Guerra en Ucrania: invierno, el gran decisor
Cuando ya se han cumplido 150 días de la “operación militar especial” rusa en Ucrania, las fuerzas armadas rusas van avanzando lenta pero sostenidamente en la toma de los territorios del Este y del Sur de Ucrania.
Las fuerzas armadas ucranianas tratan de repeler esos avances, pero poco es lo que pueden hacer ante el enorme poderío ruso en artillería de largo alcance, que destruye primero las ciudades atacadas para luego enviar a la Infantería para ocupar las mismas.
El armamento prometido por los países de Occidente (básicamente EEUU, Gran Bretaña y la UE) demoran en llegar o llegan en cantidades insuficientes como para torcer el resultado de la contienda claramente a favor de Ucrania. Nos referimos, básicamente, a misiles de medio o de largo alcance, a artillería anti misilística, a artillería anti naval y antiaérea.
En los últimos 30 días, Rusia ha bombardeado sistemáticamente distintas ciudades ucranianas del Donbás a las cuales quiere ocupar, pero también lo ha hecho en otras ciudades por fuera de esas regiones, tal el caso de la ciudad de Kharkiv, la ciudad de Vinnitsya, también lo ha hecho sorpresivamente en las afueras de Kiev, y en otras ciudades menos importantes de todo el país.
Por otro lado, la región de Kherson, con su capital del mismo nombre, ha sido tomada por Rusia desde los primeros escarceos bélicos, y Rusia trata denodadamente de defenderla de los contra ataques ucranios, e incluso está tratando de imponer reglas de control rusas.
La idea de bombardear en cualquier parte del territorio ucranio, aun aquellas regiones o ciudades que parecían estar fuera del escenario bélico central, seguramente es la de infundir terror por un lado, e infringir daños económicos por el otro, esperando que ambas acciones impliquen un agotamiento en las castigadas poblaciones ucranianas, de manera de posicionarse en una buena situación de fortaleza si se inician conversaciones para una paz que todavía hoy se la ve remota.
“Mientras haya guerra en Ucrania, no habrá ciudad o paraje que esté libre de ser asediada y atacada”, parece ser el mensaje subyacente. En los últimos días, aunque con otras palabras, así lo ha manifestado el Canciller ruso Lavrov, que mencionó que Rusia quería blindar definitivamente Kherson y que luego iría también por Zaporishia y Dnipro, dos importantísimas regiones industriales de Ucrania. No le resultará sencillo, de todos modos.
A pesar de esos anuncios victoriosos del jefe de la diplomacia del Kremlin, el riesgo que se vislumbra es el agotamiento de los dos contendientes pero también -y no menos importante- el de los países de la OTAN, o por lo menos sus pueblos que ven peligrar sus comodidades debido a la posibilidad de faltas energéticas, como asimismo el encarecimiento de esas energías y su correlato en términos inflacionarios de los productos de consumo diario.
En Ucrania, el costo de la guerra ha sido inconmensurablemente superior al de Rusia, obviamente, tanto en vidas humanas (sobre todo civiles) como en destrucción de ciudades e infraestructura. Cuenta de todos modos con un pueblo y unas fuerzas armadas que siguen altamente motivados, lo que los convierte en prácticamente indomables.
No obstante, son conscientes que sin armas en cantidad y calidad, en el largo plazo el final podría ser sombrío. Y el largo plazo significa el fin del próximo invierno boreal. Por eso, de no ocurrir una rápida contraofensiva ucraniana en los actuales meses del verano y el cercano otoño, que le permita recuperar gran parte de las zonas perdidas desde el 24 de febrero último, le va a resultar difícil sentarse a una eventual mesa de negociaciones en una posición de relativa fortaleza.
A Rusia, si bien apuesta al alargamiento de la guerra, por lo menos hasta fines del próximo invierno, también se le ha hecho cuesta arriba la contienda, porque jamás imaginó la fiereza de la defensa de los ucranios y porque esa fiereza le ha traído también un enorme desgaste de sus tropas, con un número de muertes y heridos absolutamente impensado, enormes pérdidas de equipos y armamentos militares, y la consiguiente baja de la moral entre sus efectivos.
