Hablemos de familia. Sin vueltas: el respeto por los demás se aprende en casa
Convivencia. Es en su entorno íntimo donde los chicos aprenden a relacionarse con los otros
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Se habla mucho de lo que hay que hacer para detener el hostigamiento (bullying), el abuso y el maltrato, ya sea físico, sexual o emocional, tanto presencial como en las redes, y de la importancia de trabajar para lograrlo. Es una enorme tarea de apagar incendios… ya empezados; pero es igual de importante actuar en paralelo en prevención, para lograr que en un futuro no tan lejano dejen de ocurrir. Esta última es una tarea indispensable pero cuyos frutos se verán a largo plazo: tenemos que trabajar durante años con una o más generaciones de padres, madres y chicos, para que los hijos crezcan en ambientes “limpios”, distintos, en los que predominen el respeto y la consideración, y ellos aprendan en casa esa forma de relacionarse.
Solo por ese camino podremos erradicar el hostigamiento, el abuso y el maltrato en la sociedad: ayudando a cambiar las relaciones en las familias y también en las escuelas, tanto entre los chicos como con los docentes, en los barrios, en los clubes, desde muy chiquitos, antes de que puedan contaminarse o contagiarse de la cultura y el estilo de relaciones que hoy imperan en algunos casos. Es algo que perpetúa los malos tratos que vemos en el consultorio, en la calle y en las noticias y que, a pesar de los múltiples esfuerzos que se hacen en la sociedad, siguen ocurriendo.
Se hace indispensable un cambio de paradigma en la crianza: modificar definitivamente la visión de niños-no-todavía-personas: durante muchos años no fueron considerados personas con plenos derechos y merecedoras de respeto, y la crianza se basaba en entrenar, presionar, incluso forzar, doblegar o dominar, para hacerlos entrar en el modelo esperable.
En el mismo sentido se hace indispensable un cambio de paradigma en la crianza: modificar definitivamente la visión de niños-no-todavía-personas: durante muchos años no fueron considerados personas con plenos derechos y merecedoras de respeto, y la crianza se basaba en entrenar, presionar, incluso forzar, doblegar o dominar, para hacerlos entrar en el modelo esperable. En cuanto podemos ver a los chicos como personas cambia radicalmente nuestra mirada y el modo en que nos acercamos a ellos y los educamos.
Ojalá el ser humano pudiera aprender con facilidad de las experiencias y dolores propios y ajenos, pero lamentablemente, salvo que hagamos un esfuerzo grande para revisar y cambiar, tendemos a repetir incansablemente las soluciones que aprendimos de chicos y el ambiente en el que fuimos criados. Al crecer se fueron armando huellas en nuestras conexiones cerebrales, las llamamos caminos neuronales, que nos llevan hoy a responder automáticamente, sin tomarnos el tiempo para pensar y elegir nuestra respuesta, lo cual es maravillosos cuando se trata de andar en bicicleta, tejer, lavarnos los dientes, pero ¡cómo cuesta cambiar esos caminos cuando no son los más favorables para la relación con nuestros hijos! Y esto, que es la clave del problema, también es la clave de la solución a largo plazo: porque basta con “instalar” nuevos caminos neuronales, en nosotros y en nuestros chicos –caminos no tóxicos ni abusivos, sino respetuosos; basados en el amor y no en el miedo– para que ellos puedan responder de forma diferente con sus amigos, y más adelante con sus parejas e hijos.
Hoy, a diferencia de generaciones anteriores, sabemos que a respetar no se aprende por decreto, ni por obligación, ni con discursos o lecciones de vida. Tampoco con amenazas ni por miedo ni a la fuerza. El bebé, el niño y el adolescente aprenden a respetar siendo respetados. Las neuronas espejo en el cerebro llevan al bebé a imitar las conductas intencionales de sus cuidadores y otras personas cercanas, así aprenden por imitación y más adelante también por identificación. En muchas oportunidades en las que el bebé –y el niño y el adolescente– se siente tenido en cuenta, escuchado, comprendido, atendido, respetado, aprende a respetarse a sí mismo y a respetar a otros, a pedir ese tipo de trato y a alejarse de las personas que no se lo ofrecen. Respetarlos no significa someterse a ellos, venerarlos u obedecerles y hacer siempre lo que ellos piden o quieren, sino considerarlos, escuchar sus pedidos y atenderlos en la medida en que sea bueno para ellos, o acompañarlos en el dolor de los inevitables “no” que les diremos a lo largo de los años de crecimiento.
Para completar su formación, es igual de importante que algo similar ocurra en el ambiente que los rodea, no solo con ellos sino también entre las personas de su entorno cercano, porque es en la matriz de su familia que los chicos aprenden sobre relaciones humanas, de pareja, de familia; sobre la amistad, el amor, el trato a los varones, a las mujeres, o a los chicos, y también al resto de los seres vivos.
Para completar su formación, es igual de importante que algo similar ocurra en el ambiente que los rodea, no solo con ellos sino también entre las personas de su entorno cercano, porque es en la matriz de su familia que los chicos aprenden sobre relaciones humanas, de pareja, de familia; sobre la amistad, el amor, el trato a los varones, a las mujeres, o a los chicos, y también al resto de los seres vivos. Ellos normalizan e internalizan lo que ven: lo que ocurre entre sus padres, entre padres y abuelos, con los vecinos y amigos de papá y mamá. A eso se suma el trato que les dan esas personas a los niños.
Todo esto empieza antes de que los chicos tengan amigos y años antes de que tengan parejas, o hijos: sus experiencias infantiles modelan sus relaciones futuras y tanto pueden aprender el amor, el respeto, la valoración, la empatía, la confianza y la consideración como el abuso, el maltrato, el no tener en cuenta al otro, el considerar a los demás objetos de uso y no personas con derechos.
¿Y qué pasa cuando ven y/o reciben sistemáticamente burlas, humillación, sometimiento, desprecio, malos tratos físicos o emocionales, desconsideraciones o ninguneos, rechazos, recriminaciones, conductas sexistas (o machistas)? Ellos van a aprender que de eso se tratan las relaciones humanas, y tanto pueden en un extremo aceptar como normal ese tipo de trato de otras personas hacia ellos como, en el otro, “identificarse con el agresor” y repetir en sus relaciones esas mismas formas de vincularse aprendidas en casa.
Va a llevar años, por lo menos una generación, si no más, modificar las conceptualizaciones arraigadas en los caminos neuronales de tantas personas… Niño por niño, familia por familia, escuela por escuela, podemos lograrlo.