Guerra en Ucrania: graves e inciertos momentos
La Federación Rusa acaba de señalar que anexionará unilateralmente a su territorio las regiones u Oblasts (en ucraniano) de Donetsk, Lugansk, Zaporishia y Kherson, añadiéndose dichos territorios a la ya también anexionada unilateralmente en 2014, la península de Crimea.
En el marco de la cruel guerra que se lleva a cabo desde febrero del corriente año, esta decisión representa una escalada muy peligrosa en el conflicto, ya que el Presidente Putin ha manifestado reiteradamente que cualquier ataque a territorio ruso podría ser posible de represalias incluso nucleares, tal como lo estipula la misma Constitución de la Federación. Ahora, por más que sea flagrantemente ilegal y contrario al derecho internacional, dichas regiones pasan a ser “territorio ruso” a ojos de la Federación.
Estados Unidos, la OTAN, la UE y muchos de sus aliados, ya han manifestado que no reconocerán dichas anexiones, producto de referéndums amañados y considerados “una farsa” por la inmensa mayoría de países de la comunidad internacional.
Este hecho se produce en momentos en que Ucrania produjo un sorprendente e impactante contraataque recuperando más de 9000 kilómetros cuadrados en las regiones de Donetsk y Lugansk, pero principalmente en la región de Kharkiv, y en menor intensidad en la región de Kherson.
Esa contraofensiva ucraniana pareció dar un vuelco casi catastrófico para las aspiraciones de Putin y explica entonces la urgente convocatoria a una nueva leva militar del orden de 300.000 rusos que se enviarían al frente ucraniano. La decisión de Putin fue muy mal recibida por el pueblo ruso y existen informes que señalan que más de 260.000 ciudadanos rusos colapsaron las rutas y fronteras, huyendo de su país para no ser llamados a unirse a las Fuerzas Armadas rusas.
Asimismo, la convocatoria está siendo exageradamente lenta, con errores e imperfecciones, y hasta el momento han sido reclutados tan solo 40.000 mil nuevos soldados, o sea un poco más del 13% del total del llamado. Si a eso se agrega el tiempo mínimo de entrenamiento que se necesita, sería muy probable que los 300.000 nuevos reclutas estén en el frente ucranio recién en el mes de diciembre, mes donde comienza el crudo y extremo invierno ucraniano, lo cual podría dificultar aun más la aptitud y eficiencia de las nuevas incorporaciones.
Todas estas razones han llevado a Putin a tomar una medida extrema como la de las anexiones, en el intento de demorar la dinámica de la guerra, en estos momentos a todas luces desfavorable.
La amenaza de uso nuclear va también en ese sentido: tratar de retardar el avance ucraniano con el apoyo de armamento occidental, principalmente de Estados Unidos, Gran Bretaña y en menor medida, Europa.
Esa es una de las peligrosas opciones a las que apela Putin, quien luce a estas alturas claramente acorralado no solo en el frente de batalla sino también en el terreno de la diplomacia y de la geoestrategia.
La reciente visita de Putin a la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai -de la cual forma parte- le mostró que no cuenta con el apoyo firme de China e India, ni tampoco con el resto de los países que conforman esa Alianza, entre ellos varios ex países de la Unión Soviética, los cuales hasta febrero de 2022 formaban parte del “patio trasero” de Rusia y que hoy han tomado distancia de manera muy concreta.
El caso más paradigmático es el de Kazajistán, país que forma parte con Rusia del Tratado de Seguridad Colectiva (la contracara de la OTAN) y que en enero de este mismo año 2022 recibió a fuerzas armadas rusas para repeler las violentas manifestaciones que se levantaron en contra del líder kazajo y ahora, tan solo nueve meses después, Kazajistán declaró que está en contra de la “guerra de Putin” y que Rusia debe terminar con la ocupación de Ucrania.
Otra situación geoestratégica muestra que otros expaíses soviéticos toman distancia de Rusia. Un ejemplo de esto, es la nueva escalada militar en Nagorno-Karabaj, entre Azerbaiyán y Armenia. Azerbaiyán es apoyada por su tutor, Turquía, cuyo líder Recep Erdogan, también tiene ensueños de recreación imperiales, en este caso otómanos, y permite y alienta a los azeríes a atacar a Armenia, país que hasta febrero de este año era apoyada por Rusia para que la contienda no se saliera de cauce.
Dentro de Rusia, tampoco las tiene fáciles Putin, aunque no es todavía esperable que un “golpe palaciego” lo quite del poder y lo reemplace un régimen democrático. Por el contrario, es mucho más probable que si el régimen de Putin cae, sea reemplazado por un régimen aun más extremo que el de Putin. Al respecto, el expresidente y actual número dos del Consejo de Seguridad ruso, Medveded, es un personaje al qué hay que seguir con suma atención, al igual que el Jefe de Inteligencia, Naryshkin.
Otra acción que no hay que dejar de prever es la de que Rusia decida atacar a un país de la OTAN. Básicamente, Polonia o alguno de los países bálticos. De tomar esta opción, menos probable desde mi punto de vista que la opción nuclear, Putin también tendría como objetivo convencer a los “halcones” rusos que no le tiembla la mano en el conflicto, aunque dicha decisión también sea una decisión sin retorno, al igual que la nuclear.
En ese orden de cosas, los temores de los habitantes del llamado “corredor Suwalki” -en el límite entre el enclave ruso de Kaliningrado, Polonia, Bielorrusia y Lituania- no serían para nada exagerados, si Putin decidiera la opción de ataque a un país de la OTAN.
Sea como fuere, el conflicto está en un momento de escalada ciertamente muy peligrosa para los intereses, no ya tan solo de Rusia y de Occidente sino de todo el planeta, y por lo tanto el Gobierno argentino debe sopesar muy clara y equilibradamente el camino que seguirá nuestro país, dejando de lado subterfugios o ambigüedades ideológicas si las hubiere.
En los organismos internacionales, la compulsa y las decisiones que seguramente se tomarán serán muy demandantes y definitorias sobre en que lado de la historia se ubicará cada país.