Ucrania no se confía en eso y según comentan extraoficialmente entre sus propias filas, consideran que las pérdidas en recursos humanos de las fuerzas armadas rusas se han dado mayoritariamente entre las menos capacitadas y entrenadas para la guerra.
El Kremlin, además, confía cada vez más en que el impacto de las consecuencias de las sanciones económicas de Occidente, sea más permeable en las sociedades europeas y estadounidense, mucho más que el impacto que produzca en su propia población. Ventajas de los regímenes autoritarios por sobre los democráticos.
En lo energético, Rusia se ilusiona también en que cuando el invierno se haga sentir con dureza en Europa, los efectos de las sanciones sobre el petróleo y el gas rusos impactarán de manera mucho más fuerte allí y podría encadenar una serie de reacciones populares que harían que las autoridades europeas pierdan la unidad mostrada hasta aquí y por ende tratarían de imponerle al Presidente de Ucrania Zelenski un pronto acuerdo que detenga la guerra. Cualquier acuerdo.
En tal sentido, son buenas noticias para Putin las caídas de los gobiernos de Boris Johnson y de Mario Draghi. El primero, porque era el más acérrimo defensor que tenía Ucrania y el segundo, porque su reemplazo podría provenir, según las encuestas que se realizan en Italia, de la ultraderecha europea muy ligada y comprometida con el Jefe del Kremlin.
Detengámonos por un momento en los cambios en Italia. La caída de Mario Draghi en Italia ha puesto en valor a la extrema derecha italiana. De ser así, ese sería un escenario que Vladimir Putin buscará capitalizar en plena invasión a Ucrania. Giorgia Meloni, líder de Fratelli d’Italia, aparece en las encuestas como la ganadora de las elecciones del 25 de septiembre, y junto a la Liga de Matteo Salvini (fan declarado de Putin) podría formar un gobierno menos alineado con Bruselas. Incluso, Meloni ha mencionado su escepticismo europeo y proclamado (hasta ahora de manera tenue y en voz baja) la salida de Italia de la Unión Europea y hasta la revisión de los Tratados de la UE mutándola en una “confederación de estados soberanos”.
Para el Kremlin, la salida de Draghi en Italia es una muy buena noticia que sigue al colapso del gobierno de Boris Johnson en el Reino Unido, a la inflación creciente en Europa y al temor ante una crisis energética inminente, todas razones que podrían implicar que la UE quizás no pueda avanzar en un boicot total al gas proveniente de Rusia.
Por fuera de Europa y los EEUU, la guerra impacta también fuertemente en lo alimentario, sobre todo en los países pobres, dado que Rusia y Ucrania explican en muchos casos el cincuenta por ciento promedio de muchos productos agrícolas y también de fertilizantes para el agro.
En este sentido, una buena noticia ha sido el acuerdo firmado por separado de Ucrania y Rusia con la ONU y con Turquía para sacar los cereales retenidos desde la guerra en tierras ucranianas.
Buena noticia que se vió inmediatamente empañada por el bombardeo que hizo Rusia tan solo un día después a campos llenos de granos ucranios y que pone en serias dudas sobre el cumplimiento de los acuerdos firmados.
Como se observa, las dos cartas, la energética y la alimentaria, son las dos puntas de lanza de Rusia para presionar a Occidente para que cese con el apoyo irrestricto brindado hasta aquí a Ucrania.
A veces, se perciben ciertas dudas por parte de autoridades de Occidente ante lo que se viene, pero a decir verdad, desde un tiempo a esta parte, bastante menos que en los dos primeros meses del conflicto. Eso puede deberse a que las medidas de todo tipo que se podían tomar (sanciones a Rusia y apoyos humanitarios y en armamentos a Ucrania) ya se han tomado, y por lo tanto ahora solo cabe esperar sus consecuencias, sean éstas buenas o malas.
