Guillermo Roux: "Para los artistas ha terminado la época en que creían que iban a cambiar el mundo"
A los 86 años, mantiene una agenda agitada mientras sigue produciendo sin descanso. "Me interesa más hacer que recibir", dice el pintor, días antes de ser homenajeado en la feria Arte Espacio
Guillermo Roux vive días de hiperactividad. Siempre le gusta andar ocupado con sus dibujos y pinturas, pero a la labor cotidiana le sumó este año una seguidilla de presentaciones públicas. Empezó con una hazaña de verano, pintando un mural que abarcó toda la pileta de su jardín. Después, fue protagonista de un documental estrenado en el último Bafici, La cuarta corbata, de Martín Serra. Expuso una selección de pinturas de orquestas en el salón dorado del Teatro Colón y volvió a mostrar, en el espacio de arte del Consejo Federal de Inversiones, la serie de trabajos que realizó junto con Carlos Alonso, a cuatro manos, correo mediante.
Mientras, dibuja cuadernos de noche y grandes hojas amarillentas de día. Elige para ilustrar esta entrevista un san Lucas tallado en madera, regalo del escritor Pedro Orgambide, su gran amigo, uno de los pocos recuerdos que había traído de su exilio en México. "Tiene el mismo tipo de fuerza autóctona y pura que las del Aleijadinho, el escultor brasileño de la época colonial. Sus tallas en madera tienen como referencia a los clásicos italianos y en apariencia son también clásicas, pero sus cabezas, sus manos, su figura tienen algo primitivo que hace que no puedan ser italianas. Son de otro mundo", analiza. Su evangelista comparte ese carácter: "Una fuerza elemental que transmite una convicción imponente".
Con múltiples referencias a la historia del arte y la misma determinación, sumadas a un respeto por los propios impulsos, sensaciones y emociones, transcurre toda su obra. Si a los 86 años no se tiene una mirada amplia, no se la tendrá nunca. Roux la tiene, además de una lucidez a prueba de balas que le impide todo atisbo de autoengaño.
Será homenajeado en la edición de Arte Espacio que comienza esta semana (del 18 al 22 de agosto en el hipódromo de San Isidro), pero eso apenas si le hace alguna cosquilla. Revolea los ojos, suspira... "Estoy un poco harto de los homenajes. Me apabullan. En lo profundo, agradezco. Pero nunca tuve mucha atracción por eso. Me interesa más hacer que recibir. Me hace más feliz. No quiero decir que no valore recibir, lo valoro mucho, y por supuesto que hay una parte mía a la que le gusta. En lo profundo, en vez de ir a una reunión, prefiero pasar tres días trabajando. Es una manía, no digo que sea una virtud."
-¿La veneración como maestro coincide con el lugar que le dan la crítica y la historia?
-Son pocas las veces en las que leí cosas en las que coincido con la apreciación de lo que creo haber estado trabajando. Siento que ubican mi trabajo dentro de parámetros más o menos establecidos. Yo me siento un poco marginal a esas definiciones por mi procedimiento, mi forma de trabajo y la historia de mi trayectoria. Lo más interesante que oí de mi trabajo es lo que dijo mi hija, Alejandra Roux, que está curando la muestra que se verá en Arte Espacio. Dijo: "La columna que sostiene tu obra pasa por un tipo de imagen fronteriza: está enraizada en el marco clásico, previo a los años 50, la unidad de la imagen y los elementos formales de la pintura. Pero vista más profundamente, esa raíz en realidad está constantemente sostenida por la imposibilidad real de sostener ese marco clásico. A partir de los años 60, esa fe en los valores de la unidad de la imagen hace agua, y eso se expresa a través de las formas y de ciertas citas estilistas que se filtran y no acaban de romper la unidad estilística, pero están latentes... Una aspiración a mantener la unidad que no es enteramente posible. Un estilo que no termina de caer ni de un lado ni del otro". ¡Es brillante!
-¿Usted mismo se ubica en un lugar en la historia del arte?
