Hablemos de familia. Los chicos y el difícil tema de la cercanía de la muerte
De frente: en lugar de eludir esta temática, hay que ayudarlos a aceptar la existencia de la muerte
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La pandemia está dejando huellas en adultos y también en jóvenes y chicos. Preguntas, preocupaciones, planteos acerca de la muerte son algunos de los temas que surgen. Porque… ¿quién de nosotros no se enfermó, o no tiene, o no tuvo un ser querido muy grave, incluso fallecido por el virus de Covid? ¿Cuántas veces, en estos casi dos años, revisamos las medidas de cuidado y comprometimos a nuestros hijos a cuidarse? Lo hicimos armando equipo para proteger tanto a la comunidad entera como a algún integrante de la familia o amigo, ya fuera de edad avanzada o porque tenía una enfermedad que lo ponía en riesgo si se contagiaba de Covid.
El virus nos puso en contacto con nuestra fragilidad; incluso nos llevó a revisar nuestra vida y a tomar decisiones o hacer cambios ante la eventual posibilidad de nuestra muerte cercana.
Durante la pandemia nos encontramos cara a cara con nuestra finitud: ya no podíamos estar seguros de que a nosotros no nos iba a pasar; perdimos las ilusorias certezas de que íbamos a morirnos de viejitos, cuando estuviéramos listos para partir, que no había apuro en cumplir nuestros deseos, sueños o proyectos, que nuestros seres queridos iban a seguir mucho tiempo junto a nosotros, o que podíamos seguir haciendo planes como si la muerte no estuviera a la vuelta de la esquina.
El virus nos puso en contacto con nuestra fragilidad; incluso nos llevó a revisar nuestra vida y a tomar decisiones o hacer cambios ante la eventual posibilidad de nuestra muerte cercana.
Como otras veces, ante situaciones difíciles pudimos haber desaprovechado aquello que veníamos transitando, incluso seguir derrochando nuestra energía en negar, enojarnos y protestar, en buscar culpables y confabulaciones. O pudimos haber convertido esa situación en una oportunidad para revisar nuestra relación con la enfermedad y la muerte, integrándolas a nuestra vida para de ese modo aprender, procesar, aceptar y también compartir con nuestros hijos lo aprendido.
El ser humano es el único animal que sabe que va a morir, lo que nos da la posibilidad de planear, a la luz de ese hecho irremediable, cómo querríamos vivir en el tiempo acotado que tenemos hasta nuestra desaparición física. Y hacerlo sin saber a ciencia cierta cuánto tiempo disponemos.
En un extremo el miedo a la muerte podría llevarnos a cuidarnos tanto que dejáramos de vivir y no aprovecháramos esta maravillosa oportunidad. Pero en el otro extremo podríamos gastar nuestras fuerzas y energía haciendo de cuenta que la muerte no existe –o por lo menos no en esta etapa de la vida–, vivir dándole la espalda, como si no fuera a ocurrir y evitar el tema entre nosotros y con nuestros hijos. Otra opción sería conectarnos, vivir plenamente cada día y ser modelo para ellos.
¿Cómo nos relacionábamos con la muerte hasta la pandemia? A lo largo del último siglo nos fuimos apartando de ella, distrayéndonos del hecho de que es parte integral de la vida, la otra cara de una misma moneda. La muerte se había convertido en un tema tabú del que preferíamos no hablar; queríamos proteger a nuestros chicos de una angustia que no tolerábamos en nosotros mismos: nos asustábamos cuando ellos la mencionaban, cambiábamos de tema, intentábamos mantenerlos lejos de las enfermedades de personas queridas y de la posibilidad de que fallecieran, los apartábamos de velorios y entierros, sin darnos cuenta de que los chicos registraban que pasaba algo serio y dejaban de preguntar... ¡para cuidarnos a nosotros! Intentaban protegernos en lugar de que nosotros los cuidáramos a ellos y los sostuviéramos en sus inquietudes, miedos y dolor, que es lo que ellos necesitan y les hace bien.
Por ese camino, los chicos pueden también confundirse y dudar de su percepción (“yo a mamá la veo seria, triste, preocupada, pero ella dice que no pasa nada y le creo porque es mi mamá, y entonces dejo de creerme a mí mismo”). O pueden suponer que ellos son la causa de nuestro malestar y angustiarse.
Alrededor de los cuatro años, al ir madurando, los chicos se interesan en el tema de la muerte y hacen preguntas que vale la pena contestar. En esas charlas les contamos lo que nosotros pensamos y creemos: hablamos de ese misterio del que sabemos muy poco, pero que de todos modos enmarca nuestra vida.
Alrededor de los cuatro años, al ir madurando, los chicos se interesan en el tema de la muerte y hacen preguntas que vale la pena contestar. En esas charlas les contamos lo que nosotros pensamos y creemos: hablamos de ese misterio del que sabemos muy poco, pero que de todos modos enmarca nuestra vida. Así no dejamos el tema librado a aquello que pueden pescar en una pantalla o a lo que les digan otros chicos, que seguramente no van a abordar el tema como nos gustaría.
Hablamos al comienzo de la muerte por un ciclo de vida cumplido, y cuando sea necesario abordamos las otras muertes, las que truncan vidas antes de tiempo y que nos cuesta entender. La caída de las hojas de los árboles en otoño, el perro del vecino, una película, una noticia pueden ser el estímulo para que ellos pregunten o para que nosotros iniciemos la conversación. Esto irá enriqueciéndose al crecer los chicos y tener mejor comprensión de ese y otros temas relacionados, como la trascendencia, la inevitabilidad de la muerte, la sensación de injusticia ante la enfermedad y muerte de un niño, de un adulto joven, de un progenitor de un niño o adolescente; o lo que ocurre con el cuerpo, esa envoltura vacía que ya no contiene a la persona que conocíamos y queríamos.
Los que hoy son niños y adolescentes ¿tendrán otra idea de la muerte, más realista, cercana, integrada a sus vidas? ¿Tendrán más miedo? ¿Tendrán otra conciencia sobre la salud y se cuidarán más y mejor? ¿Valorarán la vida de otra manera? Ojalá que así sea. Porque no solo me preocupa que no aprovechemos para conectarnos –grandes y chicos– más plenamente con nuestra vida a partir de las experiencias vividas sino también que, apenas pase la pandemia, nos olvidemos lo que aprendimos en este tiempo y volvamos a vivir como antes, tratando de no pensar en la muerte y volviendo a la vana ilusión de que falta mucho para que ella toque a nuestra puerta.
Psicóloga