”. Antes trabajábamos en un diario o revista, agencia de noticias, radio, televisión, y hoy casi todos los medios son, somos, multiplataforma. Antes, nuestro público eran los lectores, oyentes o televidentes, casi como universos distintos: hoy hablamos de audiencias, más amplias y diversificadas. Antes teníamos tiempo, divino tesoro; hoy, el flujo permanente de información, las 24 horas, obliga a las redacciones a no parar nunca, a estar siempre alertas.
Antes, nuestro trabajo era más acotado y uniforme. Hay que decirlo: era más fácil. El control de calidad de los materiales implicaba pasar por varios filtros, fabulosa red de contención. Hoy, los desafíos de la inmediatez y de la productividad se han vuelto tiranos y llevan irremediablemente a aligerar los procesos.
Es innegable, además, que en la profesión vivimos momentos críticos. La era digital puso los fundamentos patas para arriba. Estalló nuestro modelo de negocios (basado en circulación y publicidad), la forma en que nos organizamos y trabajamos, la forma en que nos pensamos, los productos que hacemos y los hábitos de consumo de información de las audiencias a las que nos dirigimos. En manos de la web y de las redes sociales (y ahora de la inteligencia artificial) hemos perdido la exclusividad en la búsqueda, producción y transmisión de noticias. Ese activo crucial nos pertenecía, y ahora, como suele afirmarse, se ha democratizado. Cualquiera es periodista, analista, opinator, aunque apenas sea un divulgador, un fabulador o un troll. Uno de los mayores expertos en medios del país, de formación periodística, confió hace poco: “Yo me informo básicamente en Twitter”.
Reconozcámoslo: en el ecosistema informativo apenas somos un jugador más.
¿Cómo se hace periodismo, buen periodismo, en ese contexto?
Increíble: la fórmula no ha cambiado. Hoy, igual que antes, se trata de abrazar la realidad para desentrañarla y después contarla. Se trata de ser rabiosamente curiosos, un poquito escépticos, un muchito insistentes, tener buenas fuentes, hacer un pacto de sangre con la verdad.
También es importante amar las formas; si amamos la información, presentémosla de manera atractiva, prolija, sencilla, bien trabajada, bien corregida. Lo sabemos: el plato que servimos debe entrar primero por los ojos.
Podemos preguntarnos si todavía hay lugar para hacer ese tipo de periodismo. ¿Dónde se hace? ¿Quién lo hace?
Perdón, pero voy a mirar nuestro ombligo. Solo un ejemplo: “A fondo”, en La Nación, es un espacio dedicado a la profundización de los temas más sensibles de la actualidad del país y del mundo. No es una nota: es una producción de enorme calidad, pensada fundamentalmente para la plataforma digital y que suele incluir audios, videos y formatos interactivos. Intervienen todas las secciones en coordinación con los equipos de diseño, data, programación, arte y fotografía. Es un verdadero trabajo en equipo, algo inusual hasta no hace tanto en una profesión fecunda en llaneros solitarios. Los usuarios de nuestra web valoran mucho estas producciones (se refleja en las métricas), que además han sido multipremiadas en el país y en el exterior.
Las nuevas tecnologías en algún momento pudieron parecer excesivamente disruptivas para las viejas redacciones. Hoy sabemos que gracias a ellas se han expandido las fronteras de nuestro trabajo.
Se sigue haciendo periodismo de calidad, de investigación, de análisis; diría, incluso, mucho mejor que nunca antes.
Querido Alberto Laya, Jefe, puede usted estar tranquilo: el periodismo no ha muerto.