Hablemos de familia. ¿Por qué no tener un “horario de protección al mayor”?
Descanso: al garantizar las horas de sueño de los chicos los padres ganan tiempo para ellos mismos
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Dormir entre siete y ocho horas nos permite a los adultos descansar lo suficiente, recuperar energía, incluso reorganizar el contenido de nuestra memoria y fijar lo aprendido durante el día. Nos ayuda también a funcionar bien al día siguiente y llegar a la noche con cierto buen humor.
Nuestros chicos necesitan más horas de sueño que los adultos: aproximadamente doce a partir del año y medio o dos, que se reparten entre la siesta y la noche. A medida que crecen va bajando esa cifra hasta que, al empezar primer grado, les suele bastar con dormir diez horas e, idealmente, ocho en la adolescencia. Algunos necesitan un poco más, otros algo menos. En todas las familias hay búhos que adoran la noche y alondras madrugadoras y esto complica a veces lograr que todos duerman la cantidad de horas que necesitan. Lo que no es tan fácil de encontrar, y muchos padres estarían felices de que existieran, son chicos que se acuesten temprano y se levanten tarde.
Esa diferencia de cantidad de horas de sueño entre niños y padres les dio durante muchos años a los adultos un “horario de protección al mayor”, porque los niños estaban en su cama alrededor de las ocho o nueve de la noche y sus padres seguían despiertos y circulando un par de horas más, en las que podían conversar, ver televisión, recuperar la intimidad de la pareja o el tiempo para ellos mismos en el caso de no estar en pareja. Me gusta llamarlo “horario de protección al mayor” porque es un rato necesario, si no indispensable, para los adultos. En la vida no basta con comer, trabajar y dormir. Hace falta también, tener tiempo para uno mismo y para la pareja, ratos de no responsabilidad, de relajación, de disfrute personal; incluso tiempo para terminar las tareas de la casa y prepararse para el día siguiente sin niños que interrumpen, demandan y reclaman. No hablo de métodos antiguos y autoritarios como prohibirles levantarse de la cama o salir de su cuarto después de determinado horario, pero los adultos tenemos que entender el valor y la importancia de nuestro rol de guardianes del sueño de nuestros hijos y de nuestro bienestar.
Me impactó leer en el libro NurtureShock de Po Bronson y Ashley Merryman sobre la “hora perdida”: sus investigaciones muestran que los chicos duermen una hora menos por día que treinta años atrás, con un alto costo en su rendimiento, en el bienestar emocional, en temas atencionales, de hiperactividad y también de obesidad.
Los chicos tienen que dormir las horas que les hacen bien no sólo para que los padres tengan tiempo a solas, sino por y para ellos mismos, incluso por el humor de toda la familia. La dificultad es que podemos funcionar con menos horas de sueño, nos acostumbramos a no atender ni registrar las necesidades de nuestro cuerpo, no nos damos cuenta de que en realidad el mal humor, la irritabilidad, la dificultad de atención, el bajo rendimiento escolar o laboral, incluso el exceso de peso, podrían relacionarse con falta de sueño.
Los animales domésticos, mamíferos como nosotros, no buscan aprovechar el tiempo sino pasarla bien, duermen no sólo muchas más horas que los seres humanos sino que también hacen siestas cortas a lo largo del día. Sería importante revisar lo que nuestro cuerpo nos pide en lugar de abusar de él hasta agotarlo y estresarnos. Además así seríamos mejores modelos de imitación e identificación para nuestros chicos, y no sólo en el tema del sueño...
¿Cómo lo hacemos? Como los hábitos no pueden cambiar de un día para el otro, hace falta en primer lugar conciencia de la importancia de que los chicos duerman la cantidad de horas que necesitan y del valor para los adultos de ese “horario de protección al mayor”. Luego, revisar lo que estamos haciendo para ir proponiéndonos pequeños cambios de hábitos graduales y consecutivos: quizás se trate de comer a la noche un poco más temprano, apagar las pantallas como mínimo una hora antes de que se acuesten (la luz azul impide que produzcamos la melatonina que naturalmente producimos al oscurecer e induce al sueño), bajar el ritmo de la casa, proponer actividades tranquilas para las últimas horas del día y bajar el consumo de azúcar (caramelos, gaseosas) hacia el final de la tarde.
Los padres tienen que tomar un papel muy activo en estos cambios. No basta con mandarlos a lavarse los dientes y a la cama, con eso solo vamos a lograr gritar, pelearnos y que les cueste más conciliar el sueño.
Los padres tienen que tomar un papel muy activo en estos cambios. No basta con mandarlos a lavarse los dientes y a la cama, con eso solo vamos a lograr gritar, pelearnos y que les cueste más conciliar el sueño. Se trata de armar una rutina y de acompañarlos a cumplir con ella. Nosotros sabemos que es bueno y ellos necesitan nuestro apoyo para lograrlo, porque no siempre tienen la fortaleza interna para hacer lo que les conviene (bajar el ritmo, apagar la tele, dejar la tablet o el teléfono, todo ello muy adictivo y difícil de dejar): podemos entregar un rato de nuestro tiempo para conducirlos de forma amigable, leerles un cuento, conversar con ellos en la cama.
Lleva tiempo, sobre todo al principio: los rituales para acostarse (hacer aproximadamente lo mismo todos los días) durante muchos días seguidos van instalando nuevos patrones que hoy cuestan, pero a la larga nos beneficiarán a todos. A menudo la falta de información, el apuro o la pereza nos llevan a tomar atajos que nos parecen sencillos y a la larga nos complican la vida.
Que los chicos duerman la cantidad de horas que necesitan beneficia a todos: a los padres, porque vuelven a disponer de esas dos horas que las generaciones anteriores tenían, cuando con menos consideración y miramientos mandaban a los chicos a la cama temprano. A los chicos los beneficia porque sus padres van a estar más contentos y de mejor humor y porque sus personitas van a funcionar mejor, aprender más, e incluso seguramente haya menos irritabilidad en la familia y menos peleas.
Psicóloga