Hablemos de familia. La intimidad de los adultos forma parte de la crianza
Equilibrio: los chicos necesitan nuestra atención tanto como ver que cuidamos nuestros espacios
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Muchas cuestiones de estos tiempos han ido confluyendo para que muchas parejas hoy formen un gran equipo de padres pero pierdan la intimidad de la pareja en la etapa de crianza de sus hijos: la falta de ayuda, el hecho de que los dos trabajen y el auge del movimiento permisivo en la crianza. Incluso ocurre algo parecido cuando los adultos crían a solas. A menudo se pierde la saludable distancia entre chicos y adultos, los hijos y sus temas se convierten en la primera y a veces única prioridad y los adultos se quedan sin un tiempo para ellos, sin un espacio propio donde nutrirse y recuperar energía, algo indispensables para su bienestar presente y futuro, y para el de sus hijos.
Hemos aprendido que la cohabitación prolongada y el amamantamiento a libre demanda son indispensables para el bebé durante los primeros meses de vida. En algún momento, conversando con el pediatra, conviene ir buscando la forma de retomar sin culpa algunos ratos de disfrute personal y en pareja para los adultos, en lugar de quedar “pegados” a esa libre demanda que, si no estamos atentos, podría pasar a ser una modalidad de criar y educar mucho más tiempo del necesario y beneficioso para todos. Si además al poco tiempo tienen un segundo o tercer hijo sin haber recuperado ni un poquito ese espacio personal y/o de pareja, pueden pasar varios años sin que la pareja se encuentre como tal. Y puede que, cuando lo intenten, ya no sepan cómo retomar la intimidad y el encuentro entre ellos: se les perdió en el tiempo aquello que los llevó a enamorarse y a querer empezar una vida juntos y armar una familia.
La variable de ajuste no debería ser nuestro bienestar personal ni el encuentro de intimidad con nuestra pareja, así podremos seguir sonriendo y también seremos modelo para nuestros hijos de ese vínculo, de modo que ellos puedan conocerlo y buscar algo parecido al crecer.
Las múltiples tareas y responsabilidades de la crianza y nuestras creencias pueden llevarnos a no lograr organizarnos, ni hacer acuerdos, ni armar rutinas y rituales que nos ayuden a todos. Esas rutinas son indispensables para que los adultos estén bien y con ganas de estar ahí durante muchos años más. La variable de ajuste no debería ser nuestro bienestar personal ni el encuentro de intimidad con nuestra pareja, así podremos seguir sonriendo y también seremos modelo para nuestros hijos de ese vínculo, de modo que ellos puedan conocerlo y buscar algo parecido al crecer. Por más que cosechen los beneficios de estar siempre primeros en la lista de prioridades, a los hijos los llena de culpa el sentirse responsables de las permanentes postergaciones de los temas personales de sus padres. Obviamente habrá temporadas en que esto no sea posible, como un nuevo nacimiento o la enfermedad de algún integrante de la familia, y esta es una de las importantes razones para ocuparse cuando sí haya espacio para hacerlo.
A veces armamos un excelente equipo y todo parece andar bien, pero empieza a colarse nuestra insatisfacción, ya sea personal o de pareja: empezamos a discutir y a reclamar a cada rato al otro adulto, por cosas importantes y también por nimiedades. ¿Qué podría llevarnos a enojarnos tan seguido con nuestra pareja o con nuestros hijos? Tanto puede ser nuestra exigencia, la presión de la multitarea de la vida diaria, nuestras expectativas no expresadas y /o inadecuadas –más bien ilusiones, lo que nos gustaría que el otro haga o diga–, el cansancio, el ver en el otro algo que en realidad nos molesta de nosotros mismos (“no se hace cargo”, “es muy gritona”, etcétera)… Y la necesidad de tener tiempo para nosotros y para esa pareja que teníamos antes de tener hijos y que se esfumó. No se trata de buscar largas vacaciones sin hijos, sino de organizar momentos para cada uno y también para los dos juntos. Uno de los más sencillos de lograr es el “horario de protección al mayor” del que hablé en la columna anterior.
Nos cuesta abrir la mente para entender el punto de vista del otro y podemos no darnos cuenta de que su idea distinta puede ser tan válida como la nuestra, incluso enriquecerla; si no estamos atentos podemos entrar en largos forcejeos, cinchadas y luchas de poder sin alcanzar una buena síntesis entre su propuesta y la nuestra.
¿Qué otra cosa puede llevarnos, no sólo a perder la intimidad sino también a distanciarnos? Que cada uno de nosotros mira la vida y los distintos temas desde su ángulo de visión, incluso desde la experiencia de su propia crianza. Nos cuesta abrir la mente para entender el punto de vista del otro y podemos no darnos cuenta de que su idea distinta puede ser tan válida como la nuestra, incluso enriquecerla; si no estamos atentos podemos entrar en largos forcejeos, cinchadas y luchas de poder sin alcanzar una buena síntesis entre su propuesta y la nuestra. O sin entender el motivo válido que llevó al otro a actuar o a resolver como lo hizo.
El terapeuta de pareja John Gottman habla de la crítica (“así no se hace”, “así no los trates”) y del estar a la defensiva (consecuencia esperable de las críticas reiteradas) como los dos primeros “jinetes del apocalipsis” de la pareja (así los llama porque la llevan a desaparecer). Es cuestión de estar atentos a no caer sistemáticamente en ellos. Los otros dos jinetes de los que tenemos que cuidarnos más aún son el desprecio y el encerrarnos en nosotros mismos, porque cuando llegamos a ellos el retorno es mucho más difícil.
Requiere ganas y voluntad para poder dedicarle atención y dedicación, por lo que en primer lugar tenemos que reconocer el valor que tiene para uno mismo, para la pareja y también para los hijos. Por el bien de todos, estemos atentos a encontrar el camino para transitar las responsabilidades, superar los roces de todos los días y reencontrarnos.
La empatía y la compasión (que no es lástima ni piedad, sino la capacidad de sentir con el otro) con nosotros mismos y con nuestra pareja nos van a ayudar en esta tarea de sostener y acompañar al otro adulto y/o a nosotros mismos, y a sentirnos sostenidos y acompañados. Así tendremos ganas de compartir e intimar tanto en el ámbito sexual como en el emocional, encontrando el tiempo para conversar y también para hacer juntos cosas que nos diviertan, como salir a caminar, hacer un deporte, mirar una serie y otras formas de divertirnos y alimentar nuestra intimidad de pareja. Conservarla, o recuperarla, no es sencillo. Requiere ganas y voluntad para poder dedicarle atención y dedicación, por lo que en primer lugar tenemos que reconocer el valor que tiene para uno mismo, para la pareja y también para los hijos. Por el bien de todos, estemos atentos a encontrar el camino para transitar las responsabilidades, superar los roces de todos los días y reencontrarnos.