Hablemos de familia. Los chicos frente a los padres “atrapados” por las pantallas
Interacción: los niños necesitan el contacto humano y la mirada permanente para crecer fuertes
- 5 minutos de lectura'
Los adultos de hoy no somos nativos digitales pero estamos “atrapados” por nuestras pantallas. Y esto puede ser serio en relación con nuestros hijos (o nietos, sobrinos, alumnos), especialmente con los chiquitos, pero también cuando van creciendo. En primer lugar porque corremos riesgo de no prestarles la atención que ellos necesitan y merecen, de no interactuar con ellos, o de no estimularlos lo suficiente. En segundo lugar porque somos ejemplo y modelo para ellos en infinidad de temas incluyendo el interés y el uso de pantallas. Al vernos usarlas las van a pedir y se van a sumergir en ellas apenas se acerquen a una.
Los más chiquitos necesitan indispensablemente conexiones humanas para crecer, aprender, prosperar, porque es en el encuentro con otro ser humano que se conocen a sí mismos, y enriquecen las conexiones neuronales, así se va armando un “árbol” frondoso lleno de interconexiones dentro de su cerebro, con ramas, ramitas y hojas, en lugar de que se convierta en un arbolito raquítico por falta de estimulaciones y miradas. Para tomar dimensión de esto basta con mirar las diapositivas que suele presentar en sus charlas el Dr. Abel Albino en las que muestra las diferencias entre el cerebro de un niño de dos años no solo bien alimentado, sino también bien estimulado por su entorno humano, y el que no tuvo esa suerte durante el embarazo y sus dos primeros años de vida.
Las pantallas interrumpen, postergan, incluso cancelan esa danza de interacciones indispensable para la maduración.
Las pantallas interrumpen, postergan, incluso cancelan esa danza de interacciones indispensable para la maduración. Los bebés nos miran y con su mirada o gesto nos convocan mucho antes de poder llamarnos, también lo hacen a través del llanto. Un adulto atento y conectado con el bebé/niño ve, observa, comenta, celebra, interpreta y pone palabras a lo que está viendo, a menudo enriquece lo que ve con su respuesta, y responde de acuerdo con lo que observa y entonces consuela, abraza, alza, entretiene, se deslumbra; o alimenta, pone a dormir, cambia un pañal, abriga, o desabriga… ¡son tantos y tan importantes esos intercambios con ellos que los acompañan a incorporarse con seguridad y confianza al entorno humano!
¿Qué pasa cuando esa mirada o ese gesto del niño no encuentra respuesta? ¿O cuando eso ocurre muy pocas veces, o con mucha demora, o solo ante reclamos muy ruidosos? Los chicos pueden dejar de buscar esas interacciones, rendirse y entonces aislarse y arreglarse solos –pero entonces se empobrece su evolución–, o pueden hacer mucho “ruido”, portarse mal, accidentarse, o enfermarse; ellos se dan cuenta de que en esos casos los adultos acuden, probablemente no de la forma en que ellos desearían que lo hagan, ni de la que les haría bien, pero por lo menos logran que se acerquen…
Los chicos pueden dejar de buscar esas interacciones, rendirse y entonces aislarse y arreglarse solos –pero entonces se empobrece su evolución–, o pueden hacer mucho “ruido”, portarse mal, accidentarse, o enfermarse
Estemos muy atentos al tiempo y a la calidad de atención que les ofrecemos, y a cuántas veces el “ping” del teléfono interrumpe nuestras interacciones y nos aleja de nuestros niños. Ese “ping” que nos arrastra y que, sin que nos demos cuenta, nos hace perder la conexión con ellos: dejamos de verlos, de responderles, como vimos en una propaganda muy impactante que circuló por las redes en la que una guitarra parecía que se tocaba sola, o una hamaca se movía vacía, al estar atento a pantalla de su teléfono el interlocutor dejaba de ver al guitarrista o la niña que se hamacaba.
Los chicos no solo nos miran y aprenden a relacionarse con la tecnología de la misma forma adictiva y desconectada del intercambio humano presencial que ven en nosotros, sino que además entienden que no son nuestra prioridad, o se sienten poco atractivos o interesantes para nosotros. No todo el tiempo, pero ellos necesitan ratos de nuestra presencia real: incondicional, disponible, interesada, empática, necesitan también de nuestra habilidad para regularlos y así enseñarles a regularse, de ese modo logran establecer con nosotros el vínculo seguro que necesitan para crecer sanos, felices y abiertos a relacionarse con otros.
Estemos muy atentos al tiempo y a la calidad de atención que les ofrecemos, y a cuántas veces el “ping” del teléfono interrumpe nuestras interacciones y nos aleja de nuestros niños. Ese “ping” que nos arrastra y que, sin que nos demos cuenta, nos hace perder la conexión con ellos: dejamos de verlos, de responderles
Cuando, en cambio, son ellos los que están tan enfrascados en las pantallas que les cuesta dejarlas es nuestra tarea enseñarles a regular el uso, porque los niños de hoy necesitan lo mismo que las generaciones anteriores: tiempo para practicar y aplicar sus habilidades interpersonales en situaciones de la vida real. Cuando nosotros, o ellos, o todos, estamos en las pantallas esa tarea queda interrumpida.
Los pediatras proponen cero pantalla hasta los dos años de edad, y un rato en compañía de sus padres entre los dos y los cinco años, ya que cuando estamos cerca podemos no solo elegir lo que nos parece adecuado para ellos, sino también conversar de lo que ven de modo que sea una forma más de vincularnos con ellos, en lugar de que sea la forma de desvincularnos de ellos. Y una hora a partir de los seis años con supervisión de contenido y de tipo de pantalla.
No es casual la cantidad de niños que vemos hoy con dificultades de todo tipo: sobreestimulados, que no logran autorregularse, con problemas para quedarse quietos o para prestar atención, incluso para jugar; con demoras en el lenguaje, con habilidades sociales pobres; a muchos les cuesta perder o tolerar la espera o el esfuerzo, se frustran con facilidad y quieren todo ya (más allá de la edad en que todo eso sería esperable)… es que el mágico mundo de la pantalla no los ayuda a fortalecerse en estas funciones vitales para su vida presente y futura.
Es en el vínculo humano con los padres y otras personas (tanto niños como adultos) que se van forjando la fortaleza interna y las distintas habilidades.
Busquemos un equilibrio en el uso del tiempo libre de todos nosotros que incluya pantallas sin dejar de lado otros intereses o actividades centrales para el desarrollo de nuestros chicos.