Hablemos de familia. Cómo ayudar a los chicos a tolerar que no los elijan
Frustración. A veces puede vivirse como hostigamiento la tristeza por no haber sido elegido
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El hostigamiento, o bullying, no tiene que ver con enojo sino con desprecio, un fuerte sentimiento de desdén hacia alguien: el o los hostigadores consideran que el otro no tiene valor, que es inferior o que no merece respeto. Como dice Bárbara Coloroso, es “arrogancia en acción”: los hostigadores no toleran las diferencias, creen que tienen derecho de molestar, someter o controlar a otro ser humano; de excluirlo, aislarlo o rechazarlo, ridiculizarlo, humillarlo. Ella lo define como “una actividad consciente, deliberada, ofensiva, maliciosa y/o insultante con intención de humillar o lastimar al sujeto blanco de ese trato mientras brinda al perpetrador –o perpetradores– placer en el daño o el dolor del otro”. Incluso induce a que el que lo padece tenga miedo por la amenaza de futuras agresiones. El bullying tanto puede ser verbal como físico o relacional.
Hablamos de hostigamiento (o bullying) cuando hay una diferencia entre las fuerzas del o de los que molestan y las del o de los que son molestados, ya sea porque son varios contra uno, porque están en una posición de mayor prestigio o poder (hermano mayor, líder del grupo, docente, jefe), o porque lo hacen repetidamente.
Hoy, con preocupación, vemos crecer en las redes el ciberbullying cuando usuarios de internet se escudan detrás de un mensaje o de una red social para hacer públicos comentarios negativos sin que el agredido tenga oportunidad de defenderse o contrarrestar esas agresiones.
¿Qué lleva a un chico o a un grupo a maltratar sistemáticamente a otro? No hay una sola respuesta y a menudo ni siquiera hay una razón: incluso podría ocurrir que la agresión se origine porque el hostigado es alto, o inteligente, o se saca buenas notas. Es decir que podría ser por cualquier tema gracias al cual resalte dentro del grupo –de lo que ya hablamos en otra oportunidad– tanto positiva como negativamente.
A menudo el bullying es una máscara que los agresores usan para esconder su dolor o sentimiento de inadecuación, una forma de “bajar” al otro para poder sentirse “arriba”; otras veces han aprendido y creen que “son” superiores y tienen derecho a maltratar a los que consideran inferiores. No conectan ni perciben el dolor propio (que seguramente está allá en el fondo tapado, escondido, negado hasta para ellos mismos) y tampoco el dolor ajeno.
Desde su lugar, los seguidores (integrantes del grupo) y los testigos (que miran desde afuera) tanto pueden fortalecer la postura del hostigador al sumarse o incitarla, como desactivarla al rechazarla: por eso es fundamental trabajar con el grupo, para que los chicos tengan conciencia de la importancia de su papel y no avalen la conducta del hostigador.
Pero… no todo lo que pasa entre los chicos es hostigamiento o bullying, y es importante que los padres lo tengamos claro para no aumentar sus ideas persecutorias, es decir la impresión de que el mundo –o una parte de él– está contra ellos.
En muchas oportunidades los seres humanos nos sentimos rechazados o no elegidos, eso pasó siempre y va a seguir pasando, no todo el mundo nos quiere ni tiene interés en pasar tiempo con nosotros. Los adultos fuimos aprendiendo –aunque no todos– a entender que eso no nos define como personas, a no tomarnos personalmente esas situaciones, incluso a darnos cuenta de que a menudo son los conflictos del otro los que no le permiten abrirse al encuentro con nosotros.
Por ejemplo, cuando presentamos un curriculum y no nos llaman para el trabajo no necesariamente nos están discriminando. Probablemente no seamos el perfil que la empresa necesita, u otra persona reúne más condiciones que nosotros para el puesto.
Lo que les hace bien es que estemos ahí, disponibles para conversar sin desesperarnos y revisar juntos lo ocurrido. Hay que acompañarlos en la tarea de fortalecerse para tolerar –sin daño en la autoestima– el no ser elegido o invitado.
A los chicos les cuesta mucho no ser elegidos: por sus sanas necesidades narcisistas buscan brillar, destacarse, ser buscados, y lo pasan mal cuando eso no ocurre. Nuestra tarea de padres no es resolverles el tema ni evitarles el dolor, sino escuchar, acompañar su padecimiento sin minimizarlo (“qué te importa que no te inviten a la pijamada, si esos chicos son unos tontos”, o “las pavadas que te preocupan”), ni agrandarlo (“no puedo creer que José te haga eso, con lo amigos que eran”, o “¿y ahora con quién vas a jugar?). Lo que les hace bien es que estemos ahí, disponibles para conversar sin desesperarnos y revisar juntos lo ocurrido. Hay que acompañarlos en la tarea de fortalecerse para tolerar –sin daño en la autoestima– el no ser elegido o invitado. O aprender que se puede pasar un viernes a la tarde en casa sin que eso signifique sentirse un perdedor o un fracasado social.
Los padres tenemos que fortalecernos para tolerar que nuestros hijos pasen algo de tiempo solos, sin desesperarnos ni creer que están fracasando socialmente. A menudo la preocupación de los chicos en lo social se ve agravada por la impresión de que no satisfacen nuestras expectativas en ese aspecto de su vida. Confiemos en lo que venimos haciendo y en su criterio para hacerse amigos y, de ser necesario, ayudémosles a pensar con preguntas abiertas si algo no nos cierra de una relación.
Las relaciones están en el corazón del problema y en el corazón de la solución, con adultos que basan su paternidad o la educación en una relación sólida con hijos y alumnos. Los chicos deben poder permanecer en situación de dependencia de adultos a quienes puedan pedir ayuda y con quienes puedan mostrar su vulnerabilidad. Adultos que los cuiden y les enseñen a cuidarse hasta que puedan hacerlo solos.
¿Por qué el énfasis en este acompañamiento? Porque hemos visto una y otra vez que el impulso de dominar aparece cuando se pierden los vínculos seguros con un referente adulto. ¡Y qué claro se ve en la novela –también película– El señor de las moscas, de William Golding!
Psicóloga