Hablemos de familia. La importancia de delegar la autoridad en los docentes
Reconocimiento: es muy difícil que los chicos aprendan de personas a quienes sus propios padres no respetan
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Celebramos hoy a los docentes, las personas que nos acompañan año tras año en la educación de nuestros hijos. ¡Cómo fueron cambiando en las últimas décadas las miradas hacia los maestros y profesores! Sólo una o dos generaciones atrás lo que decían el docente o la institución escolar eran “palabra santa”. Predominaban en los padres la confianza, el respeto y el agradecimiento. Los adultos formaban un equipo sólido, sin fisuras, consistente, e infranqueable por los chicos. Eso dio lugar a que fueran posibles algunos abusos y era necesario que algo cambiara pero nos fuimos al otro extremo, y lo que ocurre hoy tampoco es bueno.
Al ir cayendo la confianza de la gente en las formas clásicas de criar y educar, muchas familias dejaron de apoyarse en sus propios padres y en su experiencia y lo mismo ocurrió con los colegios y los docentes de sus hijos. Se complicó más aún durante la pandemia ya que los padres estuvieron durante un largo tiempo presentes en el aula y, muy a menudo, en lugar de armar equipo, sumarse a los intentos de los maestros, ofrecer su ayuda y colaborar, ellos perdieron la confianza y, lo que es más grave, transmitieron a sus hijos esa falta de confianza en sus maestros.
No se trata de tragarnos nuestros desacuerdos sino de ir al cole de nuestros hijos a aportar: hablar entre adultos, ofrecer ideas o ayuda, colaborar, sumar, eventualmente pedir ayuda, o, si no lo logramos, poner a nuestros hijos en otra escuela que comparta nuestra cosmovisión y en la que sí podamos confiar. Cuando, en cambio, entramos enojados, a criticar y quejarnos, sin darnos cuenta forzamos a los directivos o al docente a ponerse a la defensiva, sin posibilidad de escucharnos, y nosotros tampoco estamos abiertos a escuchar. Nos vamos a quejar sin darnos cuenta de que somos parte del problema: es muy difícil escuchar cuando uno está bajo ataque. En cambio es increíble lo que se logra cuando desde ambos lados se busca escuchar, consensuar, entender, cuando pueden juntarse para buscar lo mejor para los chicos.
No se trata de tragarnos nuestros desacuerdos sino de ir al cole de nuestros hijos a aportar: hablar entre adultos, ofrecer ideas o ayuda, colaborar, sumar, eventualmente pedir ayuda, o, si no lo logramos, poner a nuestros hijos en otra escuela que comparta nuestra cosmovisión y en la que sí podamos confiar.
Los seres humanos aprendemos por imitación e identificación y lo hacemos con aquellas personas que nos resultan interesantes y significativas. Durante los primeros años de vida los chicos miran a sus padres para ver si les conviene confiar en las personas y los ámbitos nuevos para ellos. Esa respuesta –sus palabras, caras, gestos, silencios– convierte, o no, en un primer momento a ese docente en especial y merecedor de confianza para el niño. Luego el docente se hace cargo de alimentar la valoración y el interés pero no puede hacerlo sin esa entrega confiada inicial por parte de los padres.
CONFIANZA
Es muy difícil que los chicos miren, escuchen, respeten y quieran aprender de personas e instituciones a quienes sus propios padres no respetan. El reconocimiento de su valor y el respeto, incluso el agradecimiento y la admiración –que no necesitan ser ciegos ni absolutos– son fundamentales para que los chicos puedan abrirse a interesarse, atender y aprender. Como dije antes hablando de los adultos, para los chicos tampoco hay crecimiento ni aprendizaje posible cuando están a la defensiva, o en alerta, necesitan tranquilidad y confianza. Y a eso se agrega otra tarea del hogar: que lleguen al aula bien descansados, bien alimentados y tranquilos de que en casa todo está relativamente bien.
No sólo transmitamos a nuestros chicos nuestra confianza en los cuidadores y docentes a cuyo cuidado dejamos a nuestros hijos, sino también deleguemos en ellos nuestra autoridad: cuando eso no ocurre es muy difícil para esos adultos hacerse cargo ya sea de cuidar o de enseñar.
No sólo transmitamos a nuestros chicos nuestra confianza en los cuidadores y docentes a cuyo cuidado dejamos a nuestros hijos, sino también deleguemos en ellos nuestra autoridad: cuando eso no ocurre es muy difícil para esos adultos hacerse cargo ya sea de cuidar o de enseñar.
Tanto los profesionales de la salud como los docentes nos encontramos en la pandemia con que, por primera vez, nos pasaban las mismas cosas que a las personas que acompañábamos. Esto nos daba una dimensión muy clara de lo que estaban viviendo, pero también nos hizo más complejo el acompañamiento… es que es más fácil sacar del agua a otra persona si estamos en un bote que si estamos nosotros al mismo tiempo entre esas mismas olas: hijos que cuidar, ninguna ayuda externa, miedo a la enfermedad y a la muerte, duelos, dificultades económicas. Era emocionante ver, por ejemplo, la “trastienda” de una maestra que daba clase y hacía malabares delante de una pantalla mientras cuidaba a sus propios hijos detrás de la cámara.
Nos esforzamos para hacerlo lo mejor posible, aprendimos a hacerlo, pero fue muy cansador perder durante tanto tiempo esa saludable distancia que antes nos sostenía tanto en el aula como en el consultorio.
Hasta ese momento algunas pocas veces nos había tocado acompañar a un niño en un tema personal mientras transitábamos esa misma dificultad, como podría ser, por ejemplo, la separación de los padres de un paciente o alumno y nuestro propio divorcio, pero no era lo de todos los días.
En este día del maestro quiero decirles ¡gracias! a todos esos maravillosos docentes, que con entusiasmo y enorme flexibilidad se acomodaron a las distintas circunstancias en estos años, ya fuera detrás de una pantalla o repartiendo alimentos y hojas casa por casa para que sus alumnos siguieran aprendiendo; docentes que, en cuanto pudieron, recibieron de nuevo a los chicos en sus aulas dispuestos no sólo a nivelarlos en los contenidos académicos sino a acompañarlos a sanar sus heridas de pandemia, inseguridades, tristezas, angustias, miedos, ansiedades, problemas para sociabilizar, temas atencionales y de concentración, y muchas otras dificultades que hoy siguen sin terminar de resolverse. Docentes que “por ver grande a la patria” luchan “con la pluma y la palabra” como dice el himno a Sarmiento que cantábamos de chicos cada 11 de septiembre. ¡Feliz día del maestro!