Hablemos de familia. Cómo estar presentes en la vida de nuestros hijos
Atentos: acompañar a los chicos tiene que ver más con la presencia que con la intromisión
- 5 minutos de lectura'
Podemos tener enorme influencia en nuestros hijos con nuestra presencia activa en sus vidas. Sin embargo, hoy los hechos nos muestran a cada rato lo lejos que podemos estar los padres de su mundo y de sus intereses, inquietudes y preocupaciones. La edad de los chicos que vieron El juego del calamar sin que sus padres tuvieran idea de lo que estaban mirando y sin que supieran que era para mayores de 16 es solo una pequeña muestra de lo que me preocupa.
Presencia activa significa estar atentos, interesados, en lo posible un paso delante de los chicos, tratando de aprehender, entender cabalmente, aquello a lo que se ven expuestos. Se empieza desde que son muy chiquitos; por ejemplo, mirando con ellos dibujitos animados para poder conversar no solo de lo que ven y entienden sino también de lo que aparece sin que ellos lo registren conscientemente, es decir del contenido subliminal que se cuela en sus mentes sin que ellos puedan darse cuenta salvo que los acompañemos y conversemos. Infinidad de mensajes aparecen en distintos lugares: libros, películas, series, tiras cómicas –muchas veces ajenas a nuestra cultura, como el animé y manga japoneses– y pasan a formar parte de la visión del mundo de nuestros hijos. ¡Y nosotros ni enterados!
Presencia activa significa estar atentos, interesados, en lo posible un paso delante de los chicos, tratando de aprehender, entender cabalmente, aquello a lo que se ven expuestos
En condiciones ideales, desde que ellos son bebés los padres, docentes y otros adultos significativos funcionamos como brújula que los orienta: nos miran antes de acercarse a un objeto o persona para saber si son seguros o peligrosos, si les convienen o no, si tienen nuestro permiso… Con el paso del tiempo, cuando permanecemos cerca y seguimos ocupándonos de conversar, mirar con ellos, ayudarlos a pensar, ellos van internalizando, se van apropiando de esos intercambios y enseñanzas. También de a poco van diferenciándose de nosotros: no todas las veces están de acuerdo, pero conocen nuestra opinión, y a menudo padecen y/o se resisten a nuestros “no” y a la explicación que los acompaña. De todos modos durante muchos años, junto a nosotros, aprenden a pensar y evaluar, a ver diferentes puntos de vista, a integrar diferentes ideas antes de resolver, a tener criterio propio, a no tomar todo lo que les llega como valedero, a evaluar lo que escuchan y también quién lo dice y en qué contexto lo hace, a poder expresar su desacuerdo, a tomar decisiones… Todo eso lleva tiempo y presencia, conversaciones, intercambios, discusiones.
Por lo menos durante los primeros años de su vida hasta el comienzo de la pubertad, toman lo que decimos como “palabra santa” y esos años son la mejor oportunidad para transmitir nuestra cosmovisión, creencias y valores. Cuando llega la adolescencia, buscando diferenciarse y adquirir criterio propio, dejan de preguntar pero, si hicimos bien nuestra tarea, nos llevan adentro.
Por lo menos durante los primeros años de su vida hasta el comienzo de la pubertad, toman lo que decimos como “palabra santa” y esos años son la mejor oportunidad para transmitir nuestra cosmovisión, creencias y valores. Cuando llega la adolescencia, buscando diferenciarse y adquirir criterio propio, dejan de preguntar pero, si hicimos bien nuestra tarea, nos llevan adentro. Cuando no lo hacemos, o dejamos de hacerlo antes de tiempo –es lo que percibo que ocurre hoy en día en muchos temas– ellos simplemente se suben a lo que les llega desde afuera por múltiples canales, o a lo que dice la mayoría, su grupo de amigos o el líder de ese grupo. Esto ocurre porque no escuchan voces –significativas para ellos– que digan con suficiente fuerza algo diferente, voces que les permitan decidir en verdadera libertad, conociendo las opciones, sabiendo que existen alternativas.
Nuestras opiniones y nuestra mirada tienen mucho peso para nuestros hijos, pero a veces la falta de tiempo, el trabajo, el verlos grandes y con capacidad para resolver, nuestro desconocimiento y/o desinterés en los temas que los ocupan –por ejemplo, redes y juegos electrónicos– hacen que desaprovechemos esa valiosa oportunidad de acompañarlos, formarlos y transmitirles nuestra experiencia.
Los adultos sabemos que lo naturalizado en la sociedad, incluso lo convencional, no necesariamente es normal o sano para nuestros chicos. Lo vemos a diario en los “destratos” que tienen entre ellos –incluso con los adultos-, en el excesivo tiempo que pasan en las consolas, en el dejar de jugar tan tempranamente, mucho antes de la preadolescencia, en el vestirse de grandes, en el abandono de valiosos rituales de la infancia, en el apuro por “comerse” la vida adelantando sin necesidad temas que de todos modos habrían llegado más adelante, cuando ellos estuvieran más maduros y preparados. Los ejemplos se ven en todas las edades: acostarse tarde y dormir menos horas de las que les hace bien en jardín de infantes y primaria, no acercarse a la mesa familiar para comer y conversar, ver contenidos en pantallas inadecuados para su edad y capacidad de procesamiento, comprensión y elaboración, y tantas otras costumbres o modas que no tienen en cuenta las necesidades reales de los chicos ni lo que les hace bien.
En otras páginas hablé del valor de acercarnos a lo que ven, escuchan y leen para poder abrir sus cabezas a otras ideas a través de preguntas no invasivas sino curiosas e interesadas. Hay que conversar sin miedo –o sin que se note–, sin enojo, sin discursos o lecciones de vida, sin amenazas ni prohibiciones –que solo funcionan cuando estamos cerca–, para no despertar el alerta que los lleva a cerrarse, a dejar de escucharnos y decir: “sos una antigua”, “dinosaurio”, “retrógrado”, “no tenés ni idea”, “ahora es distinto”, etcétera.
Aprovechemos las oportunidades de la vida diaria para que nuestros chicos y adolescentes no se dejen llevar tan fácilmente por ideas ajenas a las de su familia.
Podemos tener una enorme influencia con nuestra presencia activa e interesada, de modo que ellos puedan ejercer realmente su libertad, tener una postura crítica ante las ideas que se les van presentando a medida que crecen, tomar decisiones personales sin dejarse llevar, tolerar el pensar distinto a la mayoría, ¡Incluso podrían llegar a convertirse en un nueva mayoría!
Psicóloga