Gustavo Bruzzone, un juez más cerca del arte que de la política
Vehemente, provocador y muy popular entre sus alumnos en la UBA, el presidente recién reelegido de la Cámara del Crimen es tan apasionado por la pintura como celoso de su independencia, por polémicos que sean algunos de sus fallos y aunque contradigan la voluntad oficial
Los hombres del derecho suelen tener seguidores, detractores, alumnos o discípulos. Gustavo Bruzzone, el juez que acaba de ser reelegido por sus pares para presidir la Cámara del Crimen durante este 2012, es lo más parecido a la expresión del rock and roll académico: tiene legiones de fanáticos que actúan como tales. Lo defienden, lo siguen, lo dejan pasar con gestos casi reverenciales y, si se presenta la oportunidad, cierran sus clases con una estruendosa ovación. Repiten cual dogma que mientras dure el juicio toda persona tiene que estar en libertad. Y toda es toda. Independientemente del crimen que haya cometido. Así lo enseña su maestro en las aulas.
Y así lo aplica en Tribunales. Como cuando el 13 de mayo de 2005 firmó el fallo que dispuso la libertad de Omar Chabán, acusado por la tragedia de Cromagnon. No se iba a dar a la fuga ni entorpecer la investigación. Para él y para la jueza María Laura Garrigós de Rébori esas dos condiciones eran más que suficientes para que Chabán esperase el juicio en libertad. Y, en un fallo dividido, Bruzzone escribió: "La excarcelación nunca puede ser sinónimo de absolución. Esta aclaración no es ociosa, porque con un alto grado de irresponsabilidad, en algunos casos (especialmente por el amarillismo periodístico), o por desconocimiento, se suele equiparar invirtiendo el principio constitucional y republicano de presunción de inocencia". Los familiares de las víctimas reaccionaron enfurecidos. Y fue el principio del fin de la relación entre Bruzzone y el periodismo al que él considera, en su escala de valores, por debajo de los dueños de los bancos. En un círculo vicioso, los medios informaban, la gente se enfurecía y se retroalimentaba la bronca hacia el fallo que todavía hoy Bruzzone defiende, aun sabiendo las consecuencias que acarreó: escraches y duros cuestionamientos.
Y, también, un pedido de juicio político del que tuvo que defenderse en el mismo Consejo de la Magistratura que apenas unos meses antes lo había calificado de brillante. "Les recomiendo que en un futuro corroboren mejor los jueces que nombran. Yo no soy ninguna sorpresa. Hice lo que les dije que haría en una situación así." "¿Vieron la ciega? -preguntó luego, haciendo referencia a la imagen de la Justicia-. Bueno, yo me puse la venda y fui para adelante", les dijo en un descargo considerado histórico por el tono y por el contenido. "La próxima vez pregunten mejor", sugirió a los consejeros.
Histriónico, vehemente y provocador, "el Negro" Bruzzone parece tomarse revancha en las aulas de la Facultad de Derecho de la UBA, donde es adjunto en la cátedra de su maestro, amigo y mentor Marcelo Sancinetti. La revancha por lo que no pudo ser. Soñaba con ser maestro. Pero a fines del 76 para una familia de comerciantes de Quilmes eso no era una posibilidad sino un problema: "¿Maestro? Eso es de rarito o de zurdo", opinó el padre. Y entonces, para despejar fantasmas, se anotó en la UBA y dio el examen de ingreso como tantos otros, sin esos diez que después acumularía en los concursos de su carrera judicial.
A los 53 años y en un viejo despacho de la Cámara del Crimen que conserva el baño con bañadera y ducha de lo que fue una antigua casa de familia, es difícil imaginarlo como capitán de los equipos de rugby, hockey sobre césped o fútbol del prestigioso colegio Saint George's, de Quilmes. Ya adolescente, el hijo del representante de los electrodomésticos Volcán había capitalizado una misteriosa capacidad de seducción para cosechar fanáticos que lo aplaudían no en las aulas sino en la cancha.
Tiene más contactos en el mundo del arte que en Tribunales. Eso lo aprendió del primer juez con el que trabajó, Miguel Pons, de quien heredó la impronta de cómo debe actuar un magistrado y la costumbre de negarse a concurrir a eventos fuera del juzgado, ni siquiera a cumpleaños. Bruzzone evita socializar con la mayoría de los colegas y no hace el menor esfuerzo por disimular el desprecio que siente por alguno de ellos, en particular los del fuero federal. Cofundador de la revista de arte Ramona , reconoce en la política un sólo vínculo profundo con quien hoy es el jefe de los fiscales, el procurador general Esteban Righi, a quien conoció en la facultad. "Existen pocos en el Poder Judicial con la capacidad de trabajo y el talento de Bruzzone; es único, y puede equivocarse pero siempre resuelve creyendo que hace lo correcto", asegura el procurador, que tiene el extraño privilegio de ser llamado "amigo" por el camarista.
Sin sangre judicial en las venas, "el Negro" pagó el costo de ser un outsider de la familia tribunalicia a la que llegó de casualidad, tratando una vez más de evitar el mandato familiar que lo ubicaba cobrando, vendiendo o trasladando electrodomésticos. A través del Club de Leones de Bernal, su abuelo conocía a un juez a quien le mandó al nieto para que se convirtiera en un pinche más de los tantos que hacían todo y nada en los viejos juzgados federales de los años 80. En 1983, mientras sus compañeros y superiores celebraban el triunfo de Raúl Alfonsín, a él lo invitaban tímidamente a sumarse a los festejos. "Vení perro verde", le gritaban, porque nunca había escondido su filiación al PJ. Pero con la misma convicción y dramatismo con que -el día en que se levantó la veda- se había afiliado al peronismo sin haber siquiera pisado nunca antes una unidad básica, se desenamoró. Y la estética menemista fue la responsable de una de sus frases más polémicas: "El peronismo está muerto". Los globos, las luces de neón y alguna melodía de la brasileña Xuxa que sonaba de fondo en la presentación de Avelino Porto como candidato a senador por el PJ porteño resultaron demasiado. Al ritmo del asco, escribió una despedida con forma de carta documento y la mandó: "El peronismo está muerto".