-Los demás tratan de ubicarme en movimientos preestablecidos. Y yo mismo nunca me he molestado en pensar dónde estaba. Yo soy "uno que hace". En eso estoy marcado por haber empezado a trabajar de chico y por haber transitado por tantos ambientes. Me formé en el trabajo y en la respuesta inmediata, sin especular demasiado. Además, por mucho que pueda haber leído y teorizado, siempre pesó a la hora de definirme mucho más la intuición, el impulso o el instinto, que es lo que elijo. Elijo la emoción que me lleva a hacer una cosa y no a razonarlo demasiado. Antes, las discusiones entre artistas eran más espontáneas y enfrentadas. Hoy hay más diálogo y todos comparten, pero no hay discusiones apasionadas. Recuerdo cuando discutían si el arte tenía que ser figurativo o abstracto... ¡Imaginate! Influía, como siempre lo hace, la situación social, política, económica del país o del mundo. El arte no es una cosa aislada. Es una consecuencia, se asuma o no. Ahora todo es más complicado. Si no es tan simple en política o en economía, ¿por qué debería serlo en arte? Después de todo, refleja el momento en que vivimos. La diversidad de maneras de expresión de hoy es el correlato de la diversidad de necesidades actuales. Para los artistas, un poco ha terminado la época en que creían que iban a cambiar el mundo. En aquellos tiempos, muchos creían que su obra iba a transformar la historia del arte.
-¿Alguna vez lo creyó?
-Jamás... Además, me habría parecido un disparate. El arte es un resultado. Es paralelo a la realidad o consecuencia de ella. Opera sobre ella en casos absolutamente excepcionales, como un símbolo por seguir, como en el caso de algunas obras literarias. Pero, en general, es el correlato simbólico de lo que ocurre en otros órdenes de la sociedad.
-¿Cuál es su etapa favorita dentro de su obra?
-Me falta la memoria. Lo que hice siempre me importa menos. Mi entusiasmo está en lo que estoy soñando que puedo llegar a hacer. Cuando pienso en etapas anteriores, creo que es otro quien las hizo. No yo. El de ahora sueña con el hoy o el mañana. El mundo cambió, y de aquel otro me acuerdo poco, y lo que hizo, no lo miro tanto. Prefiero ver lo que han hecho otros. Ahora me preocupa mucho tratar de sentir o percibir lo que está flotando en el aire. Cada uno tiene las limitaciones del camino que elige: mi edad, mi escuela, mi momento histórico? He amado otras cosas que me han formado.
-¿Qué cosas ha amado?
-He pasado períodos de estudiar técnica a fondo en Europa. Estudié a casi todos los grandes maestros, de los cuales ahora ni se habla. Me preocupé por entender qué es la manera veneciana de pintar o la innovación que hubo en Venecia respecto de los países flamencos. Qué le pasó a Rubens cuando se encontró con Tiziano, y cómo modificó su técnica. Cómo evolucionó a partir de la observación de Van Eyck y los pintores holandeses. Cuál es la conclusión que sacó de todo eso Rembrandt, o cómo era la forma de pintar de Caravaggio y de dónde le venía. Esas cosas he amado, me interesaron mucho, y las he estudiado: investigué en bibliotecas, me hice amigo de los restauradores en los museos, he hablado de eso con gente que sabe mucho. He pintado "a la manera de" dentro de lo que he podido. Y algo de eso se me fue pegando. También me formé en gráfica, historieta e ilustración. Investigué a los grandes ilustradores de Londres de los años 40 y a los dibujantes de la Primera Guerra Mundial. Cuando llegué a Estados Unidos me encargaron ilustraciones para libros importantes y me dediqué a estudiar la historia local de esa disciplina. Después, cuando me tocó hacer mosaico, me zambullí en eso, al igual que en la escultura y en el fresco. Todo lo que hice después fue citar. Mi pintura es una mezcla de todo eso. Y en esa mezcla nunca he dejado de ser actual: uno vive hoy.
-¿Qué le entusiasma hacer ahora?
-Hoy hay un concepto de la "fealdad", entre comillas, porque ya no creo más en la fealdad como hace años, cuando había un concepto de la belleza, lo agradable o aceptable. Hoy lo desagradable no es una categoría despectiva sino que forma parte de una estética. Y esto se relaciona con lo que empecé a dibujar de noche después de un problema de salud. Me hacía bien dibujar las cosas simples que me rodeaban. Casi siempre empiezo por ahí: cosas que tengo al alcance de la mano. Hay una frase de Cézanne que dice: "Adoro las manzanas porque estirando la mano las saco de la canasta". Si mirás bien, sus naturalezas muertas están al alcance de la mano. En sus últimos años, lo que está lejos, como la montaña Sainte-Victoire, casi lo trae al primer plano. El mundo es el que está en su mano. Sin querer compararme con él, tengo una tendencia a comenzar por lo que veo todos los días: una planta, una jarra, una cuchara o un salero. Cosas modestas. Ayer trajeron a la mesa arroz en una fuente, y tenía una forma que me trajo clarísimo el recuerdo de un cuadro famoso del romántico alemán Caspar Friedrich, el del naufragio en témpanos de hielo. Así que me puse a dibujar el arroz, y me abrió un mundo. Estoy dispuesto a observar y a dejarme llevar por lo que me rodea. Observo todo.