Esa férrea determinación de las autoridades de Occidente, a veces no resulta igualmente palpable al leer a algunos analistas internacionales occidentales, que están altamente alarmados por los resultados y consecuencias de las medidas que tomó Occidente contra Rusia. Por lo tanto, pregonan repetidamente para que sus líderes presionen a Ucrania para que firme una pronta finalización de la guerra, a cualquier precio y con cualquier tipo de soluciones, sean estas “a lo Corea”, “a lo Chipre”, o a cualquier otra parecida o similar.
No toman en consideración ni perciben, que es cierto que Ucrania está enfrentada a un altísimo costo en vidas, a que su población sufre humanamente lo indecible, a que su infraestructura y su economía han sido llevadas al punto del agotamiento y el colapso, pero que aun así el costo de capitular ante Rusia le sigue resultando absolutamente mayor.
Tampoco entienden algo completamente crucial y fundamental. Esa decisión no está determinada o definida sólo en las cabezas del Presidente Zelenski o de las autoridades ucranias.
El mayor y más acérrimo enemigo de la capitulación ante Rusia es el propio pueblo ucraniano, que aún hoy luego de cinco meses de inmensos sufrimientos y vejaciones de todo tipo, no piensa en dejar de seguir luchando por sus ideales.
En su larguísima historia, Ucrania perdió su libertad innumerables veces y con muchos y diferentes pueblos que la invadieron permanentemente, pero con ninguno ha sufrido más que con las invasiones de su vecino del Este. La historia así lo indica con las “rusificaciones” forzadas en los siglos XVIII, XIX, y XX, no solo en Ucrania sino también en otros vastos territorios -por ejemplo, los países bálticos y hasta también algunos escandinavos.
Rusia ataca, conquista y “reemplaza” a los pueblos originales, y eso lo ha hecho desde siempre. Sin embargo, nada fue más horroroso que el genocidio de Stalin en los años 1932 y 1933, mediante la “hambruna artificial” generada al pueblo ucranio (Holodomor) y su posterior “rusificación”, al “reemplazar” a los siete millones de ucranios muertos en dicho genocidio por tres millones de rusos que fueron implantados también artificialmente.
El pueblo ucranio tiene todavía una “memoria viva” de esos horrores por parte de sus ancestros (padres, abuelos, tíos) e incluso los ucranios contemporáneos de 40 o 50 años de edad al día de hoy aún recuerdan las horrendas pérdidas en vidas que las autoridades soviéticas dirigidas desde Moscú les impuso a los ucranianos luego de la explosión y posterior fuga radioactiva de la central nuclear de Chernobyl, en 1986.
Todo ello, el pueblo ucraniano lo sabe y esa es su gran y enorme fortaleza y determinación. A pesar de los tremendos sufrimientos e infortunios, todavía hoy no se percibe en el “ucraniano de a pie” la idea de “ya no tiene más sentido seguir resistiendo”.
Esa noble y valiente decisión podría sintetizarse en la magistral expresión de uno de nuestros máximos próceres, Manuel Belgrano, traspolada al pueblo ucraniano: “La vida es nada cuando la libertad se pierde”.
Cabe reflexionar hasta cuándo Occidente lo seguirá entendiendo también así. Los próximos meses y sobre todo los meses fríos del invierno darán su dictámen y su respuesta.
En los siglos anteriores, los países europeos trataron de invadir y conquistar Rusia para conseguir sus objetivos de dominación. Las huestes invasoras napoleónicas (siglo XIX) y las de la Alemania nazi (siglo XX) iniciaron el camino de la derrota en tierras rusas, principalmente ante los efectos devastadores de sus inviernos implacables.
Esta vez, el invierno jugará también su rol crucial pero por otras causas y razones. Distinto a los siglos anteriores, el que ahora ha invadido ha sido Rusia y la que sufrirá las consecuencias de la falta del petróleo y gas rusos, y por ende su determinación por seguir sosteniendo a Ucrania (e indirectamente a sí misma) será Europa. A pesar de las diferencias, lugares y circunstancias, será nuevamente el crudo invierno europeo el que de su veredicto. De acuerdo al mismo, se verá si Rusia es o no es nuevamente la favorecida.