Sin embargo, fue justamente uno de los exponentes de ese menemismo que lo había desenamorado de la política quien lo nombró fiscal, a fines de 1991. CésarArias, hombre clave en la Justicia de los 90, lo llamó un día a su despacho. El entonces fiscal Luis Moreno Ocampo necesitaba gente en su fiscalía y lo había pedido atraído por el desempeño que había tenido "el negro" como secretario en la causa del levantamiento carapintada. "Sentate y escribí un currículum ya", le dijo. Bruzzone tipeó confundido. "Ya, vamos, apurate que hay un auto que va a llevar tu CV urgente", apuró. Y lo mandó de vuelta con su chofer y una fuerte sugerencia: "No quiero un solo problema político". Y no tuvo uno: tuvo dos. Fue durante el menemismo que Bruzzone, como fiscal, denunció al entonces intocable interventor en Somisa, Jorge Triaca, por gastos astronómicos en propiedades que poco tenían que ver con su cargo. Y logró que lo procesaran hasta que, más tarde, la causa se cerró en manos de su sucesor, Gabriel Cavallo. Y fue durante el menemismo también que persiguió penalmente a pesos pesados. A Carlos Menem, a Eduardo Bauzá y a la jueza federal María Romilda Servini de Cubría, por encubrimiento en el llamado Yomagate.
La pintura, remedio infalible
Bruzzone intuye que una o las cuatro "situaciones incómodas" terminaron eyectándolo y se lo sacaron de encima con la excusa de un ascenso. Aterrizó en el fuero penal económico, lugar donde -dice sin preocuparse por las formas- pasó las vacaciones pagas más largas de su vida. Años sin hacer nada, sólo dejando testimonio a través de estadísticas de la intencional ineficiencia del fuero al que llegó como penitencia. Quienes lo conocen aseguran que lo vieron llorar en su despacho. Y lloró hasta que descubrió cómo hacer rendir ese retiro forzado. Empezó a pintar para paliar la abulia y a pasar más tiempo con su hijo, que desembarcaba en su casa los fines de semana estrenando separación en un departamento de dos ambientes sobre Marcelo T. de Alvear. Se anotaron en talleres varios. Su hijo se aburrió. El no. Y siguió hasta conocer a grandes galeristas y artistas de la denominada cantera del Rojas. Así empezó a gestar una colección que nació errática y azarosa, hasta convertirse en una de las más importantes del país, con un millar de obras de la Argentina de los 90, década que lo obsesiona. En su departamento de Córdoba y 9 de Julio, quienes lo visitan saben que tienen que hacerse lugar entre las piezas de arte, acomodarse en los pequeños espacios que están sin ocupar. Y el exilio penitente lo hizo pintar una serie llamada "Los funcionarios". Daniel Morín, ex titular de la Oficina Anticorrupción, tiene uno que se llama "Corruptos". Hay otro dando vuelta que retrata una corte menemista de diez miembros y un tercero en el que se ve a un funcionario muy pequeño detrás de su escritorio y, en primer plano, una gigante lapicera suiza Mont Blanc.
Para Bruzzone artista, el camino de la corrupción se expresa en imágenes: de la Bic a la Mont Blanc. Y así lo pinta. Tal vez por esa razón, lo conmovió ver a Néstor Kirchner presidente firmar con la austera birome nacional. Como lo conmovió profundamente la muerte del hombre que con esa misma bic firmó su designación como juez de la Cámara del Crimen. La conmoción, sin embargo, no alcanzó para alinearlo en las filas de la militancia kirchnerista-judicial. Y el propio presidente que lo había nombrado lo cuestionó duramente tras la decisión de liberar a Chabán: "¿Cómo no se pueden dar cuenta de la repercusión pública [de un fallo que] daña la moral y el espíritu del conjunto de los argentinos? No se pueden sacar fallos varados desde una loma, como si los argentinos fuéramos seres inanimados", dijo Kirchner públicamente mientras su entonces jefe de gabinete Alberto Fernández lo acusó de "exceso de dogmatismo".
Inmune a las críticas de propios y ajenos, Bruzzone estrenó su cargo de camarista tan lejos de la política como le resultó posible, al punto de no querer participar siquiera en las elecciones de la asociación de magistrados. Apenas llegó sólo pidió una computadora y dijo: "Tráiganme expedientes que vengo de once años sin laburar".
QUIEN ES
Nombre y apellido:
Gustavo Bruzzone
Edad: 53 años
Colegio inglés y universidad pública:
Hijo de un comerciante de electrodomésticos de la zona de Quilmes, acudió al tradicional colegio St. Georges’s y luego estudió Derecho en la UBA, donde hoy enseña. De joven se afilió al PJ, pero se alejó del partido durante el menemismo.
Del Yomagate al caso Cromagnon:
Llegó a fiscal de la mano de César Arias, hombre clave de la Justicia en los 90, y su nombre trascendió luego por su investigación en el Yomagate. En 2005 causó revuelo al firmar la excarcelación de Omar Chabán en el caso Cromagnon.