Guastavino, académico y popular
Se cumplieron ayer quince años de la muerte de Carlos Guastavino, uno de los representantes más importantes de la música argentina del siglo XX, que logró expresar en su obra la creación en el más alto nivel de la música académica, conservando siempre la frescura de la música popular del país. Junto con Astor Piazzolla, su contemporáneo, Guastavino fue un constructor de puentes entre universos musicales arbitrariamente separados y lo hizo a golpes de inspiración melódica y de sensibilidad, siempre buscando una manera de manifestar su personalidad como artista, sin olvidar su tiempo, su cultura y las tradiciones musicales regionales que lo habían alimentado de chico en Santa Fe, donde había nacido. Supo llevar aquello al mundo a través de una producción que interesó a cantantes e intérpretes de todas partes.
Manuel de Falla, a quien Guastavino eligió como maestro (a pesar de los pocos años en que pudo frecuentarlo hasta su muerte), siempre distinguió en su alumno la delicadeza de sus melodías, la elegancia de sus armonizaciones, la perfecta síntesis de su escritura pianista, así como su innegable capacidad para volcar en música la poesía, un don que lo llevó a conmover a los públicos más diversos y a alcanzar una popularidad que nunca había soñado. Su conocidísima composición "Se equivocó la paloma", sobre el poema de Rafael Alberti, interpretada y difundida por Joan Manuel Serrat a fines de los años 60, caló tan profundo en los públicos de Iberoamérica que alcanzó la condición de popularidad que hace a las canciones ser consideradas anónimas.
Pero no todas fueron flores en el camino creativo de este enorme artista argentino, respetado, interpretado y apreciado en todo el mundo. Como a Astor, o aun peor, por una cuestión de personalidad, Guastavino padeció los ataques y luego el silencio de quienes, en la Argentina, encarnaban las vanguardias de posguerra, la llegada a las playas sudamericanas del dodecafonismo y la música concreta y los comienzos del universo de la música electroacústica. Esos artistas y críticos, por necesidad se definieron como enemigos jurados de todo aquello que oliera a nacionalismo musical o a lirismo en cualquiera de sus manifestaciones. Guastavino no polemizó con ellos, pero los sufrió. Su respuesta fue seguir produciendo incansablemente, en una labor creativa que lo convirtió en el principal autor lírico nacional, tanto por sus extraordinarios lieds (como el bellísimo "La rosa y el sauce") y por sus obras de cámara como por composiciones corales como las "Indianas", un material siempre vigente para las formaciones vocales de todo el mundo.
Mientras parte de una crítica demasiado embanderada o algunos de sus colegas lo vapuleaban, Guastavino se encontró con que, curiosamente, el mundo de la música popular le brindaba un constante reconocimiento. El éxito obtenido por "La Tempranera", la bella zamba con versos de León Benarós, o las interpretaciones de Mercedes Sosa o Eduardo Falú fueron testimonio de la repercusión lograda por su obra en el ámbito de la música folklórica. Muchos fueron los cantantes e instrumentistas que incluyeron en sus repertorios sus composiciones; llevándolas al disco, se unieron en la difusión de sus creaciones a cantantes líricas consagradas internacionalmente como Conchita Piquer o Monserrat Caballé, que ya habían grabado la obra de Guastavino en el extranjero. Todos esos intérpretes, populares o académicos, apelaron a la inspiración y el talento de Guastavino, a su estética refinada y a la vez con raíz y atemporal; a la obra, en definitiva, de un compositor que, como Manuel de Falla, su maestro, se sintió siempre un traductor del canto de su pueblo.
Vale recordar la contribución que realizó la desaparecida Editorial Lagos a la difusión de la obra de Guastavino a través de la Colección Estampa, un conjunto de partituras que incorporaban como ilustración de la tapa las obras de grandes pintores argentinos, algo que merecería ser reeditado y puesto nuevamente en circulación por tratarse de un valioso testimonio de la música de toda una época.
Algunos trabajos publicados en estos años honran la memoria de este artista extraordinario, y de algún modo contribuyen a sacarlo del olvido: el excelente libro de Silvina Luz Mansilla sobre la obra musical del maestro santafecino, así como las "Músicas inéditas" compiladas junto a Vera Volkowicz, editado por el Instituto Nacional de Antropología, y el trabajo de Carlos Vilo, incansable difusor de la obra de Guastavino, como director y a través de la labor de la fundación que lleva su nombre son ejemplos del interés que sigue despertando la vida y la obra de este artista.
Sería bueno que, así como la ciudad de Río con Carlos Jobim, o Mar del Plata con Astor Piazzolla, su ciudad natal, Santa Fe, o a lo mejor la vecina Rosario, tomaran la iniciativa y rebautizaran alguno de sus aeropuertos con el nombre del artista que llevó la voz y el canto de esa tierra al mundo. Como Ariel Ramírez, Carlos Guastavino ha sido un "santafecino de veras", un embajador del arte de su país y un argentino universal.
El autor es músico y especialista en políticas culturales