-Para estos dibujos nocturnos tiene planes muy contemporáneos.
-En los cuadernos hacía todas las noches esta especie de biografía dibujada. Ya debo tener ocho o diez cuadernos. Debo haber hecho doscientos autorretratos. Quisiera hacer una exposición con eso que hago de noche y sigo de día, pero no como quien muestra dibujos enmarcados en la pared. No es eso, sino un relato, algo íntimo. Una secuencia de momentos buenos o malos, oscuros o más luminosos, el deseo explícito o la ausencia de deseo. Cuando uno llega a cierta edad, aparecen apreciaciones de la realidad y de uno mismo que antes no conocía: temores, sensaciones de inseguridad, deseo, pasiones, en las cuales lo sentido es muchísimo más fuerte que lo que es capaz de expresar el cuerpo. Son contradicciones difíciles de resolver: como antes no fui viejo, no las conocía.
-¿Cómo funcionan entonces esos autorretratos?
-Una forma de aprendizaje fue empezar a descubrir mi figura dibujándola. Empecé a ver en el espejo cómo iban evolucionando mis hombros, cómo mis piernas (a las que les cuesta un poco caminar) a veces se hinchan, a veces enflaquecen; y estoy atento a ver cómo pasa el tiempo, los años, o por lo menos, los meses. No me provoca un desagrado; trato de no mentir en nada de esto, de no hacer nada mejor. Trato de ser específico en lo que estoy mirando. El dibujo me devuelve una realidad que me completa. Me ayuda a aceptar el tiempo que pasa. Como por el momento la mano derecha no me tiembla demasiado, aprovecho esa circunstancia. Pero tampoco sería un mal, porque le daría una vibración a la línea y transmitiría un sentimiento que es parte de mi situación actual. Lo que hago en los cuadernos es la representación de mi realidad, mental y física. Por eso, me lo imagino en una muestra multimedia, con proyecciones, con movimiento, o una instalación.
-¿Nunca hizo una instalación?
-No, pero ahora siento una necesidad de hacerla. Porque mirar mi realidad a las dos de la mañana, cuando todo está en penumbra, es algo muy íntimo: yo sentado desnudo en el borde de la cama, mirándome en el espejo con una sola luz para no molestar a mi mujer. La relación con el público también es diferente. Siempre necesité una comunicación directa y amable. No pertenezco a esa especie de artista a la que no le importa el público. A mí sí me importa.
-¿En qué medida?
-Quiero que me oigan tocar el violín. Quiero que el teatro esté lleno. Pienso que a Paganini le interesaba conmover cuando tocaba el violín. Yo necesito al público para tocar el violín. Y ese público con el que quiero compartir lo que hago va cambiando de fisonomía. En otro tiempo, le atraían los perfumes, las sedas, lo aterciopelado, lo amoroso, lo sensual o cierta manera de apreciar lo que yo hacía. Podía ofrecerle al público algo de seducción, con mi necesidad de trasladar mi gusto por ciertas cosas. Pero ahora me interesa compartir las preguntas sobre la vida o el paso del tiempo para las cuales no tengo respuesta. Ya no ofrezco algo placentero, sino que quisiera preguntarle al público cómo me puede ayudar, al mirar estos dibujos, a entender este pedazo de mi vida que me toca vivir. Ahora necesito más respuestas, especialmente de los jóvenes. Quisiera llegar a ellos, por diferentes medios, para ampliar mi posibilidad de escuchar. No sería un diálogo, porque yo me sentiría en silencio. Tanto no tengo para decir ni para afirmar. Quiero oír, quiero aprender cómo ellos ven lo que estoy viviendo.
Biografía
Guillermo Roux nació en Flores en 1929. Hijo del ilustrador Raúl Roux, vivió en Europa y Estados Unidos. Obtuvo varios premios y es académico de número de la Academia Nacional de Bellas Artes. Expuso en la Bienal de Venecia (1982), realizó varios murales en Buenos Aires y Santa Fe, y dirige un taller en Villa Crespo.
¿Por qué lo entrevistamos?
Porque es uno de los grandes maestros del arte argentino y sigue formando a las nuevas generaciones
La foto
Como objeto inspirador Roux elige una talla en madera mexicana que representa a San Lucas, regalo del escritor Pedro Orgambide.