Hablemos de familia. Para cada edad, un uso distinto de las pantallas
Conectados: el uso de celulares y otros dispositivos exige aprendizaje y acompañamiento
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Nuestro desafío como adultos es lograr que los chicos no usen tanto tiempo de pantallas. Si se las damos sistemáticamente para entretenerlos perdemos la capacidad de acompañarlos a encontrar formas variadas de pasarla bien, y ellos pierden su capacidad de jugar y entretenerse de otra forma. A eso se suma la posibilidad de que accedan a estímulos inadecuados.
El auto, la espera en el consultorio del médico, la tarde en casa al volver del cole, los fines de semana con muchas horas disponibles son espacios donde las generaciones anteriores de chicos se las rebuscaron para ocupar su tiempo de maneras creativas y divertidas. ¡Hoy es tan fácil darles una pantalla! Pero se pierden oportunidades de conexión, de juego, de crecimiento, de aprender a resolver el aburrimiento. Y además los chicos se estresan en las pantallas, a diferencia de otras formas de entretenerse que ayudan a liberar el estrés de la vida diaria. Se arma un círculo vicioso del que es difícil salir: con tanto uso de pantallas no saben pasar tiempo sin ellas y si no pasan tiempo sin pantallas, no pueden aprender a entretenerse de otra forma. Animémonos a hacer convenios de uso y a cumplir esos convenios y, como cuando eran chiquitos y aprendimos a calmarlos y entretenerlos sin chupete, recordemos y enseñemos recursos para que logren pasarla bien sin tanto estímulo externo de modo que no necesitemos mantenerlos siempre ocupados o en alguna actividad extraescolar para lograr apartarlos de las pantallas.
Animémonos a hacer convenios de uso y a cumplir esos convenios y, como cuando eran chiquitos y aprendimos a calmarlos y entretenerlos sin chupete, recordemos y enseñemos recursos para que logren pasarla bien sin tanto estímulo externo de modo que no necesitemos mantenerlos siempre ocupados o en alguna actividad extraescolar para lograr apartarlos de las pantallas.
Saliendo de la primera infancia, de la que hablamos en la columna anterior, se me ocurren tres etapas claves: 1) la escolaridad primaria, 2) el momento en que acceden al teléfono propio y 3) a partir de la adolescencia media, cuando ya deberían ser ellos los que se ocupan de hacer buen uso de sus pantallas.
En los años de latencia (entre 6 y 11-12 años) necesitan nuestra presencia y conducción para aprender a hacer un uso sano y acotado. Los chicos hoy muy fácilmente ven temas que no son adecuados para ellos, como violencia, agresividad, sensualidad y sexualidad, incluso pornografía, publicidades de objetos que no necesitan o de alimentos no saludables. Como el famoso caballo de Troya –con el que los aqueos tentaron a los troyanos para introducirse en su ciudad y dominarla– las pantallas resultan una tentadora ventana abierta al mundo, a menudo sin control parental. Se naturalizan costumbres y conductas que no responden a la cosmovisión de las familias ni a esas edades, y así se pierde la maravillosa etapa de latencia que los invita a estar con amigos, hacer deportes, dedicarse a infinidad de juegos y aprendizajes.
Es enorme el impacto que tiene en ellos lo que ven, lo que hacen y lo que dicen o escuchan en las pantallas y cuando no logran procesar ese contenido lo replican: le hacen a otros lo que sufrieron, pasan los videos que les “pegaron” fuerte, no por maldad, solo para poder elaborarlo. También es enorme el impacto de lo que les llega subliminalmente a través de las pantallas, aquello que viene sin que lo registremos nosotros ni ellos, especialmente en los niños de esta edad, ya que no tienen otras referencias ni capacidad de evaluar lo que se les presenta.
En esta etapa, cuando se exceden, las pantallas son un búmeran que se nos vuelve en contra. Porque cuanto más las usan, más les cuesta dejarlas, de peor humor salen y más se pelean, se arruina el clima de la casa y el ánimo de todos porque de las pantallas salen estresados, rabiosos, al cortarse el suministro de dopamina (neurotransmisor que te hace querer siempre más de aquello que la estimula, nos enseña el @drjgrehan). Y por el efecto de habituación, cada vez requieren más tiempo o cantidad para alcanzar ese placer.
En la segunda etapa, cuando llegan a la edad de tener su propio teléfono, los adultos tenemos que hacernos cargo de la tarea de enseñarles a hacer buen uso de esa herramienta: aprender a controlar el tiempo de uso, elegir qué ver, jugar, hacer, y qué no (ya sea porque no les hace bien o porque no están listos), con quién se conectan y qué dicen y escriben y también qué permiten que otros les digan, cómo no sumarse a chismes, críticas, malos tratos. Es decir, tenemos que enseñar ciberhabilidades sociales, (aunque ya empezamos antes con los juegos interactivos en consolas), tema que nos llevará entre dos y tres años.
Durante ese tiempo conoceremos su contraseña y podremos entrar libremente para ver el tiempo de uso y cómo se están manejando, con quién se conectan, qué tipo de material miran, hasta estar tranquilos de que hacen un uso ético y sano del teléfono. Recordemos que hay apps que nos permiten poner límites de tiempo de uso y de contenido. Hay quienes firman con sus hijos contratos de uso; de hecho, somos nosotros los que compramos el teléfono y pagamos el plan que ellos usan. En el caso de que se resistieran a ese contrato, podemos postergar seis meses la entrega del teléfono, y eso va a lograr instantáneamente que acepten cumplir con nuestras pautas, ya sea un contrato escrito o un compromiso de palabra.
Con el tiempo y la confianza iremos liberando esos controles para llegar tranquilos a la tercera y última etapa en la que ellos se manejarán solos y sólo vamos a intervenir en situaciones puntuales, como gastos o tiempo de uso excesivos, o chicos que vemos mal anímicamente o por demás encerrados en sus pantallas.
Es ideal que los adultos usemos nuestras pantallas de acuerdo a las pautas que querríamos que ellos sigan cuando tengan las suyas: comer sin ellas, entre una y dos horas por tarde libres de pantallas para todos. Nuestros adolescentes no van a respetar nuestras reglas si nosotros no las cumplimos, y los más chiquitos van a crecer viendo cómo usan papá o mamá sus pantallas y van a incorporar ese buen uso.
Psicóloga