Guerra en Ucrania: perplejidades de Occidente
El Papa Francisco, hace algunos días, señaló que “la invasión rusa a Ucrania quizá, de alguna manera, fue provocada o no impedida”, agregando que un Jefe de Estado (supuestamente el Presidente Matarella, de la República Italiana) con el que se reunió antes de la invasión rusa del 24 de febrero, le habría manifestado que “la OTAN está ladrando a las puertas de Rusia. Y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se les acerque”.
Dichas declaraciones del Jefe de la Iglesia Católica me motivan a tratar de desentrañar las razones por las cuales se formaron en su momento la ya referida OTAN, en 1949, luego su contraparte oriental, el Pacto de Varsovia, en 1955 y, atento a la caída del Muro de Berlín y posterior implosión de la Unión Soviética en 1991, su derivación en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC, en sus siglas en español).
La OTSC tiene como miembros a Rusia, Armenia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, todas ex Repúblicas soviéticas que firmaron el Tratado de Seguridad Colectiva en 1992, y luego otros tres estados postsoviéticos, Azerbaiyán, Bielorrusia y Georgia, se unieron en 1994. Cinco años después, o sea en 1999, seis de los nueve (todos los miembros menos Azerbaiyán, Georgia y Uzbekistán) acordaron renovar el tratado por cinco años más, y en 2002 esos mismos seis acordaron crear la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva como una alianza militar.
Nótese que Ucrania nunca conformó ni manifestó intenciones de conformar la OTSC, En 2010, invitada para ello, declaró, incluso durante el gobierno prorruso de Yanukovich en el poder, que Ucrania mantendría su “neutralidad respecto de cualquier alianza militar que la invite”. Hacía alusión así a la invitación de la OTSC, pero también a la manifestada por la OTAN, en 2008. Ciertamente, ante la anexión de Crimea a Rusia y la invasión parcial del Donbass por parte de la Federación Rusa, en 2014, el nuevo Presidente ucraniano, Petro Poroshenko, señala la intención de Ucrania de, ahora sí, abandonar esa neutralidad y unirse a la OTAN, como manera de defenderse ante la evidente y consumada agresión rusa a su territorio soberano.
Nuevamente, como ya manifestara en una columna anterior, “no fue la OTAN la que fue hacia el Este, sino que fue el Este el que fue hacia la OTAN”, y en el caso particular de Ucrania, ya ni siquiera lo hizo de manera preventiva, como por ejemplo, lo hicieron los países bálticos o los de la ex “Cortina de Hierro”, sino que el pedido fue consumado cuando ya su territorio soberano había sido cercenado gravemente por la Federación Rusa.
La OTAN fue creada en 1949 y en sus primeros años no fue más que una alianza política. Con el tiempo, y constatando el expansionismo soviético en algunos países del Este europeo, se vio la necesidad de convertirla en una alianza militar defensiva.
El Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, mejor conocido como Pacto de Varsovia, fue un acuerdo de cooperación militar, diseñado y firmado en 1955 por la entonces Unión Soviética, y que tenía como miembros, además de la URSS, a Albania, la República Democrática Alemana (Alemania Oriental), Bulgaria, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia, y Rumania, contando como Observadores a China, Corea del Norte y Mongolia. Cabe agregar que los países bálticos, al igual que Ucrania y Georgia, entre otros, formaban parte de la URSS, por lo cual estaban implícita y explícitamente agregados al bloque per se.
En 2007, el secretario general de la OTSC sugirió el ingreso de Irán, circunstancia que nunca prosperó, pero que de haberlo hecho, hubiera resultado en el primer país que no formó parte de la URSS (exceptuando a los observadores Serbia y Afganistán) en ser miembro de la OTSC.
Se ha argumentado que el Pacto de Varsovia era, en la práctica, un instrumento de control de la Unión Soviética sobre los Estados socialistas del Este de Europa a fin de impedir que salieran de su égida. Este argumento, se vio reforzado con el aplastamiento de las llamadas “primaveras”, la de 1956, en Hungría; la de 1968, en Checoeslovaquia; y la de 1980, en Polonia. En esos casos, efectivamente, los intentos de esos países miembros para dejar el Pacto o mínimamente tener mayores libertades o autonomía del Kremlin, fueron aplastados militarmente por el Pacto de Varsovia, manejado férreamente desde Moscú.
Como se ha dicho, la OTSC reemplazó al Pacto de Varsovia luego de la caída de la URSS. Al igual que la OTAN, también es un pacto militar defensivo, y también es un pacto en el cual “una agresión a uno de sus miembros, es una agresión a todos sus miembros”.
Sin embargo, en enero de 2022, la OTSC no ha trepidado en intervenir en cuestiones internas de otros países, algunos de ellos, incluso, miembros de este pacto. Así fue el caso en Kazajistán, donde una fuerza conjunta de la OTSC, con gran mayoría de militares rusos, fue enviada para sofocar violentamente las protestas populares kazajas ante la suba pronunciada de las tarifas energéticas.
La OTSC también ha intervenido en Siria desde 2018 a 2021, a solicitud de la Federación Rusa, para defender al Presidente sirio Hafez Al Assad, lo que hace prever, según algunos medios rusos, que en breve Siria podría ser invitada a integrarse en dicha organización como país miembro.
Todo lo expuesto sobre el Pacto de Varsovia y la OTSC y la manera en que han sido administrados, decididos y regulados, viene a demostrar que ambos tratados militares se han conformado de manera imperativa o coercitiva y no voluntaria. Por ello, no es de extrañar que, caído el Telón de Acero en 1991, los países bálticos y los del Este europeo hayan “huido” de esas organizaciones y que en esos “flight to quality” -término éste muy utilizado en cuestiones de finanzas o cambiarias, pero que en este caso bien puede ser parangonado a esta búsqueda de seguridad defensiva- han solicitado su urgente admisión como miembros de la OTAN. Lo mismo puede asimilarse ahora, aunque por otras razones y circunstancias, a las actuales solicitudes de Finlandia y Suecia para formar parte del tratado militar del Atlántico.
Como conclusión, puede afirmarse entonces que no existen reales motivos o razones que expliquen, justifiquen o atemperen, de manera alguna, la salvaje decisión rusa de invadir Ucrania a sangre y fuego, con el consiguiente costo macabro en pérdidas de vidas humanas, en desplazamiento de familias y poblaciones enteras, y en destrucción de ciudades, que conmociona y conmueve profundamente a cualquier persona.