Hablemos de familia. ¿Nuestro hijo dio un portazo? Calma, que no es personal
Cuando un chico responde mal, es importante detenerse y no contestar en el mismo tono
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Es importante que los adultos (padres y docentes, también tíos, amigos y abuelos) practiquemos el no tomarnos personalmente las palabras o conductas de niños y adolescentes; en realidad tampoco de las de otras personas, como pareja, jefe, empleado, conductor del colectivo, peatón, etcétera.
No significa que las personas no tengan que pagar consecuencia por algunas respuestas inadecuadas, sino que tengamos claro que al tomarnos personalmente esas respuestas echamos leña al fuego y lo hacemos crecer en lugar de ayudar a apagarlo o, por lo menos, a que se mantenga controlado ese fuego.
Como dice Miguel Ruiz en Los cuatro acuerdos, la mayoría de las veces es algo que le pasa al otro, no lo hace en contra nuestra, ni para manejarnos, ni porque sean irrespetuosos, o quieran engatusarnos... Lo que propongo es tan simple –y tan complejo– que basta con empezar a cambiar en nuestra mente la idea de “me contestó mal” por “contestó mal”.
No significa que las personas no tengan que pagar consecuencia por algunas respuestas inadecuadas, sino que tengamos claro que al tomarnos personalmente esas respuestas echamos leña al fuego y lo hacemos crecer en lugar de ayudar a apagarlo o, por lo menos, a que se mantenga controlado ese fuego.
¿Qué lleva a un chico –a menudo también a un adulto– a hablar de mal modo, a insolentarse o a tener una conducta inadecuada? La frustración, el enojo, la ofensa, la desilusión, el miedo, la vergüenza, los celos y otras emociones que se apoderan de ellos y los llevan a reaccionar desde su cerebro primitivo. Éste declara “emergencia” y el chico no responde desde su cerebro integrado, es decir que en su respuesta no logra incluir la corteza cerebral, la que nos habilita a pensar antes de actuar o hablar. Son respuestas o reacciones impulsivas, gatilladas por esa “emergencia” declarada dentro el cerebro. Algo que es muy útil cuando estamos ante un peligro real y tenemos que responder rápido para salvar nuestra vida, pero nos mete en problemas en la vida diaria, ante situaciones que no necesitan respuestas rápidas sino pensadas, procesadas.
Lo que nos ofusca y nos ciega a los adultos –¡y nos lleva también a responder desde nuestro cerebro primitivo!– es que jamás se nos habría ocurrido responder a los adultos como lo hacen hoy los chicos; nuestro cerebro declara emergencia y no nos permite entender lo que está ocurriendo realmente.
Veamos el clásico ejemplo del portazo, que ocurre tanto en las familias como en las instituciones escolares: la profesora le pide a José que salga del aula porque le contestó mal. José se siente humillado frente a sus compañeros, tratado injustamente y no entendido por la profesora, por lo que está furioso con ella –sumado a que quizás se quedó jugando a algún jueguito la noche anterior y durmió poco, y/o se peleó esa mañana con su madre porque no lo dejó faltar. José sale de la clase pegando un portazo. La profesora puede sentirse ofendida y considerarlo un irrespetuoso y salir hecha una tromba para volver a retarlo y mandarlo, indignada, a la Dirección. Pero también puede ponerse unos instantes en el lugar de José y registrar su ofensa, la humillación, el enojo, incluso alguna otra cuestión personal que podría tenerlo a José hoy fuera de eje. Y entender que José pegó un portazo, no le pegó un portazo a ella.
Es interesante entender que en ese golpe José descargó su enojo en lugar de hacerlo con la profesora; probablemente no le faltaban ganas de golpearla, pero no lo hizo y descargó su ira en la puerta. ¿Es una respuesta adecuada y para felicitarlo? ¡No! Tiene que pagar una consecuencia seria por haberlo hecho, pero es muy distinto cuando la profesora le habla – sin salirse ella de su propio eje– y le dice : “¡Cómo te enojaste! Pero en este colegio no pueden pegarse portazos, andá la dirección a buscar un parte”. Le responde tranquila, sin sentirse agredida y sin hacerlo sentir doblemente mal: por su conducta inadecuada y por haber ofendido a su docente. José tiene suficiente con su desborde emocional interno para sumarle, sin necesidad, que se sienta malo porque hizo daño a un adulto.
No somos el ombligo del mundo, no todo lo que ocurre tiene que ver con nosotros: la empleada del local tuvo un mal día; nuestro jefe se peleó con su mujer; la chiquita de dos años está en plena individuación y quiere hacer su voluntad y por eso se tira al piso a patalear, no lo hace para molestarnos ni porque quiere hacernos pasar vergüenza; el adolescente está frustrado porque le dijimos que no a su plan.
Con otros adultos basta con recordar que la respuesta del otro no siempre tiene que ver con nosotros. Para los chicos y adolescentes, retomando el concepto de padres –y otros adultos– arqueólogos, cuando nos acostumbramos no sólo a no tomarnos personalmente las reacciones inadecuadas, sino también a intentar entender qué está por debajo o por detrás de ellas, los beneficios van a ser muchos
Con otros adultos basta con recordar que la respuesta del otro no siempre tiene que ver con nosotros. Para los chicos y adolescentes, retomando el concepto de padres –y otros adultos– arqueólogos, cuando nos acostumbramos no sólo a no tomarnos personalmente las reacciones inadecuadas, sino también a intentar entender qué está por debajo o por detrás de ellas, los beneficios van a ser muchos:
• No vamos a agravar el problema con nuestra respuesta inadecuada
• Nos vamos a sentir más cerca y los chicos nos van a sentir así
• Nos convertimos en modelo de empatía y preparamos el terreno para que puedan escucharnos
• Vamos a poder poner mejores límites sin tantas ofensas, desilusiones y enojos nuestros, muy dañinos para la autoestima de los chicos, sobre todo cuando vienen de personas significativas para ellos. Dejemos las ofensas, enojos y desilusiones para pocos temas verdaderamente serios o graves.
Por este camino, también somos modelo para ellos de cómo salir del egocentrismo e ir un poco más allá de lo que se ve a simple vista, para lograr no tomarse siempre personalmente palabras y acciones de otros, ¡incluidas las nuestras! Se van a encontrar muchas veces con alguien (progenitor, amigo, docente, hermana, vecino, etcétera) que les contestó mal y con nuestro ejemplo y acompañamiento tienen que aprender a no perder la cabeza: en realidad, a integrar la corteza cerebral antes de responder.
Psicóloga